El mercado contra el bien común

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Albino Prada

Michael Sandel subtitula su ensayo La tiranía del mérito La tiranía del méritocon la pregunta ¿qué ha sido del bien común? Por eso creo que los asuntos abordados en su libro remiten necesariamente a un excepcional ensayo suyo anterior (Lo que el dinero no puede comprar) a su vez subtitulado, para dejarlo claro, así: los límites morales del mercado.

Porque para entender el alcance de su crítica a la meritocracia, incluso cuando se esconde tras la retórica de la igualdad de oportunidades, es imprescindible partir de su crítica de la sociedad de mercado: aquella en la que se supone que todo puede y debe adquirirse a cambio de dinero. Entonces pasaríamos de "tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado" (Sandel 2013: 18).

Comparto con él que hay muchas cosas que el dinero puede, pero no debe, comprar. Algo sobre todo crucial en una época en la que la digitalización está haciendo posible "monetizar" (esta es hoy la palabra mágica) cosas que ni nos imaginábamos que pudiesen serlo. Una época en la que la tecnología hace posible una ilimitada sociedad de mercado.

Sandel razonaba en ese ensayo que hay que mantener a los mercados en su sitio, para que los valores mercantiles no desplacen a valores no mercantiles que merecen ser protegidos. Como la dignidad, el respeto, la equidad, el altruismo, la libertad, la no corrupción o la verdad. Los ejemplos que detallaba allí son numerosos: las cárceles, carreteras, órganos humanos, la ciudadanía, la caza, los derechos de emisión, el ingreso en centros educativos, cobayas médicas, mercenarios, hacer colas, seguridad, espacios publicitarios públicos, óvulos y esperma, prostitución, calificaciones, infracciones, puntualidad, honores,… muy buenas razones para empezar por este ensayo, a quién no lo conozca, antes de entrar en el que nos ocupa.

Conviene recapitularlas aquí telegráficamente antes de pasar a comprobar en su último ensayo como el mérito también puede acabar mercantilizado y, de rebote, siendo contraproducente para el bien común. Pues podría ser que la equidad, en el acceso a un centro educativo por ejemplo, no la garantizase el mérito sino el azar en ciertas cosas.

El mercado y el mérito

¿Qué tiene que ver el mérito y la meritocracia con mantener a los mercados en su sitio, con impedir que los valores mercantiles desplacen a valores no mercantiles que merecen ser protegidos?, o ¿porque el mérito es contrario al bien común?

Al final de su ensayo Sandel responde a este dilema así: "la clasificación meritocrática nos enseñó a creer que nuestro éxito es obra exclusivamente nuestra y, con ello, erosionó nuestro sentido de deuda con la comunidad".

Sandel no cree, y lo argumenta muy bien, que el éxito sea obra exclusiva nuestra. Por eso cree –siguiendo a Rawls– que si no supiésemos si vamos a criarnos en una familia rica o en una pobre, cambiaríamos en función de ello el tipo de sociedad que elegiríamos para nacer.

Frente al ideologema de que una meritocracia es justa porque recoge la cosecha competitiva entre las capacidades de cada ciudadano (como si de un concurso televisivo se tratase o, aún peor, del resultado de un campeonato de los dioses del deportes) Sandel se decanta por asumir que el mérito no es sólo mérito propio. Que, en buena medida, depende del país, la generación, la región, la familia o la herencia genética que a uno le haya otorgado el azar.

Y, si es así, procede actuar según el principio de redistribución de Rawls para que la calidad de vida de todos y cada uno de los ciudadanos del mundo no dependa de esas dotaciones iniciales.

Porque la meritocracia basada en la excelencia de los títulos académicos obtenidos en determinadas instituciones podría no ser más que un anticipo hereditario del estatus de los progenitores y no del esfuerzo propio. Una meritocracia en que unos pocos (con muy altas credenciales educativas) gobiernan a los muchos que carecen de ellas.

