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Mochilas perdidas

Cerramos el relato del escritor Eduardo Mendicutti, que publicamos en dos entregas.

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Cuando Javi miró a sus padres, sentados con su hermano Migue en un banco de la alameda, bajo un castaño que daba un sombra ancha y compacta, su padre Antonio le estaba ofreciendo un cigarrillo a un hombre que se parecía mucho a Denis, un amigo de la familia. Lo primero que Javi pensó fue:

“Mi padre Antonio siempre le está prometiendo a mi padre Martín que hoy sin falta deja de fumar”.

Javi y Migue tienen dos padres, no un padre y una madre, y Javi lo dice, la mar de orgulloso, cada dos por tres.

El hombre que se parecía tanto a Denis sonrió y dijo que sí con la cabeza, y juntó las manos de tal manera que Javi entendió enseguida que le estaba dando las gracias a sus padres, no solo por el cigarrillo. Después, Javi pensó que su padre Martín, poniéndose muy serio, le reñiría a su padre Antonio por no tener la fuerza de voluntad para dejar de una vez esa costumbre tan fea y tan malísima para la salud, y por andar encima ofreciendo por ahí veneno para los pulmones. Pero esta vez su padre Martín no rechistó y su padre Antonio siguió fumando tan campante con aquel hombre que tanto se parecía a Denis.

Aquel hombre estaba sentado en la otra punta del banco sería, según calculó Javi, más o menos de la edad de su padre Antonio –que es cinco años más joven que su padre Martín–, iba vestido con un niki gris que le venía un poco grande, un pantalón marrón que le venía un poco pequeño, porque enseñaba los tobillos, y sonreía mucho, pero con una sonrisa que parecía la más triste del mundo. Migue, que todavía no tiene ni un año, empezó de pronto a jugar con él y entonces Javi se dio cuenta de que, en realidad, el hombre no se parecía tanto a Denis, solo en que los dos eran negros, de una edad parecida, y sonreían del mismo modo cuando estaban contentos.

Denis es de un país de África que se llama Kenia, y sus padres y él se conocen porque los tres trabajan en un sitio en el que ayudan a gente de otros países y lo están pasando mal. Denis está casado con Laura, que es española y medio pelirroja, y tienen una niña de la edad de Migue que se llama Alma y es de color café con leche y, como dice todo el mundo, es una preciosidad. Javi le dice a todo el que lo quiera oír que, cuando Alma sea un poco mayor, le gustaría ser su novio, al fin y al cabo él solo es cinco años mayor que ella, los mismo años que se llevan su padre Antonio y su padre Martín. A veces, quedan todos a tomar algo en alguna parte o para ir a la playa a pasar el día y se lo pasan muy bien. Javi, mientras miraba de lejos al nuevo amigo de sus padres y lo bien que se lo estaba pasando jugando con Migue, pensó que a lo mejor, a partir de ahora, aquel hombre que tanto se parecía a Denis, sobre todo en la manera de sonreír, se venía con ellos a tomar algo, o a la playa, de vez en cuando.

Javi se había ido a jugar a un arriate en el que crecían árboles, no muy lejos de donde estaban sus padres y Migue, pero ya no jugaba, ahora solo miraba a sus padres y a Migue y al nuevo amigo de sus padres. Entonces oyó que su padre Martín le llamaba:

“¡Ven, Javi!”.

Javi salió corriendo y se olvidó de la mochila. No se dio cuenta de que la dejaba en el arriate, y sus padres tampoco la echaron de menos cuando él se acercó le presentaron a su nuevo amigo.

“Mira, Javi, este amigo se llama Yulian y es de un país que se llama Uganda”, le dijo su padre Antonio.

Y su padre Martín le dijo:

“Dale un beso. Va a empezar a venir con nosotros a tomar algo y a la playa”.

Yulian se inclinó para que Javi pudiera darle un beso, mientras su padre Antonio le explicaba a Yulian que Javi era su hijo “el californiano”.

“Así que tú naciste en California”, le dijo Yulian, en un español un poco raro, a fin de cuentas había nacido en Uganda.

Javi se puso a explicarle a Yulian, con todo lujo de detalles ,que él había nacido porque su padre Antonio y su padre Martín se quieren tanto que habían ido hasta casi el fin del mundo para que él pudiera nacer con ayuda de una muchacha estupenda y preciosa que quiso hacerles un regalo del cielo que era él, y que el regalo tenía ya seis años, y que Migue, en cambio, era cordobés y los tres lo habían adoptado cuando era un bebé. Yulian sonrió como si le encantara la historia, pero Javi, que ya se daba cuenta de muchas cosas, comprendió que, además de gustarle la historia un montón, estaba emocionado. Le brillaban los ojos tanto como a su padre Martín cuando Migue llegó a casa y los tres se pusieron a mirarlo como si acabaran de traerlo los Reyes Magos. A su padre Antonio a lo mejor también le brillaban los ojos, pero, como lleva gafas, a Javi siempre le cuesta un poco más notarle esas cosas.

