Al final del miedo
Cecilia Eudave
Páginas de Espuma (2020)
Al final del miedo está compuesto de ocho cuentos unidos por un claro hilo conductor: los huecos que misteriosamente se abren en el suelo, huecos físicos pero también interiores, metáfora de los abismos que nos contemplan y nos aguardan. El hueco aparece desde la primera frase del relato inicial, 7 minutos: "Jorge descubrió, de pronto, un hueco en su cabeza donde cabía el vacío de su existencia, la opacidad de su presente". De esta manera se subraya en el mismo principio del libro la clave fundamental que une y atraviesa, de manera sutil y poderosa, todos los textos. En el hueco se instala la conciencia de nuestra fragilidad, nuestro malestar, lo que no podemos explicarnos, lo que nos hiere y nos interpela. Como en una fotografía de Grete Stern, si miramos con atención nuestro hueco de allí brota una presencia, cuyo rostro y cuerpo, reales en extremo, nos interrogan con la consistencia de los sueños, de una realidad otra surrealista y literal. Así, en 7 minutos hay "una figura diminuta femenina que ahora asomaba medio cuerpo por la ventana buscando algo".
¿Qué buscan las figuras diminutas que surgen en apariencia de la nada y nos enfrentan a su visión? ¿Qué o quiénes son, de dónde vienen, qué quieren decirnos? ¿Logran hacernos ver algo? Cecilia Eudave, que se confiesa muy próxima a Borges, engarza su particular modulación de lo insólito en una escritura muy cuidada, pulcrísima, que recuerda al autor de Ficciones.
La diminuta figura que se asoma a la pantalla para conversar con Jorge y suplicar su atención tiene nombre, un nombre cotidiano, habitual: Raquel. Participa a la vez del mundo de las alucinaciones y del de la estricta realidad (que, como sabemos, a veces toma la forma de un extraño sueño). Después de hablar con ella, a Jorge "le hubiera gustado que las circunstancias sucedieran de otra forma, y que Raquel no fuera una alucinación sino una persona real. ¿Y si lo era?".
¿Y si los diminutos, fantasmales y extrañables seres con los que conversamos a veces, nuestros personajes interiores ("le petit personnage qu’il y a en moi", escribe Proust), nuestras proyecciones amorosas o nuestros muertos fueran reales? Raquel de hecho está muerta, como sabemos al avanzar en la lectura del cuento. Entre ella y Jorge no hubo en apariencia ningún vínculo, aunque en realidad sí lo hubo. Jorge fotografió años atrás el edificio habitado por Raquel para una revista de arquitectura. Se trata de lo que él considera "una fotografía perfecta", "por ese juego de luces tan natural que se filtró, bañando con un halo casi irreal la escena. El árbol gigantesco de un costado, la esquina redonda del edificio erguido con mucho garbo y los vitrales del lado derecho e izquierdo orgullosos de sus mascarones indígenas estilizados". Jorge tiene de hecho la imagen como salvapantalla de su ordenador y precisamente por ahí se asoma y empieza a hablar Raquel. Al recordar el momento de la fotografía, Jorge piensa que tal vez en aquel instante "ella se asomó por la ventana, vestida con esa bata de tafeta verde cubriendo un cuerpo maravilloso". La ventana física de un edificio se vincula por extraños y precisos pasillos con la ventana del ordenador y la mujer que se asomó en el pasado a una ventana vuelve a asomarse a una pantalla, a desbordar sus marcos a la vez concretos e impalpables, poderosa metáfora de la navegación tecnológica y al mismo tiempo interior.
En este cuento aparece también por primera vez el "hoyo negro" (página 23) que será una constante en el libro. "Cada día salen más en la ciudad", le dice a Jorge el portero del edificio donde vivía Raquel. "Parecen no tener fondo", replica Jorge, a lo que el portero responde sabia y enigmáticamente: "Todo lo tiene, joven, hasta uno".
En Sereno olvido Isabel recuerda su nombre pero asiste perpleja a un repentino proceso de olvido de las personas conocidas: "La gente se ausentó de su cerebro o cayó dentro de un agujero oscuro, sin alcanzar a tocar fondo" (página 26). A los hoyos en el suelo, les corresponden los hoyos interiores, los huecos que se abren dentro de nosotros como si albergáramos una ciudad dentro y por sus calles se pasearan las personas queridas que deberían sortear inquietantes agujeros. Además, la cuestión del "fondo", íntimamente ligada al "hueco" y al "hoyo", es muy importante. ¿Qué significa, a nivel literal y simbólico, tocar fondo? Isabel llega a casa de Elías habiendo olvidado todo menos a él y Elías la contempla "desolado y hueco, con una tristeza ingrávida deshaciéndose en recuerdos". Quiero subrayar la belleza de esta corporeización de la tristeza a la que podemos ver (aunque se describa como ingrávida) deshilachándose en imágenes pasadas que se suceden a modo de ráfagas ante los ojos y ante el corazón (etimológicamente "recordar significa volver a pasar por el corazón").
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En Cazando un día de campo Ismael se siente hechizado por un cuadro en cuya escena campestre hay una pareja de espaldas que desborda paz. Mirándolo con atención, descubre que la pareja mira otra pintura dentro de la pintura: "una pintura de otra pareja que a su vez miraba embelesada un navío o algo semejante en el horizonte de un mar agitado". Siempre contemplamos y soñamos con la vida de los otros y siempre esperamos que alguien analice nuestra mirada. Que analice nuestros huecos interiores, los huecos de una vida fantasmal, hermosa o inquietante. En Deja que sangre sabemos que "esas callejuelas estaban llenas de agujeros que en ocasiones apenas permitían pasar el auto. Esos huecos oscuros que a decir de la gente albergaban subterráneos". Se trata de los huecos oscuros que albergan nuestros subterráneos interiores, los huecos que nos permiten tomar conciencia de "que tan oscuro sea nuestro corazón en las tinieblas".
Al final del miedo nos enseña que nos habitan seres vacilantes, "seres subterráneos", seres que hacen que nos preguntemos si los hoyos son un peligro o un refugio, que nos interpelan en el fondo sobre la compleja condición humana. Este libro espléndido, luminoso, con inteligentes destellos de humor, nos muestra que así somos todos, seres algo perdidos, frágiles y desorientados, esperando llegar de una vez al final del miedo.
* Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.