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Memoria y ceniza

Antonio Jiménez Millán

La ceniza de tu nombreJorge VillalobosLa ceniza de tu nombre

GranadaValparaíso2017

 

Jorge Villalobos Portalés (Málaga, 1995) publicó en julio de 2014 su primer libro, Mi voz, que te reclama, con prólogo de José Infante. Ya se advertía en él una clara afinidad con grandes nombres de la generación del 27, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre sobre todo, pero también con Miguel Hernández y Blas de Otero. Después, Jorge Villalobos ha escrito dos nuevos libros, Donde nace el invierno y el que ahora publica Valparaíso: La ceniza de tu nombre. Se divide en dos secciones bien diferenciadas y el título ya se justifica en el primer poema, “Elegía a Carolina Portalés” (“Si pudiera olvidarte,/ presenciar las cenizas de tu nombre y no arderme…”). “Sé que el dolor es la única nobleza”, escribió Charles Baudelaire. Está claro que el dolor ha sido una forma de aprendizaje para Jorge Villalobos, como se advierte en esta sentida elegía a la madre muerta, un motivo que en la poesía española contemporánea sustentó algún libro memorable como El retorno (1954), de José Agustín Goytisolo, evocación de la figura de Julia Gay, víctima de un bombardeo de la aviación fascista italiana sobre Barcelona en marzo de 1938.

Desde el inicio, Jorge Villalobos hace una estrecha identificación entre poesía y vida, incluso cuando marca la distancia entre una y otra, subrayando el carácter ficticio del poema (“al engaño de quien busca en un verso lo mismo que en la vida”). En poesía, aprendices somos todos, sea cual sea la edad, pero La ceniza de tu nombre es un libro que ya demuestra cierta madurez, una asimilación distinta de las lecturas que se traduce en una mayor riqueza de matices y sugerencias. El “Libro primero” es, en realidad, un texto unitario, una secuencia de doce poemas de tono narrativo en los que van cruzándose  diferentes voces, con una construcción formal que escoge el versículo y un despliegue de imágenes visionarias que intensifican la emoción. A través de ellos, la memoria configura la identidad –el nombre—, pero implica también el vacío del presente (“Te doy la bienvenida a un nombre aunque duela vivirlo”, I). La reflexión y el ritmo sostenido que unifican la secuencia de poemas no renuncian al estilo coloquial: por momentos, la lectura de esta elegía me ha recordado uno de los mejores libros de la posguerra: La casa encendida, de Luis Rosales, donde el poeta granadino adoptó formas coloquiales y una gran libertad de ritmo para conseguir la cercanía con el lector, en un claro intento de superar la división entre lenguaje narrativo y lenguaje lírico.

La evocación que despliegan los poemas elegíacos de Jorge Villalobos se mueve en una amplia gama de contrastes. La memoria es luz y oscuridad, la vida “se evapora” en las palabras, pero sólo ellas materializan los recuerdos y las sensaciones; los objetos provocan extrañeza y al mismo tiempo determinan la relación del sujeto con su entorno cotidiano; el tiempo “no interrumpe nada aunque todo sea diferente”. El contraste temporal funciona a lo largo de toda la secuencia, y así la infancia aparece como una patria perdida o un recuerdo lejano sin el cual no tendrían sentido ni el presente ni la madurez que comienza a asumirse. La ceniza de tu nombre es una afirmación vital contra la muerte, un fiel reflejo de la continuidad de la existencia; a partir de ahí, la voz poética se diversifica y aparecen familiares, amigos que ya no existen y sin embargo forman parte de la infancia del protagonista. Esa dialéctica presencia/ausencia gira en torno a un motivo recurrente, la fecha del 10 de junio, el día en que nació Jorge Villalobos, y vuelve a centrarse al final en la figura de la madre: “porque yo soy tus labios aunque hablen con el lenguaje de tu  ausencia;/ y aún me quieres, y esto es suficiente”.

Los poemas que se integran en el “Libro segundo” se apartan del ritmo versicular de la elegía que les precede y suelen ajustarse al endecasílabo. Ahora pasan a primer plano la reflexión sobre la poesía o el valor de la libertad frente al miedo. La mirada interior organiza un mundo propio y el poema “tiene el horizonte de una/ conversación a solas” en la que vuelven a surgir la infancia y la adolescencia como referentes, la soledad y, especialmente, el amor, otra forma de exaltación vital que no excluye el dolor. Si antes mencioné a Luis Cernuda, quiero referirme ahora a algunos de sus poemas como “La gloria del poeta” (Invocaciones), “A un poeta muerto (F.G.L.)” (Las nubes) o “Las ruinas” (Como quien espera el alba), para destacar el sentido profundo de La ceniza de tu nombre e incluso de muchos poemas incluidos en Donde nace el invierno: la sed de eternidad o de infinito que siente el poeta se enfrenta al miedo y a los límites, pero aspira siempre a la libertad: “Hay en la vida una celebración/ que no conoces y que eres tú mismo;/ sobrevivir, vencer tu propia sombra,/ tus días y tus noches…” (“Retrato de familia con otro negativo”).

“Amar es inventar otra existencia”, dice un verso de Jorge Villalobos.  Y, quizás porque nombrar el amor supone ser consciente de la pérdida o del olvido, la voz poética conjura otras amenazas: el miedo a confundirse en la rutina de la gente formal, encasillada, la disolución en la costumbre, en el vacío. En el fondo, se trata de esa búsqueda de lo sagrado personal que se convirtió en una constante de la poesía moderna a partir del romanticismo, con todo lo que ello implica de enfrentamiento con la muerte. No me parece casual que el último poema lleve el título del libro, “La ceniza de tu nombre”: “Aunque nos despidiéramos del todo,/ llevo tu nombre escrito en la garganta”.

*Antonio Jiménez Millán es profesor de Literatura y poeta. Su último libro, la antología Antonio Jiménez MillánCiudades (Renacimiento, 2016).

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