‘Una mirada que se compromete’, de Francisco Castaño

Raquel Lanseros

Una mirada que se comprometeFrancisco CastañoHiperiónMadrid2015

Una mirada que se compromete es a la vez el título del último libro de Francisco Castaño (Salamanca, 1951), y el verso con el que se cierra el mismo: “Que no hay más realidad que la que otorga / Una mirada que se compromete”. Guiado por una penetrante lucidez, el poeta disecciona la realidad a través de poemas incisivos y brillantes que ofrecen un mapa fidedigno tanto de nuestro tiempo como de la inmutable naturaleza humana. Ya el dibujo de cubierta, que representa a “la vieille taupe” con puño en alto pero sin bandera roja en este caso, anticipa el compromiso adoptado por el poeta en la denuncia de la hipocresía y la opresión de las pautas de conducta a las que estamos sometidos, tanto en los asuntos públicos que atañen a la comunidad, como en los privados concernientes a nuestra esfera más íntima y cotidiana.

En la contraportada, un aviso diáfano de las intenciones de los poemas: “Horadar los cimientos de esa herencia, hallar las grietas, para hurgar en ellas, de este aciago presente, es la —¿estéril?— tarea de estos versos”. Intenciones que el poeta explicita desde el primer poema, “Preludio”: “No siempre es fácil dar con esa grieta / En la que hurgar con el tenaz esmero / Del agua hasta lograr que el edificio / Se venga abajo con nosotros dentro”. De modo que el poemario, además de una selección de poemas de descollante belleza e impecable construcción, supone también un intenso ejercicio de honesta sagacidad, en el que el poeta busca sin desmayo todas esas grietas en el entramado de leyes, costumbres, creencias, convenciones, normas, prohibiciones y conocimientos que regulan nuestro comportamiento, tratando de desnudar las contradicciones, señalar las incongruencias, reflexionar sobre los dogmas, rescatar la razón y liberar el instinto, llamando a las cosas por su nombre (posiblemente uno de los actos más escasos y valientes que se pueden hacer en estos tiempos de neolengua, eufemismo cínico e impugnación estratégica del lenguaje).

Uno de los mayores encantos de la mirada de Francisco Castaño radica en su dualidad de entusiasmo y escepticismo, presididos por la sabiduría de un poeta que ha vivido mucho y siente la tentación de la paz y el sosiego que concede un discreto retiro, sin que por ello los asuntos públicos le dejen de incumbir. Conmovedor resulta, en este sentido, el poema “Percepción y memoria”, en el que el poeta se sabe retirado de ese temprano fragor vital, tan irreflexivo como connatural: “Al otro lado de la calle tiene / Lugar un altercado diminuto. / […] / Visto así yo no sé si me produce / —Acogido al sosiego de mi estudio— / Rechazo o añoranza”. Y a la vez, como hemos mencionado, el poeta es dolorosamente consciente de la probable inutilidad de su franqueza: “Sé la inutilidad de lo que digo, / Pero qué importa, hipócrita lector, / A ti quizá te sirva como aviso / Y acaso a mí como cautela —o no—”.

En este sentido, Francisco Castaño se convierte en una especie de héroe clásico, que siente la necesidad de la advertencia y la exposición de su clarividencia, a pesar de saber que sus palabras serán posiblemente derrotadas en su ardua gesta contra la demagogia, el cinismo, o simplemente la pereza mental y la inercia, para que al menos “no se diga que callando otorgo”, como reza el título de otro de los poemas. La denuncia que el poeta realiza de los voceros del poder, los fariseos y los impostores que bailan al son del tintineo de las monedas, es inteligente y sagaz hasta la herida: “Siempre fueron, en cuanto a las palabras, / Grandilocuentemente generosos. / Solemnes en su estólida farfolla / Así en el púlpito como en el foro. / Llenándose la boca con la patria / Y los bolsillos con su patrimonio”. Otro ejemplo ilustrativo encontramos en el poema “De la sarna y el gusto”: “Se comportan con tal desfachatez / Que ni siquiera envuelven sus mentiras / Con su rancia retórica de ayer.” Consciente de la desfachatez de las cloacas del poder en sus múltiples escalas, el poeta sabe que no basta con la protesta ni con la delación, si no va acompañada de una acción colectiva que propicie un cambio real: “Y en esa deglución excrementicia / Con el arrullo de sus borborigmos, / Les da igual que ladremos a la luna / Mientras sigamos quietos y sumisos”.

Con una magistral perfección formal, un uso exquisito del lenguaje y una madurez creativa sobresaliente, los poemas de Francisco Castaño fluyen como un río continuo, a veces con la torrencialidad de la cascada, a veces con la serenidad del remanso, transformando la lectura en una experiencia plena de aprendizaje: “La vida no le debe nada a nadie. / La vida es un azar y no se puede / Decir que el azar sea responsable”. La aceptación del sino humano, de la intemperie azarosa de la vida, es un signo de sabiduría que preside el libro entero, filtrándose por entre esas grietas que el poeta descubre en el engañoso edificio de la colectividad. Sabedor del enorme coste social que supone mantener las propias convicciones, el poeta se aferra a ellas a pesar de todo. Una mirada que se compromete es un libro luminoso dentro de la propia sombra que describe el escrutinio lúcido de su autor, tanto que abarca incluso más allá de la vida: “Mucho cuesta aceptar que no se acabe /—Cuando se acaba nuestra vida— el mundo. / Y es que aceptar que nada le importamos / A la naturaleza, cuesta mucho”. Y quien es capaz de vislumbrar tan lejos, ya sólo puede descreer del engañoso cerca. Descreimiento, sin embargo, perpetuamente lleno de ilusión, veracidad, belleza y compromiso.

*Raquel Lanseros es poeta. Su último libro es 'Las pequeñas espinas son pequeñas' (Hiperión, 2013).Raquel LanserosLas pequeñas espinas son pequeñas

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