Lluvia a mediodía

José Luis Morante

La lluvia en el desierto. Poesía completa (1995-2016)Eduardo GarcíaPrólogo de Andrés NeumanEpílogo de Vicente Luis MoraFundación José Manuel LaraSevilla2017La lluvia en el desierto. Poesía completa (1995-2016)

 

Conservo muchas imágenes de Eduardo García (São Paulo, 1965-Córdoba, 2016). Son tomas fijas con localizaciones muy precisas: Madrid, Córdoba, Montilla, otra vez Madrid… No es un álbum de nostalgia sino el dibujo de una presencia firme en la memoria y un resumen tumultuoso del temprano interés por la escritura poética de Eduardo García. Así que la edición de La lluvia en el desierto que aglutina la obra completa y desvela sus materiales inéditos me parece un acontecimiento editorial de magnitud.

Miro desde el reposo la nota previa del poeta y novelista Andrés Neuman para que el viaje nunca resulte una gramática extraña sino un recorrido de asentimientos. El porteño opta por la cercanía afectiva de la evocación y deja la densidad reflexiva en nota marginal. En sus palabras fluyen los recuerdos como un rumor de lluvia a mediodía; y esa es la más efectiva clave de acceso al mundo literario que analiza en el balance final otro excelente conocedor de la personalidad lírica de Eduardo García, el poeta, ensayista y narrador Vicente Luis Mora, quien me notificó el tiempo adverso de la enfermedad y su doloroso desenlace.

Queda lejos el libro ganador en 1995 del certamen Ciudad de Leganés, Las cartas marcadas. Era un primer paso que mostraba dos magisterios referenciales, Pere Rovira y Luis Alberto de Cuenca. Ambos creadores convocan en sus versos un lenguaje intimista y depurado; apuestan por una visión del discurrir biográfico trascendido. El juego de luces de la emoción camina convertido en alma del poema, es el resplandor de su verdad, sin necesidad de imágenes contundentes ni laberintos conceptuales.

La voz encontraría muy pronto entonación precisa en su segunda salida No se trata de un juego (1998); con él consiguió el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, y unos meses después el Premio Ojo Crítico al mejor libro de poesía joven. Eduardo García se convertía de facto en una de los hitos de su generación; así lo corrobora su presencia en antologías que exploraban las coordenadas fundacionales del nuevo siglo.

No tarda mucho en aparecer el primer ensayo del poeta, Escribir un poema (2000), entrega que constata desde la experiencia del creador su preocupación por el repertorio básico de destrezas, las fases del proceso creativo, lejos del tópico del poeta iluminado, y la sostenida indagación metaliteraria sobre el fenómeno poético. Son elementos de pensamiento crítico que adquieren su formulación conceptual en su nuevo ensayo Una poética del límite . 

Es evidente que tras Horizonte o frontera  los nuevos libros de Eduardo García alientan en su transcurso una evolución que desplaza registros hacia lo visionario y lo simbólico. Así sucede en la entrega transicional Refutación de la elegía (2006), que aunque participa del clima reflexivo de sus pasos anteriores apunta con serena caligrafía hacia lo celebratorio, y con el poemario posterior La vida nueva cuyo empeño regenerativo trasciende el conformismo para abordar desde la palabra una razón de vida, aunque nunca se apague la conciencia de finitud y ese epitelio de estar transitorio que forma la nube existencial. Con Duermevela (2014) Eduardo García consiguió el XXXV Premio Internacional Ciudad de Melilla y es la expresión más nítida de su inmersión en el realismo visionario. Más que abordar el fragmentarismo de lo real desde la palabra, el sujeto lírico sabe que las manos tendidas solo encuentran vacío y que es imposible sortear las inclemencias del lenguaje. De nada vale la existencia frente al andén final de la ceniza. Nadie sabe qué pedir al tiempo; desde este nihilismo desesperanzado que no encuentra coartadas se formulan muchos de los poemas de Duermevela. En la escritura se fusionan las luces y sombras de lo vivencial, ese duermevela compartido del dolor y del gozo

Sin duda el aporte esencial de esta edición son los dos poemarios inéditos en los que realiza la más honda introspección sobre esa verdad inamovible que convierte la vida en horizonte y frontera. En ellos lo biográfico alcanza densidad matérica, dan al verso una textura estremecedora. La hora de la ira (2016) conmueve por la presencia del desasosiego y la intemperie. El entorno interior se hace tierra quemada y expresión nocturnal; el tiempo es tránsito de sílabas contadas y una travesía de días sin futuro. Aunque después se ha introducido una sección de poemas no publicados, el colofón poético es Bailando con la muerte, una travesía reflexiva por el lado oscuro del fatum personal. Quien comparte su voz busca a tientas en el aire denso de la inquietud. Cerca siente las cuencas vacías de la muerte y el peso de su cuerpo empantanado en sombras. No hay respuestas; solo cumplimiento y vacío, un consumir la extraña cuenta atrás de quien regresa al invierno.

La fuerza del conjunto deja sin aliento. Queda expresada una trayectoria que hace patente la imbricación entre recorrido biográfico y creación con aportes incisivos y claves de escritura expuestas por la luz crítica de Vicente Luis Mora. El amigo escritor ha tenido un largo contacto en el tiempo con la personalidad humana y literaria de Eduardo García y esa contingencia se hace visible en el pleno acierto de su análisis crítico que logra en su formulación una objetividad definitiva.

Eduardo García nos dejaba en 2016, a los cincuenta y un años, poco después de que la enfermedad se convirtiese en vértice decisivo de su existencia. Ahora nos queda su poesía: los frutos de una voz que enseña a buscar luz, mientras se instala en la lucidez extrema de quien mira dentro y se siente un observador transitorio.

*José Luis Morante es poeta, antólogo y crítico. Su último trabajo es Pulsaciones (Takara, Sevilla, 2017)  

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