Millás a la fuga

No es una novedad que, a Juan José Millás (Valencia, 1946), eso de la realidad no le va mucho. No es lo suyo, vaya. O digamos que solo lo es si ha pasado previamente por los filtros de la alucinación y el extrañamiento que son propios a todas sus obras, desde los artículos en prensa a las novelas. En los primeros, retuerce aquello que se identifica como realidad (o algo tan asociado a la objetividad como una fotografía periodística) hasta que parece algo inventado. En las segundas, las situaciones más estrafalarias son presentadas con tanta naturalidad que no pueden ser sino creíbles. 

En su nueva novela, Desde la sombraDesde la sombra (Seix Barral), va un paso más allá. En lo de huir de una realidad difícilmente soportable, y en lo de hacer verosímil lo increíble. Damián Lobo, el protagonista de esta novela de lectura fugaz, está caminando por un mercadillo de antigüedades de un centro comercial cuando se ve impelido a cometer un pequeño robo. Huyendo del guardia de seguridad, acaba escondido dentro de un armario. Ese armario es transportado a una casa (no se puede desmontar, es demasiado antiguo) con el fugitivo dentro. En esa casa vive una familia: él, ella, y una hija adolescente. Él, en lugar de escapar de allí en el primero momento de descuido de estos, se queda en el armario. Más bien, un paso más allá del armario, porque habita en el amplio vestidor que ha quedado condenado por el armatoste de madera, cuyo fondo utiliza como falsa puerta. Y decide ayudar a los habitantes de la casa (sobre todo a ella, Lucía), dirigiendo sus pasos desde su calidad de presencia fantasmal. 

"El interés por el armario es una cuestión meramente autobiográfica: en mi casa había un armario gigantesco en la habitación de mis padres. No veías el fondo. Imaginaba que si tiraba una piedra nunca la escucharía. Era un sitio por el que podías viajar", cuenta el escritor. Describe esos muebles gigantescos que quizás tenga ya el lector en la cabeza: un armatoste de altura humana —la altura, quizás, de los años cincuenta, en torno a 1,60 metros—, un fondo de tres pares de zapatos y una anchura que se medía en cuerpos. "Un armario de tres cuerpos. Esa expresión a mí me impresionaba mucho porque está cargada de biología", continúa, "Esos armarios parecía que tenían algo orgánico". A esa fascinación por el armario de sus padres, que se refleja en la temática de algunos de sus primeros cuentos, ayudaba el hecho de que se relacionara con él casi siempre en estado febril. Como todos los niños, cuando enfermaba era excepcionalmente trasladado a la cama materna. Allí, desde la fiebre —como aquel niño de El mundo (Premio Planeta de 2007), su novela más autobiográfica— la realidad parecía un espejismo. Los actos de Damián responden a un deseo infantil o a un impulso voyerista? "A ambos. Aunque no estoy tan seguro de que el voyerismo sea una cosa ajena a la infancia, aunque creo que con la madurez se perfecciona". En sus textos, de alguna manera, lo sigue siendo. 

¿De qué se esconde Damián cuando decide que su sitio está en el armario de Lucía? "Se esconde evidentemente de su propia existencia. Tiene problemas de conexión con la realidad y se esconde de eso". Damián es un tipo aparentemente gris. Su empresa, en la que trabajaba desde los 18, cambió de dueño hace no mucho y, mientras se sucedían los cambios, él cruzaba los dedos para que no le despidieran. Le despidieron. No se le conoce más vida que esa. La llegada sorpresiva al corazón de esa vida que mira desde lejos —un poco a la manera de La vida de los otros (2007), aquella película de Florian Henckel en la que un espía de la Stasi sigue de cerca la vida de una pareja de artistas— le permite encontrar una nueva respuesta a la eterna pregunta: ¿quién soy? Su huida de la realidad se acaba convirtiendo en un encuentro irremediable consigo mismo. "Es difícil. La fuga de uno mismo es muy difícil. Una de las formas de fugarse es escribir sobre ello. Pero no todo el mundo tiene ese privilegio", bromea el autor.

Hemos dicho que Damián es aparentemente gris. Porque hay una característica interna del personaje que es decididamente colorista. Damián no piensa en forma de monólogo interior, como hace todo el mundo desde el siglo pasado. Él piensa en forma de entrevista televisada en prime timeprime time. Mientras camina, mientras toma un té, mientras espera en las sombras del armario familiar, Damián es interrogado por el famoso presentador Sergio O'Kane (famoso, por supuesto, solo en su cabeza) ante un público entusiasmado que ha acudido al plató (imaginario) y unos cuantos millones de espectadores que le observan en sus casas. "Es una variante no clásica del monólogo interior", explica, pero también una crítica a la concepción de la fama como un valor en sí mismo, y no como un accidente inesperado. "Hace muchos años, se nos hacía muy raro aquellos primeros niños a los que les preguntábamos ‘¿qué quieres ser de mayor?’ y nos respondían ‘Famoso’. Ahora ya no nos extraña, porque vivimos en una cultura en la que ser famoso es algo posible sin que nada lo respalde, y además es una ambición muy generalizada", critica. Lo que hace O'Kane es, además, clara telebasura. Hasta el punto de que, para abordar ciertos asuntos, Damián le abandona y pide ser entrevistado por un periodista serio, un también imaginario Iñaki Gabilondo. 

Tras la comicidad de ambas situaciones (un tipo atrapado en un armario, un talk show inexistente) se esconde un fondo turbio, inquietante. El armario que Lucía recupera en aquel mercadillo de antigüedades es su propio armario de infancia. Lo reconoce porque, en un costado, están las marcas de la altura de su hermano mellizo y ella a distintas edades. Hasta la muerte de él. Entonces las marcas se interrumpen. La presencia fantasmal de Damián es inevitablemente asociada a su hermano por Lucía, lo que comienza a sentar un tono lúgubre. Pero si uno se pone en la piel de ella, ya es imposible evitar un escalofrío. Un extraño acechando en el armario, objetos que cambian de lugar sin que se sepa por qué. Esto es una película de terror. ¿Es buscado? "¡Claro!", exclama el escritor divertido. Insiste en que Damián solo quiere ayudar. Aunque acabe controlando como marionetas a la familia. 

El domingo, Millás hablaba de la novela en la Cadena Ser. Para ello, le metieron en un armario, a lo que accedió para revuelo de los periodistas. Al final de la entrevista, se resistía a salir. "No quiero volver a la realidad", decía. ¿Qué haría falta para que salir del refugio de la imaginación no fuera tan duro? "Que cambiara la situación política, el fin de los paraísos fiscales, que se atenuaran las diferencias construidas durante la crisis... Que la vida fuera normal, y no está anormalidad en la que estamos". 

No es una novedad que, a Juan José Millás (Valencia, 1946), eso de la realidad no le va mucho. No es lo suyo, vaya. O digamos que solo lo es si ha pasado previamente por los filtros de la alucinación y el extrañamiento que son propios a todas sus obras, desde los artículos en prensa a las novelas. En los primeros, retuerce aquello que se identifica como realidad (o algo tan asociado a la objetividad como una fotografía periodística) hasta que parece algo inventado. En las segundas, las situaciones más estrafalarias son presentadas con tanta naturalidad que no pueden ser sino creíbles. 

Más sobre este tema
>