Escribieron guiones que llegaron hasta Hollywood, en 1921 protagonizaron una marcha que atravesó la Carrera de San Jerónimo y acabó con la entrega de un manifiesto en el Congreso de los Diputados por los derechos políticos de la mujer; en 1926 crearon el Lyceum, la primera asociación laica feminista; fueron corresponsales de guerra, ideólogas de conceptos económicos como las cooperativas o heroínas que recorrieron Latinoamérica luchando por la emancipación de los pueblos. Y todo esto antes de la República, cuando sus demandas fueron escuchadas y se consiguieron derechos tan importantes como el divorcio o el voto femenino.
Hablamos de María Lejárraga, Carmen de Burgos, Sofía Casanova, María de Maeztu, Carmen Baroja, Belén de Sárraga o Regina de Lamo, entre otras. Mujeres nacidas entre 1864 y 1876, que empezaron a publicar con el cambio de siglo y que, aunque la integraron junto a los hombres, fueron borradas de la historia oficial de la Generación del 98. Pioneras del feminismo en España que escribieron novelas, ensayos, obras teatrales, poemas y artículos; que pronunciaron conferencias, fundaron organizaciones y lucharon por su voz y sus derechos en un mundo de hombres que, en no pocas ocasiones, se aprovechaban de su talento manteniéndolas en la más plomiza oscuridad.
"Recordar qué decían y que pensaban marca mucho nuestro pensamiento actual. Fue un momento muy grande en cuanto a pensamiento y conquistas sociales, por lo que es interesante saber quién estaba ahí. Porque los hombres los tenemos claro, pero preguntarnos si había mujeres en ese momento es importante. Y las hubo", remarca a infoLibre la escritora y periodista Carmen Estirado, autora de Lo que yo iba escribiendo. Las mujeres de la Generación del 98 (Carpenocten, 2022). Un ejercicio de memoria y de justicia para incluir en la fotografía a todas esas mujeres que, pese a su trabajo literario y político de vanguardia, y enormemente exitoso en su época, fueron apartadas de los manuales que nos cuentan qué fue y quién formó la Generación del 98.
A través de fragmentos de sus propios escritos, cartas y declaraciones públicas, este ensayo pone en valor su legado. "Para intentar investigar quiénes eran me he ido a la prensa de hace cien años. Así constaté que a la vez que salían Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Valle-Inclán y tantos otros hombres enmarcados en esa generación, salían también estas mujeres. He ido haciendo un rastreo y apuntando quién salía al lado de ellos, no solo en prensa, sino por ejemplo también en la llamada Novela blanca, que era una tira de libros de antología de novelas que escribían ellos y ellas, porque las mujeres estaban a la par. A partir de ahí, he intentado encontrar estas novelas y escritos, que es la parte más difícil", explica Estirado.
Y aún prosigue explicando su método: "La prensa la puedes buscar en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional (BNE) y es relativamente sencillo si le pillas el truquillo. Pero para buscar sus libros tienes que acudir a fondos especializados de hace más de cien años, como la Biblioteca Joaquín Leguina de Madrid, el Ateneo, la Real Academia de la Lengua, también la propia BNE... no están todas, pero están, aunque ya tienes que pedir cita previa, te dan unas cuantas horas... es más complejo. Además, no se ha reeditado mucho salvo algunas excepciones con María Lejárraga o Carmen de Burgos, por lo que siguen siendo ediciones de hace cien años. Preciosas, por otro lado".
Empieza la autora su investigación centrándose en María de la O Lejárraga, escritora y feminista española más conocida como María Martínez Sierra, seudónimo que adoptó a partir de los apellidos de su marido, el exitoso dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, y bajo cuyo nombre escribió gran parte de su obra. Tanto es así que él incluso adquirió cierta fama de escritor feminista gracias a unos textos que, aunque llevaban su firma, todo el mundo sabía que no eran suyos.
"En sus libros él animaba a las mujeres a estudiar y a no conformarse con un amor romántico y demás, pero es que al leer las conferencias me le imaginaba con María sentada en primera fila mientras él leía cosas escritas por ella. Me parece muy injusto", destaca Estirado, quien apunta que este es un caso especialmente evidente porque está "muy datado y tiene mucha correspondencia" entre Gregorio y María en la que él le dice cosas como 'venga, date prisa, mándame esto o aquello'.
"Estaba claro que era la autora y todo el mundo lo sabía, pero incluso ahora cuando te pones a buscar sus escritos los tienes que buscar por Gregorio Martínez Sierra, aunque es verdad que de un tiempo a esta parte al fin se está empezando a añadir una coletilla de 'colaboración de María Lejárraga'", explica, añadiendo: "Pero en la portada sigue estando él y ya está, por lo que te entra cierta rabia por la tantísima fama que tuvo este hombre, el dramaturgo más importante del momento".
Cuando decimos que todo el mundo lo sabía queremos decir todo el mundo con cierto grado de presencia en la escena cultural de la época, en la manera que fuera. Desde tramoyistas o actores de las obras escritas por ella y puestas en marcha por Gregorio como empresario teatral, hasta nombres tan venerados como Juan Ramón Jiménez o Manuel de Falla, para quien María escribió el libreto en El amor brujo. De hecho, Manuel de Falla era uno de los mejores amigos del matrimonio entre María y Gregorio, llegando a mantener con ella una relación creativa en la que ambos "se inspiran y admiran mutuamente".
