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El futuro se hace, no se espera

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No es un buen momento para ser futurólogo. Las predicciones de esos gurús del porvenir, apuestas siempre ganadoras —para cuando se descubran ciertas o falsas, a nadie le importará lo que dijeron—, parecen haberse quedado obsoletas en unos meses. O, si no obsoletas, suponiendo que la crisis del coronavirus pase y nos deje intacto el tardocapitalismo que ya conocíamos, sí al menos irrelevantes. A quién le interesa pensar en el futuro cuando no sabe lo que va a suceder mañana. Ante esa perspectiva, el escritor y activista Peter Frase, autor de Cuatro futuros (Blackie Books lo llevó a las librerías poco antes de su cierre) tiene algo que decir. "Mi intención no es afirmar que, con seguridad, se producirá un futuro determinado, producto de la combinación mágica de factores técnicos y ecológicos externos", defiende Frase en este ensayo, "sino insistir en que el punto de llegada será el resultado de una lucha política". El futuro se hace, no se espera. 

El ensayo, editado en el inglés original por Verso en 2016, tiene un propósito principal: huir del determinismo. En sus 150 páginas, una extensión muy breve teniendo en cuenta el propósito de la empresa, Frase despliega un abanico de temas algo abrumador: la automatización del trabajo, la humanidad (o no) del trabajo de cuidados, las ideas marxista y capitalista de libertad y su relación con el ocio, la crisis ecológica y el papel del Estado en ella... Tan pronto aborda el autor un asunto de gran interés, pasa velozmente al siguiente. Esa sensación que el ensayo produce en el lector, boquiabierto ante las retos y ramificaciones de su propio futuro, es seguramente buscada: ante la insistencia de ciertos sectores en dibujar un futuro decidido y clausurado, Frase insiste en las posibilidades que ofrece la acción política organizada. Y esa acción solo es posible si se confía en su eficacia potencial. Para el autor, pensar en el futuro no es una evasión ni un ejercicio teórico, sino el requisito indispensable para moldear no ya el porvenir, sino el presente.  

Para tratar de organizar esa infinidad de posibilidades, para analizarlas con más facilidad, y también para defender las que considera más deseables, Frase dibuja los cuatro futuros de los que habla el título, cuatro posibles sociedades: comunismo, rentismo, socialismo y exterminismo. En todas ellas utiliza el mismo supuesto: "todas las necesidades de trabajo humano en la producción pueden eliminarse". Es verdad que esto es mucho suponer, y que algunos de los grandes debates de la izquierda oscilan en torno al acierto o el error de esa afirmación. Pero esta constante permitirá al autor centrarse en otras variables, que le interesan más: la lucha de clases y la crisis ecológica. La primera se relacionará con la igualdad y la segunda con la escasez de recursos, que se convierten en los dos ejes de su propuesta. Así, el comunismo es un futuro de igualdad y abundancia; el rentismo, de jerarquía y abundancia; el socialismo, de igualdad y escasez; y el exterminismo, de jerarquía y escasez. 

No hay que ser un lince para darse cuenta de que la perspectica de Frase, editor de la revista Jacobin, es claramente de izquierdas. Y tampoco habrá que ser muy perceptivo para ver que, en esos cuatro futuros, hay algo bastante parecido a la utopía (el comunismo), un futuro no demasiado terrible o incluso bueno (el socialismo), y dos infiernos de distinto grado (el rentismo y el exterminismo). No deja de ser inusual que el autor dedique a la primera una buena parte del volumen: a menudo, este tipo de ensayos se explayan en los futuros catastróficos y dejan para las conclusiones una sucinta descripción de la alternativa. Pero a Frase lo que le interesa es abrir el campo de lo posible, y por eso se sumerge con especial profundidad en un futuro en el que la tecnología ha permitido que el ser humano disponga libremente de su tiempo, gracias a una distribución igualitaria de los recursos que permite a todo el mundo vivir cómodamente. Esta propuesta bebe explícitamente del "reino de la libertad" imaginado por Marx, el que sucede al "reino de la necesidad", descrito aquí como un mundo postrabajo en el que nadie depende de su propia fuerza para sobrevivir. 

¿Cómo sería entonces nuestra relación con el empleo? ¿Cómo mediríamos nuestra valía? ¿Nos convertiría esta realidad en seres apagados y desinteresados, o en seres despiertos y curiosos, abiertos a nuevas disciplinas? ¿Cómo percibiríamos los cuidados? ¿Y qué jerarquías se establecerían en un mundo que no estuviera atravesado ya por la división del trabajo y la propiedad de los medios de producción? Para esbozar posibles respuestas a este tipo de preguntas, o más bien posibles caminos hacia ellas, Fraser se sirve de una poderosa herramienta de pensamiento: la ficción. Y, más concretamente, la ficción especulativa, lo que conocemos como ciencia ficción. "Un modo de diferenciar la ciencia social de la ciencia ficción", escribe, "es que la primera trata de describir el mundo tal como es, mientras que la segunda especula sobre el mundo que puede ser. Pero, en realidad, ambas son una mezcla de imaginación e investigación empírica combinadas de diferente modo". Así, se sirve de La pianola, de Kurt Vonnegut, o de Star Trek para pensar en el futuro del comunismo; de La trilogía de California, de Kim Stanley Robinson, para reflexionar sobre el socialismo; o de la película Elyssium para abordar el exterminismo. 

