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Hitos kilométricos

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Josep M. Rodríguez

Hubo un tiempo en el que los jóvenes estadounidenses querían ser Jack Kerouac. O su alter ego Sal Paradise, o cualquier otro personaje de En la carretera. Una novela que llega a las librerías por primera vez el 5 de septiembre de 1957 y pocas semanas después ya cuenta con tres nuevas ediciones. Aunque detrás de ese éxito se escondía también el trabajo del escritor y crítico literario Malcolm Cowley, que colaboraba de forma asidua con la editorial Viking Press y que prácticamente obligó a nuestro autor a corregir, retocar y rehacer la narración en varias ocasiones antes de publicarla. Y eso que Jack Kerouac había empezado a redactarla a finales de la década de los cuarenta. Es decir, que tarda alrededor de diez años en concluir la novela que está considerada el paradigma de la escritura vertiginosa, visceral y casi alucinatoria. Allen Ginsberg lo llamó "spontaneous bop prosody". De hecho, aquel mismo otoño del 57 se publica en las páginas de Black Mountain Review un artículo en el que el autor beatnik defiende que "hay que escribir sin conciencia, en un semi-trance”… Y "nada de correcciones (excepto obvios errores racionales)".

El artículo se titula "Fundamentos de la prosa espontánea" y está incluido en el volumen La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, que recoge una treintena de textos breves de Jack Kerouac que van desde la reflexión sobre el propio estilo hasta los deportes o la música. Textos que en su momento aparecieron como prefacio a alguno de los libros de sus amigos o en las revistas Playboy, Esquire, Escapade… Se

trata de piezas en su mayoría inéditas en español. Y las publica ahora Caja Negra (una editorial argentina con buena distribución en España), que cuenta también en su catálogo con otro título de nuestro autor: Viajero solitario. En la autoentrevista que sirve de prólogo a este último, el propio Kerouac define el libro como "una recopilación de algunos artículos publicados y de otros inéditos unidos por un mismo tema: el viaje… Empleo en el ferrocarril y como marinero, montañas, misticismo, lascivia, solipsismo, desenfreno, corridas de toros, drogas, iglesias, museos, calles, una aleación de vida como fue vivida por un libertino orgulloso, educado e indigente que va a ninguna parte. Su alcance y su propósito son sencillamente la poesía, o la descripción natural".

Me pregunto si estas palabras no podrían servir también para resumir cualquier otra obra de Kerouac. Quizá no cuando menciona los toros (es excepcional el pasaje en el que describe la primera corrida que ve en su vida, que para ser precisos fue una novillada en México), ni tampoco cuando afirma que su libro no es más que una recopilación de artículos. Pero para ser justos, Viajero solitario tampoco parece una recopilación de artículos, sino que se lee como una novela o mejor como unas memorias fragmentadas. Las memorias de Duluoz, otra de las máscaras utilizadas por Kerouac (véase Ángeles de desolación o La vanidad de los Duluoz). No en vano, ficción y realidad, invención y biografía se diluyen con insólita destreza en la prosa de este escritor nacido en Lowell, Massachusetts, a finales del invierno de 1922. Y en dicho sentido resulta revelador el triple decálogo (tricontacálogo) titulado "Credo y técnica de la prosa moderna". Cito uno de sus primeros puntos: "Amar la propia vida". Y después: "Contar la verdadera historia del mundo bajo la forma de un monólogo interior". Y uno más: "Escribir para que el mundo lea y se reconozca en tus propias imágenes".

Incluido en La filosofía de la Generación Beat y otros escritos, este artículo publicado originariamente en Evergreen Review, en 1959, es el mejor texto que he leído sobre la esencia vital y artística de Kerouac y su banda: Ginsberg, Gregory Corso, Neal Cassady… Y también Robert Creeley, que en las palabras preliminares a este volumen ("Pensando en Jack: Un prefacio") llega a afirmar que "En el camino no era una simple etiqueta o una reflexión sobre viajes al azar sino un necesario estado mental. Seguíamos en el camino porque no existía, al fin, ningún lugar en el que pudiéramos descansar. Siempre sintiendo una creciente presión por la diferencia, por la incapacidad de encontrar relaciones fiables…". De ahí que Dean Moriarty (pseudónimo de Neal Cassidy en la novela En la carretera) sentencie: "La carretera es la vida".

En 1955, la Fundación Guggenheim concede una beca al fotógrafo Robert Frank para que recorra Estados Unidos con su Ford Business Coupe del 50, retratando, capturando lo genuinamente americano. Ese es el origen de Les Américains, un libro publicado en Francia en 1958, y donde se alternan las fotografías con extractos de escritores europeos. Un año después, Groove Press ya preparaba la edición en inglés. Pero en lugar de autores del Viejo Continente, se pensó en Jack Kerouac para que escribiera un texto que acompañase las fotos. Ese texto se incluye también en La filosofía de la Generación Beat y otros escritos: "A quien no le gusten estas fotos no le gusta la poesía, ¿está claro? Y a quien no le gusta la poesía prefiere quedarse en su casa y mirar series de televisión con vaqueros a los que solo toleran los pacientes caballos. Robert Frank, suizo, discreto, amable, con esa camarita que levanta y dispara con una sola mano convirtió la imagen en el poema más triste sobre América y merece por eso un lugar entre los grandes poetas trágicos de la historia. A Robert Frank le dejo ahora este mensaje: uno tiene ojos para algo".