"Manuel le dice 'qué buenos poemas haces, yo no sabría usar tus palabras', y ella le responde 'cómo pones música a lo que yo estoy imaginando'", apunta la autora de este ensayo, quien señala, asimismo, que Juan Ramón Jiménez era muy amigo e "iba a las tertulias" de María Lejárraga y también de otra mujer esencial de la época, Carmen de Burgos, que no estuvo bajo la sombra de ningún hombre pero se escondió bajo la firma de Colombine. Un seudónimo que le puso en 1903 Augusto Fernández de Figueroa, director de El Diario Universal, al tiempo que le ofreció escribir una columna diaria convirtiéndola en la primera periodista de España.
Ellos estaban muy cómodos en su lugar siendo los que tenían más gloria pese a que ellas estuvieran escribiendo también, editando incluso sus textos, traduciendo cosas que luego ellos leían y que eran sus principales inspiraciones
Otro ejemplo es el de Sofía Casanova, quien mantuvo también una relación muy especial con muchos escritores, ya que despuntó con sus poemas desde muy joven. Tanto es así que Benito Pérez Galdós se convirtió en uno de sus principales defensores y la tuvo "un poco como ahijada, algo completamente extraordinario" en aquel tiempo: "Que un hombre estuviera apadrinando a una mujer mucho más joven y que le diera ese respeto era algo muy inusual".
Igualmente paradigmático es el caso de María de Maeztu, quien defendió que los niños y las niñas tenían que hacer deporte en las escuelas y que para eso tenían que tener un patio. "De manera que el patio, que lo damos por hecho y lo hemos disfrutado tanto, se lo debemos a ella, que los defendió a capa y espada", subraya Estirado, lamentando, al hablar de colegios, que todavía no estén todas estas mujeres incorporadas a los libros de texto: "No salen pero se empieza a hablar de ellas. Y una vez que se habla de ellas, el siguiente paso será incluirlas en los libros de texto, por lo que creo que en unos años se estudiarán. Pero ahora mismo la Generación del 98 sigue la que nosotros estudiamos".
Una generación de mujeres invisibilizadas a pesar de compartir tiempo, espacio y talento con los hombres que sí salen en los libros, en las enciclopedias y en las fotografías. Unos hombres que estaban "muy cómodos en su lugar siendo los que tenían más gloria pese a que ellas estuvieran escribiendo también, editando incluso sus textos, traduciendo cosas que luego ellos leían y que eran sus principales inspiraciones". Hacían mucho "trabajo sucio", en definitiva, dándose perfecta cuenta, como queda de manifiesto con María Lejárraga hablando del amor romántico o Carmen Baroja de privilegios.
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"En ese sentido, ellos eran conscientes de su privilegio, pero para poner esta palabra sobre la mesa y valorar si es o no es justo, se necesita una reflexión y unos años de cuestionamiento", plantea la autora, quien reconoce que "no se puede mirar al pasado con los ojos del presente, porque está claro que estaba todo muy normalizado". "Pero sí creo que las personas que tenían estos privilegios sabían en algún punto que lo estaban haciendo mal. Sobre todo por la cantidad de historias que hay tremendas de abusos de todo tipo, también en algunos casos físicos. Tenían que saber que lo estaban haciendo mal", apostilla.
Porque hay muchísimos más casos de mujeres que sufrieron la violencia del silencio por parte de sus familias y los hombres que las rodeaban. Hasta el punto de Carmen Baroja, responsable de Artes Plásticas en el Lyceum Club Femenino que funcionó en Madrid entre 1926 y 1939, que era comisaria de importantísimas exposiciones y programaba las conferencias "a una hora en la que pudiera estar para luego irse corriendo a preparar la cena a su marido" ya que, de lo contrario, tendría serios problemas en casa: "Eso es muy representativo de ese miedo que tenían a cumplir siempre, a qué pasaba si llegabas a casa un poco tarde. Fue una generación que es increíble que sacaran tantas cosas adelante con todo lo que sufrieron. Hasta el punto de que hay cosas que hicieron que nos han marcado nuestra vida".
Es por ello que, recordándolas, reivindicándolas y tomándolas como ejemplo, plantea Estirado que ahora nosotros tenemos que "actuar como bisagra para el futuro intentando regalar una biblioteca despatriarcalizada para el futuro". "Creo que nosotros vamos a tener siempre una pequeña tara y siempre vamos a tener que ir corrigiéndonos. Este es un ejercicio que tenemos que hacer por justicia y generosidad, y tenemos esta oportunidad de quizás dejar el mundo un poquito más bonito del que hemos recibido", concluye, no sin antes lanzar un melancólico lamento: "Ojalá hubiera leído yo las historias de estas mujeres en el colegio, ojalá las hubiera leído mi madre, porque hay cosas muy modernas".
Escribieron guiones que llegaron hasta Hollywood, en 1921 protagonizaron una marcha que atravesó la Carrera de San Jerónimo y acabó con la entrega de un manifiesto en el Congreso de los Diputados por los derechos políticos de la mujer; en 1926 crearon el Lyceum, la primera asociación laica feminista; fueron corresponsales de guerra, ideólogas de conceptos económicos como las cooperativas o heroínas que recorrieron Latinoamérica luchando por la emancipación de los pueblos. Y todo esto antes de la República, cuando sus demandas fueron escuchadas y se consiguieron derechos tan importantes como el divorcio o el voto femenino.