Las librerías celebran el Día del Libro con nuevas aperturas y un optimismo inesperado

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“Entonces todo pintaba fatal”. Lo dice Álvaro Manso, portavoz de CEGAL, la confederación de librerías españolas, que reúne a unos 1.600 locales. Piensa en el Día del Libro de 2020, cuando España miraba todavía al mundo desde la ventana. Y piensa también en esa celebración callejera de Sant Jordi prevista para julio, que también tuvo que cancelarse debido a los malos datos de la pandemia. Este 23 de abril, las librerías catalanas podrán volver a montar sus tradicionales paradas, y los escritores de todo el país ejercitan ya las quizás desacostumbradas muñecas para volver a firmar libros y encontrarse con los lectores —siempre con las medidas de seguridad que el pasado abril parecían aún una rareza—.

Quién iba a decirles a los libreros, hace un año, que el Día del Libro de 2021 sería tan festivo. No solo porque ahora sí sea posible ver cara a cara a sus clientes —o mascarilla a mascarilla—, sino porque en plena pandemia han presenciado la apertura de nuevas librerías y porque incluso las cifras de ventas resultan sorprendentes: según cifras provisionales de CEGAL, en el primer trimestre de 2021 las librerías han ingresado 87 millones de euros, por encima de los 78 millones de euros de 2020... y también de los 85 millones de euros del mismo periodo de 2019. “Cuando hicimos las predicciones de ventas al principio de todo esto, teníamos varios escenarios. Ahora nos encontramos con que estamos mucho mejor que nuestras previsiones más optimistas”, dice Manso.

Por estas fechas de 2020, se hablaba con temor de las librerías que no superarían el covid-19. Ahora, se habla de las que se han inaugurado pese a todo. En Madrid han sido La Imprenta, Taschen y Lata Peinada, que ya tenía un local en Barcelona. En la capital catalana, pueden contarse Finestres, Fahrenheit 451, Byron, Restory, Arts Libris o el nuevo local de la Ona. ¿Pero quién querría abrir una librería, un negocio ya de por sí arriesgado, en medio de una crisis como esta? Pues los socios de La Imprenta, por ejemplo. “La primera reunión del colectivo en la que empezamos a pensar en que queríamos montar una librería fue tres días antes de que nos confinaran”, recuerda Miguel Ángel Vázquez, poeta y socio a cargo del trabajo de cara al público en su local de Malasaña. Lejos de amedrentarse, salieron del confinamiento más convencidos aún: “Estamos todos muy tristes, estamos con un bajón absoluto y sentíamos que lanzando ahora un proyecto como este podíamos aportar un poco de esperanza y de alegría. Cuando esto termine, será muy fácil lanzar proyectos. Pero cuando es necesario es ahora”. Y ahí están, cumpliendo su primer mes.

A ellos les animó el apoyo de los lectores, que durante el cierre de los comercios y en la desescalada estuvieron apoyando a las librerías ya fuera mediante la adquisición de bonos para canjear en el futuro o mediante la compra online. En la nueva normalidad, ese entusiasmo no parece haber decaído: “La acogida ha sido maravillosa”, cuenta Vázquez, “cada día viene alguien del barrio a presentarse, a preguntar, a ofrecer actividades. De hecho, las primeras actividades son de vecinas que se han acercado a ofrecerse para hacer talleres de ilustración y de teatro”. Con un aforo reducidísimo de 9 personas, pero la librería está ya haciendo presentaciones de libros —ya ha salido el primero de este proyecto que también quiere ser editorial—, recitales y firmas.

Los responsables de Lata Peinada también hablan del apoyo vecinal como una de las claves de estos últimos meses: con las restricciones de movimiento, los clientes del barrio se convirtieron en una clave de la subsistencia de su local de Barcelona, abierto en abril de 2019, y de la apertura del de Madrid, inaugurado el pasado noviembre: “La pandemia trajo una revalorización del comercio de cercanía, quizás porque las grandes superficies estaban cerradas, quizás porque la gente no se podía desplazar, quizás porque hemos vuelto a apreciar cosas que habíamos olvidado”, dice Paula Vázquez, escritora y socia del proyecto. El despegue en Madrid superó todas sus expectativas de venta, y “el boom del proyecto nuevo” hizo que superaran incluso las de Barcelona.