Algo así sugiere la relación entre una y otra cosa en los Estados Unidos donde las puntuaciones en el SAT (acceso universitario) están fuertemente correlacionadas con la riqueza tal como documenta Sandel. Lo que, como consecuencia, retroalimentaría el círculo vicioso que se recoge esta gráfica sobre la relación del nivel de ingresos familiar con el nivel académico alcanzado.

La meritocracia que oculta una plutocracia. Fuente: Piketty (2019: 53). 

Pues, en Estados Unidos, mientras solo 25 de cada 100 jóvenes de familias menos ricas acceden a la enseñanza superior, son 90 de cada 100 los que lo hacen entre las familias más ricas. Estamos así ante una plutocracia disfrazada de meritocracia. Según Sandel: "los ricos y los poderosos han amañado el sistema para perpetuar sus privilegios… han convertido la meritocracia en una aristocracia hereditaria".

Algo que también se comprueba en España. Pues mientras el veinte por ciento de población con mayor renta y estatus laboral llega a acaparar el sesenta por ciento de los titulados superiores, en el cincuenta por ciento de menor renta y estatus la cuota de titulados superiores apenas supera el diez por ciento. O en la China actual.

Sociedades de castas hereditarias en las que no existe ni rastro de igualdad real de oportunidades para ocupar los niveles más altos de empleo cualificado y de gestión en el actual hipercapitalismo digital. Lo que los convierte en gestores del capital inmaterial y global del siglo XXI.

Puede resumirse con esta metáfora que tomo prestada (Avent 2017: 30-31):

"…la riqueza generada por un esfuerzo individual depende por entero de la sociedad en la cual se aplica dicho esfuerzo. De haber nacido y permanecido Bill Gates en Somalia, no sería un multimillonario del ámbito de la tecnología. Es más, si de adolescente Bill Gates hubiera sido llevado a Somalia y un adolescente somalí hubiera sido llevado a Estados Unidos en su lugar, con toda probabilidad Gates sería actualmente más pobre que el somalí".

Esto así, más allá de las ficciones o de los condicionantes reales, para Sandel una meritocracia –aunque utópicamente fuese perfecta– sería insatisfactoria por varias razones de fondo.

En primer lugar por la contradicción que supone el hecho de recibir las desproporcionadas recompensas que una sociedad de mercado reserva a las personas de éxito, en la medida en que es poco moral el recibirlas por factores que están fuera de nuestro control (entorno familiar y social). En segundo lugar por la soberbia y arrogancia que infunde en unos pocos y la humillación que supone en los muchos. En tercer lugar porque alimenta una idea tecnocrática que corrompe la democracia y despoja de poder a los ciudadanos corrientes.

Sandel personaliza su crítica en los profetas Reagan, Thatcher o Xiaoping, pero también en el liberalismo de centroizquierda de Clinton. Coincide en este último extremo con lo que Piketty (2019: 933) denomina izquierda brahmánica europea a lo Blair. Los abanderados del electorado con más estudios. Todos los citados y sus monaguillos nos conducen a un creciente malestar social de fondo, que acabará en manos de los Trump o Bolsonaros de turno.

Sin embargo, otro mundo es posible. Porque si desinflamos la soberbia meritocrática, podemos restablecer cierta cordura y sosiego en la enseñanza para pensar, profundizar y reflexionar sobre lo que somos y queremos ser. Porque si reconocemos que circunstancias vitales ajenas a nuestro control condicionan mucho nuestro destino, respaldaremos un Estado de Bienestar fuerte y no anoréxico. Con deliberación y voluntad por el bien común.

Para que frente a la sociedad de mercado y sus meritocracias, dispongamos de una sociedad decente que disponga de "mecanismos de protección contra la pobreza, la falta de vivienda, la explotación, la degradación de las condiciones laborales y la imposibilidad de acceder a la educación y a los servicios sanitarios" (Margalit 2010: 16 y 30) (Rawls 2001: 189).

Albino Prada es ensayista e investigador de ECOBAS.

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