La conspiración de los conspiranoicos
Felipe Benítez Reyes
Renacimiento
Sevilla
2020
En estos tiempos de pandemia no podía faltar quienes negaran su existencia, la trágica realidad que supone, y la consideraran el producto de una conspiración contra el conjunto de la sociedad, sucediendo al terrorismo islámico en el empeño de meternos miedo. Los supervillanos, las Fuerzas del mal, no son ya Fu Manchú, Fantomas, Spectra, el doctor NO o Goldfinger, sino los chinos, quienes se dedican a inventarse enfermedades para luego vendernos las vacunas, Bill Gates, Georges Soros (ambos y el Diablo forman la Malditísima Trinidad), Elon Musk (el creador de Tesla y Pay-Pal), Christine Lagarde, la denominada “bruja gerontocida”, o la OMS, rebautizada como Organización Mafiosa Sionista. Se trata, en suma, de poderes ocultos que quieren controlar el Nuevo Orden Mundial, también llamado Nuevo Ordeno y Mando. En fin, un material muy valioso, un filón, para un escritor con sentido del humor y amante de la sátira, propicio para dejar en evidencia la estupidez humana que parece haberse extendido tanto como el virus, aunque tenga más difícil curación.
Lo que empezó siendo una narración breve —confiesa el autor— ha acabado convirtiéndose en una novela, en la que se cuenta la historia de una tertulia ambulante compuesta por un grupo de amigos que niegan la existencia de la enfermedad. Son los coronaescépticos, quienes se alimentan de sus propios delirios. Tomi es profesor de Literatura en un Instituto; Beltrami, al que llaman el conspiranoico, regenta una tienda de material eléctrico, aunque antes había trabajado en un bazar chino; Mangoli (el más joven, ronda los 50) trabaja en la Diputación, como coordinador de actividades (ahora llamadas –me temo que sin remisión— eventos); Lorenzo es propietario de una gestoría y el narrador de la historia; Rogelio, motejado el racionalista, es un maestro jubilado; mientras que Montse Montenegro, quien pasó del FRAP al catolicismo y a la fe conspiranoica, trabaja en una guardería. Uno de los tertulianos, Tomi Guerra, acabará de configurar con todo ello la novela que leemos, premiada en un concurso. La narración se compone de dos partes. En la primera conocemos a los personajes, sus opiniones, al mismo tiempo que en una historia intercalada visitan la Cueva del Corsario Galileo, en la casa de una familia venida a menos. Por su parte, en la segunda aparecen las entrevistas con Tomi Guerra, autor de la novela que hemos leído, que es donde realmente brilla el personaje.
Si algo caracteriza a esta novela, además del tono satírico, del humor y la ironía, quizá no podría haberse contado de otra manera, hasta el punto de que resulta imposible a veces evitar la risa, es que trata del mundo de hoy, del presente, de lo que estamos padeciendo en la actualidad. En suma, lo jocoso y lo satírico, la sorna, recoge lo trascendente, y todos estos mimbres debe saber entrelazarlos el lector. El título y las tres citas iniciales (GCK es Chesterton) cumplen la función de alertar al lector sobre el contenido, el tono y los mecanismos de esta novela que, como ha dicho el autor en una entrevista de Jesús Morillo en el ABC se ha compuesto “aplicando una lógica narrativa a un discurso del todo absurdo”.
La acción transcurre en el Cádiz de hoy, en sitios y bares reales (el Brim, el Liba, el Café de Levante o el del Casino), en los que va cociéndose eso que llaman verdades alternativas, la conciencia del a mí no me engañáis, pues yo sé lo que realmente os traéis entre manos..., ya que esos negociantes y filántropos, en realidad, esconden otras intenciones. Lo sorprendente es que ni los muertos causados por la pandemia, bautizados como coronafiambres, ni los numerosos enfermos habidos, les hayan hecho ver la realidad. Ese pequeño grupo de chiflados se siente respaldado por las opiniones de personajes como los cantantes Miguel Bosé y Bunbury, o la fotógrafa Ouka Leele, en las antípodas de los denominados oficialnoicos, y se alimenta de las majaderías de Internet, de los discursos de los youtubers, que ahora han sustituido a los libros del psicoinvestigador (sic) J.J. Benítez, a los programas de televisión del doctor Jiménez del Oso, los vídeos divulgativos de su discípulo Campillos, o del Cuarto milenio de Iker Jiménez.