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Para los socios de Lata Peinada, la pandemia trajo incertidumbre, pero también el tiempo que necesitaban para pensar en el futuro del proyecto. La idea de abrir un local en Madrid “estaba presente desde el inicio, como horizonte”, pero hasta el frenazo impuesto por el covid-19 habían estado completamente dedicados al de Barcelona. A ese súbita pausa se unió otro motivo de peso mucho más pedestre: con la crisis económica asociada a la sanitaria, el precio del alquiler bajó sustancialmente en la capital, también en los locales. Y otro aún más intangible: “Mi socio y yo somos argentinos”, dice Paula Vázquez, “y decimos medio en broma que nuestros commodities de exportación son la soja y la incertidumbre. Después de todo lo vivido, tenemos una especie de sexto sentido: frente a estas dificultades qué hacemos para seguir viviendo”. Pero no todo es de color de rosa: tras el estallido inicial, la campaña de Navidad fue más floja de lo esperado... y luego llegó la tormenta Filomena. “Por una semana no pudimos abrir”, cuenta, “tuvimos un árbol caído en la puerta por casi 10 días que tuvimos que quitar los vecinos, y luego estaba la sensación es que la ciudad estaba un poco deprimida, con metro y medio de nieve, las cañerías congeladas...”. Con la primavera, el sol ha vuelto a salir en más de un sentido.

Los libreros aplaudieron la reacción de los lectores, pero lo que no podían saber es que esta se mantendría en el tiempo. “Una de las preguntas que nos hacíamos en verano”, apunta Álvaro Manso, librero en Luz y vida, en Burgos, “era si esto era una reacción tras el confinamiento, pero las cifras del primer trimestre de 2021 nos hacen ver que la tendencia continúa”. Es pronto para conocer al detalle los motivos de este crecimiento del consumo, pero CEGAL apunta a varias posibles causas. En primer lugar, el aumento del tiempo de lectura: en 2020 los lectores frecuentes leyeron media hora más semanal que en el año anterior, según el barómetro de hábitos de lectura y compra de libros publicado por la federación de editores. En el confinamiento domiciliario, se leía casi una hora y media más que de costumbre, una tendencia que se notó sobre todo en los menores de 35 años y entre las mujeres. Según este mismo estudio, aumentó el número de españoles que había comprado libros no de texto en el último año, y tanto las librerías físicas como la venta online se vieron beneficiadas de este crecimiento.

Durante el confinamiento estricto de la pasada primavera, la industria editorial aprovechó para replantearse ciertas cosas. Librerías, editoriales y distribuidoras independientes señalaron que el ritmo del mercado era insostenible, que había que parar. Con la reapertura, y particularmente desde el pasado otoño, la publicación de novedades ha vuelto a acelerarse y aquellas conversaciones quedan ya muy lejos. Pero hay quien no las olvida. “Nosotros defendemos la slow culture”, dice Miguel Ángel Vázquez desde La Imprenta —aunque también señala que no les gusta que el término acuñado esté precisamente en inglés—. “Nos espantó una nota de prensa de enero de Netflix que decía que iba a publicar una película original suya a la semana. ¿Realmente hace falta publicar 50 y pico películas al año solo en Netflix? Estamos en una cultura de consumo en la que si no has leído equis libros estás fuera, y en la que los libros tienen una vida media de tres meses. Nosotros no queremos contribuir a eso”. El proyecto se ha unido al mercado social de Madrid, y la editorial trabaja con una distribuidora independiente que trata de huir de ciertas lógicas del mercado. ¿Hay espacio, en este contexto, para librerías que se resistan a pasar por el aro? El tiempo lo dirá. Y los lectores.

“Entonces todo pintaba fatal”. Lo dice Álvaro Manso, portavoz de CEGAL, la confederación de librerías españolas, que reúne a unos 1.600 locales. Piensa en el Día del Libro de 2020, cuando España miraba todavía al mundo desde la ventana. Y piensa también en esa celebración callejera de Sant Jordi prevista para julio, que también tuvo que cancelarse debido a los malos datos de la pandemia. Este 23 de abril, las librerías catalanas podrán volver a montar sus tradicionales paradas, y los escritores de todo el país ejercitan ya las quizás desacostumbradas muñecas para volver a firmar libros y encontrarse con los lectores —siempre con las medidas de seguridad que el pasado abril parecían aún una rareza—.

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