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Este último futuro vendría a ser el opuesto del comunismo, uno marcado por la escasez y la jerarquía en el que pocas personas poseen los pocos recursos disponibles. Como los demás porvenires propuestos, este no deja de ser la proyección de una realidad que ya existe. Y lo que propone Frase, aunque no lo diga expresamente, es que estas condiciones solo pueden dar lugar a una forma de fascismo a gran escala: en un mundo en el que los trabajadores no son necesarios para los poderosos, pero siguen amenazando la tranquilidad de la élite, los gobernantes no tendrían grandes inconvenientes en deshacerse de ellos. No es, por desgracia, una idea descabellada —conocemos varias modalidades de genocidio—, y tampoco nueva. El autor cita las apreciaciones del economista Wassily Leontief, premio Nobel, sobre el desempleo masivo que produciría la completa automatización: "Se podría decir que el proceso mediante el cual se puede esperar que la introducción progresiva de nuevos equipos computerizados, automatizados y robotizados", escribía en 1983, "reduzca el papel de la mano de obra es similar al proceso por el cual la introducción de tractores y otra maquinaria primero redujo y luego eliminó por completo los caballos y otros animales de tiro en la agricultura". 

Entre estos dos futuros, se encuentran quizás los dos mundos posibles más realistas —aunque, de nuevo, lo que se considera o no realista está más que marcado por la ideología dominante—, el socialismo (un futuro de escasez igualitaria) y el rentismo (un futuro de abundancia jerárquica). Este último quizás sea el más reconocible por los lectores. Aunque Frase se aproxime a él a través de caminos poco comunes, como es la propiedad intelectual y su concepción social y legal, al final hablamos de un universo en el que la posibilidad de la abundancia "existe pero se ve bloqueada por las estructuras de clase anquilosadas y los poderes estatales que las defienden". El socialismo sería su revés, un horizonte de igualdad potencialmente alcanzable en un mundo de escasez provocada por la crisis climática. Es decir, el futuro que desean aquellos que consideran que los efectos del cambio climático son ya inevitables pero que aspiran decididamente a una nueva forma más justa de repartir los recursos disponibles. "Puede que este mundo no transmita la sensación vertiginosa e improvisadora del futuro comunista, pero aun así podría ser para todos un buen lugar en el que vivir", defiende el autor al final de este capítulo. 

Quizás ninguna de estas falsas predicciones se cumpla —aunque el autor se esfuerza por hacerlas lo suficientemente abiertas, y lo suficientemente apegadas a la realidad presente, como para errar en todas sus anotaciones—. Pero a Peter Frase, desde luego, no le importa. Este libro es, ante todo, la llamada a la reflexión y a la acción de un militante más preocupado por ponerse en marcha que por la definición precisa del destino. "Sobre todo", dice, "porque el camino que lleva a la utopía no es necesariamente utópico". El autor parte, además, de una certeza: "No podemos volver al pasado y ni siquiera podemos aferrarnos a lo que tenemos ahora". Eso parece hoy más cierto que ayer. En un momento en el que el porvenir no parece ya incierto, sino simplemente inexistente, Cuatro futuros tiene efectos verdaderamente poderosos: es capaz de encender el interés en lo que está por venir, es capaz de dibujar en él posibilidades luminosas y es capaz, incluso, de generar movimiento en medio de la parálisis. Y el futuro que salga de ahí no puede ser malo. 

No es un buen momento para ser futurólogo. Las predicciones de esos gurús del porvenir, apuestas siempre ganadoras —para cuando se descubran ciertas o falsas, a nadie le importará lo que dijeron—, parecen haberse quedado obsoletas en unos meses. O, si no obsoletas, suponiendo que la crisis del coronavirus pase y nos deje intacto el tardocapitalismo que ya conocíamos, sí al menos irrelevantes. A quién le interesa pensar en el futuro cuando no sabe lo que va a suceder mañana. Ante esa perspectiva, el escritor y activista Peter Frase, autor de Cuatro futuros (Blackie Books lo llevó a las librerías poco antes de su cierre) tiene algo que decir. "Mi intención no es afirmar que, con seguridad, se producirá un futuro determinado, producto de la combinación mágica de factores técnicos y ecológicos externos", defiende Frase en este ensayo, "sino insistir en que el punto de llegada será el resultado de una lucha política". El futuro se hace, no se espera. 

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