Más que en los personajes, la narración se sustenta en lo que estos dicen y en cómo lo dicen, en la lengua y en la retórica que emplean, e incluso en la utilización del gaditano oral, de palabras como pichita, majarón (la palabra fetiche de Miguel Romero Esteo, el escritor cordobés afincado en Málaga) o chirlachi. E incluso se desprende un par de sentencias de tono aforístico (pp. 94 y 106) que rehago, con la esperanza de que me perdone el autor:
El aleteo de los murciélagos es lo más parecido al revoloteo de los ángeles caídos.Los plutócratas necesitan una careta caritativa para ocultar su codicia en el baile de máscaras del mundo de hoy.
Además, véase, por ejemplo, la curiosa distinción que se hace entre capitalismo y comunismo: “la meta social del comunismo consiste en que el 90% de la población viva en la pobreza [...], mientras que el capitalismo se conforma con que el 70% de la población sea pobre” (p. 194); o las definiciones de Marx (“ese narcotraficante filosófico”, p. 17) y del marxismo (“esa fábrica mundial de muertos vivientes que se empeña en seguir funcionando como alternativa de ordenación de la Humanidad a pesar de sus múltiples y verificadas averías históricas”, p. 37).
Como los personajes de Luis Mateo Díez, aunque con otros desarreglos, los de Benítez Reyes resultan inofensivos, pues su charlatanería a quien más daño hace es a ellos mismos. Los negacionistas son dogmáticos y su lógica obsesiva se sustenta en la renuncia a la cordura y a las leyes de la racionalidad. Y, sin embargo, no dejan de tener razón en su burla de ciertas verdades, en las que a veces parece oírse la voz del autor, tal y como ocurre también en las entrevistas finales:
Las ceremonias de los curas modernos con sus guitarritas y sus campechanías. La cursilería del yoga, de los mantras, de las velas aromáticas y del incienso de bergamota o de benjuí. El culo de Beyoncé ejerce hoy más influencia en la cultura universal que todos los diálogos de Platón. Fermín Laynez, el dramaturgo de Rota que se dedica a hacer versiones modernizadas de Shakespeare mediante el método de vestir a Otelo de guardia civil o de ponerle a Julieta un chándal de niña choni. La psiquiatría es una disciplina pseudomédica Se dedicó a mirar por dentro de la cabeza de los chalados como si en vez de una cabeza fuese una bola de cristal. Todos los científicos resultan sospechosos (...): la gran mayoría son muñecos de ventrílocuo al servicio de las empresas farmacéuticas y de los manipuladores (...), aunque los periodistas tampoco están libres de sospecha... Lo que decía ese francés empeñado en ser filósofo [Bernard-Henry Lévy] creo que no pasaban de ser generalidades etéreas y tópicos banales. No hay teoría, por descabellada que sea, que la realidad no esté dispuesta a asumir. E incluso a sobrepasar. Hoy por hoy, el mundo tiene la misma lógica interna que una novela escrita por un loro influido por Finnegans Wake. La libertad de pensamiento está muy bien siempre y cuando haya detrás un pensamiento, no un potaje de tópicos de taberna. (pp. 14, 15, 26, 56, 66, 67, 161, 175, 240 y 250),
En la "Adenda" final, aparecen dos descubrimientos que afectan a Tomás Guerra y que no desvelaré, sobre qué hemos estado leyendo y qué ha pasado finalmente con él, quien en el desenlace adopta el papel que le corresponderá a Benítez Reyes.
Estamos en la era de los bulos, de la invención de mentiras que incluso gente que parecía sensata se cree a pies juntillas... No hay semana que no aparezcan noticias o reportajes en la prensa que se ocupen del tema. Tampoco es un fenómeno estrictamente español, ni de QAnon, y ni siquiera de ahora, la supuesta lucha entre la Alianza y la Élite Oscura (pp. 212 y 213). Yuval Noah Harari en un artículo reciente (“Cuando el mundo parece una gran conspiración”, La Vanguardia) analizaba la teoría de la Camarilla Mundial y cómo “algunos creen que el mundo lo dirigen en secreto los masones, las brujas o los satanistas; otros creen que son extraterrestres, reptilianos o varias otras pandillas”.
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En fin, ¡da miedo pensar en la cantidad de gente cándida, y de majaretas, que andan sueltos por el mundo!
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.Fernando Valls
La conspiración de los conspiranoicos