Después de una declaración así, casi se hace necesario sumergirse en las imágenes en blanco y negro de Los americanos (hay una edición en español publicada por La Fábrica). Aunque puestos a recomendar un libro de fotografías, no se me ocurre ninguno mejor para el tema que nos ocupa que En la carretera. Viajes fotográficos a través de Norteamérica, en el que tras un cuidadoso, trabajado y clarificador texto inicial ("Breve historia del largo camino", de David Campany), encontramos una selección de fotografías de Robert Frank. Como aquella en la que se puede ver a cuatro personas junto a un cadáver cubierto con una manta tras un accidente automovilístico en la mítica Route 66. O la imagen de un coche protegido con una lona clara, entre dos palmeras (en realidad son tres si contamos la sombra que dibuja una de ellas), en Long Beach. El mismo Frank lo explicaría más adelante: "No quería hacer lo que estaba haciendo todo el mundo". Quería huir de lo que consideraba la charlatanería pictórica. La fotografía fácil. "Este proyecto es en esencia un estudio gráfico de una civilización… pero solo en parte se concibe como un documental: uno de sus objetivos es más artístico de lo que implica la palabra documental… Mi idea es observar y registrar lo que un estadounidense naturalizado considera indicativo de los Estados Unidos para retratar el tipo de civilización que nace aquí y se extiende por otros lugares".

En el fondo, Jack Kerouac y Robert Frank trabajan sobre un mismo tema: Estados Unidos. Vuelvo a Viajero solitario: "Ah, América, tan colosal, tan triste, tan oscura, eres como las hojas de un verano seco que crujen antes de que termine agosto, estás desahuciada, cualquiera que te mira sabe que no te queda nada más que esa desesperación mustia, lóbrega, la certidumbre de la muerte inminente, los sufrimientos de esta vida, las luces de Navidad no van a salvarte ni salvarán a nadie, como tampoco lo harían las luces de Navidad colgadas en agosto en un arbusto seco, por la noche, si es que eso tuviera algún sentido". No es de extrañar que ambos fueran tildados de antiamericanos. Y sin embargo, en 1959 la revista Life les dio doscientos dólares para cubrir los gastos de gasolina y comida en un viaje de ida y vuelta entre Nueva York y Florida. Frank conducía con una mano en el volante y la otra en la cámara. Disparando cuando lo creía conveniente. Kerouac no le perdía de vista: "Una lección para todo escritor… seguir a un fotógrafo y mirar aquello que decide fotografiar… hablo de un gran fotógrafo, de un artista… y cómo lo hace. Resultado: sea lo que sea, son los Estados Unidos. Es la ruta americana y obliga todo el tiempo a que uno abra los ojos".

Gracias a En la carretera. Viajes fotográficos a través de Norteamérica ahora tenemos la oportunidad no solo de acompañar a Robert Frank en su trayecto, sino también (y eso es quizá lo más interesante) a un selecto grupo de fotógrafos que continuaron aquel proyecto iniciado por el fotógrafo suizo en 1955. De ahí que este libro sea, además de un hermoso recorrido geográfico y vital, una travesía por la historia de la mejor fotografía moderna. Desde las gasolineras de Ed Ruscha a las plazas y monumentos de Lee Friedlander. Pasando por el esteticismo de Garry Winogrand, la energía visual de Ryan McGinley, el silencioso colorido de William Eggleston o la extrañeza brumosa de Todd Hido. Y qué decir de las simetrías urbanas de Joel Sternfeld. O de los maravillosos Stephen Shore y Bernard Plossu. O del resto de fotógrafos que recoge el volumen, como el danés Jacob Holdt, que a comienzos de los setenta se pasó cinco años viajando en autostop por Estados Unidos, sin dinero, vendiendo su plasma en bancos de sangre, dos veces a la semana, a cinco dólares la extracción. Todos ellos forman ya parte del camino. Como los hitos kilométricos. Indicándonos la dirección.

*Josep M. Rodríguez es poeta. Su último libro es Josep M. Rodríguez Ecosistema (Pre-Textos, 2015). 

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Escandar Algeet invita a viajar por EEUU con los 'beatniks' acelerados de Jack Kerouac

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  • Jack Kerouac. La filosofía de la la Generación Beat y otros escritos. Prefacio de Robert Creeley. Traducción de Pablo Gianera. Caja Negra, Buenos Aires, 2015. 
  • Jack Kerouac. Viajero solitario. Traducción de Pablo Gianera. Caja Negra, Buenos Aires, 2013. 
  • VV. AA. En la carretera. Viajes fotográficos a través de Norteamérica. Prefacio de David Campany. La Fábrica, Madrid, 2014. 

Hubo un tiempo en el que los jóvenes estadounidenses querían ser Jack Kerouac. O su alter ego Sal Paradise, o cualquier otro personaje de En la carretera. Una novela que llega a las librerías por primera vez el 5 de septiembre de 1957 y pocas semanas después ya cuenta con tres nuevas ediciones. Aunque detrás de ese éxito se escondía también el trabajo del escritor y crítico literario Malcolm Cowley, que colaboraba de forma asidua con la editorial Viking Press y que prácticamente obligó a nuestro autor a corregir, retocar y rehacer la narración en varias ocasiones antes de publicarla. Y eso que Jack Kerouac había empezado a redactarla a finales de la década de los cuarenta. Es decir, que tarda alrededor de diez años en concluir la novela que está considerada el paradigma de la escritura vertiginosa, visceral y casi alucinatoria. Allen Ginsberg lo llamó "spontaneous bop prosody". De hecho, aquel mismo otoño del 57 se publica en las páginas de Black Mountain Review un artículo en el que el autor beatnik defiende que "hay que escribir sin conciencia, en un semi-trance”… Y "nada de correcciones (excepto obvios errores racionales)".

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