De pronto su padre Antonio preguntó, un poco nervioso:

“Javi, ¿dónde está tu mochila?”.

La mochila no estaba allí, en el banco, ni en el arriate, y eso que Javi señaló el arriate lleno de tréboles, convencido de que allí tenía que seguir. Se armó un poco de lío. A su padre Antonio se le escapó preguntarle, con muy malas maneras, que si era tonto, que no estaban las cosas como para ir dejándose la mochila en cualquier parte, pero enseguida se arrepintió, le pidió perdón y le dio un beso. Su padre Martín le revolvió el pelo para consolarle, porque a Javi le entró una pena grandísima por haber perdido su mochila, y luego Martín le dijo a su marido Antonio que alguien se la había llevado, seguro, pero que si iban los dos por la alameda, a toda pastilla, cada uno por un lado, a lo mejor encontraban al ratero todavía con la mochila encima.

“¿Te importa quedarte un momento cuidando a los niños?, le preguntó su padre Martin a Yulian. A Yulian le brillaron los ojos como a Martín cuando miraba a Migue recién llegado a casa.

Martín y Antonio echaron a correr en busca del ladrón y Yulian cogió a Migue en brazos y le pidió a Javi que se sentara a su lado y que intentara sonreír. Para dar ejemplo. Yulián, sonrió y parecía que estaba contento de verdad. Luego, Yulian le preguntó:

“Javi, ¿qué tenías en la mochila?”.

Javi tuvo que tragar saliva para no echarse a llorar, y después le contó a Yulian, con muchas dificultades, que en la mochila llevaba un montón de cosas que le gustaban mucho: su estuche de lápices de colores, una linterna que le había traído Papa Noel el año pasado y con la que se podía ver hasta de noche hasta casi un kilómetro de distancia, una manzana que sus padres le ponían siempre en la mochila por si le entraba el hambre en algún momento, unas cuantas caracolas de las que iba recogiendo en la playa porque las coleccionaba, un Ferrari rojo en miniatura que funcionaba con cuerda y con el que ya había recorrido casi la alameda entera… No pudo seguir porque ahora sí que de verdad estuvo a punto de echarse a llorar y, además, porque no se acordaba de otras cosas que seguro que llevaba en su mochila.

Yulian le revolvió el pelo y Javi comprendió que también él quería consolarle. Levantó la cabeza y miró a Yulian para darle las gracias y entonces cayó en la cuenta de una cosa:

“Yulian”, le preguntó, “¿tú no tienes mochila?”.

Yulian movió la cabeza para decir que no, que no tenía mochila, pero luego, muy bajito y muy despacito empezó a hablar. Dijo:

“Bueno, yo tenía una mochila. Me la robó gente mala, en mi país. Yo vivía con Samuel, mi querido Samuel, como tu padre Martín vive con tu padre Antonio, pero sin un Javi como tú ni un Migue como Migue, qué más quisiéramos, y sin que lo supiera nadie. Pero lo supieron y fueron a la casa donde vivíamos Samuel y yo y eran muchos y nos ataron y se pusieron a apalearnos, como si quisieran matarnos, que era lo que querían, y a mi querido Samuel lo mataron, y a mí no me mataron de milagro, pero me metieron medio muerto en una cárcel y querían dejarme allí para el resto de mi vida, pero gente buena de fuera de mi país me ayudó a escapar, aunque yo no quería escapar porque no quería dejar allí el alma de mi querido Samuel, el cuerpo de mi querido Samuel, la voz y el olor de mi querido Samuel, pero al final me convencieron y dejé que me ayudaran a escapar, y me trajeron aquí y aquí me han refugiado, ¿tú sabes lo que es refugiar, Javi?, ¿sabes lo que es refugiarse?, pero allí se quedó mi mochila, me la robaron, con el cuerpo y el alma de Samuel dentro, y con todos los colores del sitio donde yo vivía, con todas las estrellas que había en el cielo de mi país y que me dejaban ver hasta mucho más de un kilómetro de distancia, con todas la frutas y todos los animales de mi aldea, con todas las caracolas del mar que llega hasta mi país, con el sonido y el olor de todas esas caracolas y de otras que ya nunca podré coleccionar, y que con todos los carros y los coches y los autobuses y los trenes en los que yo soñaba montarme para ir de punta a punta de mi país, de punta a punta del mundo, y mis padres, y mis hermanos y mis hermanas, y mis amigos, y mi vida entera, todo eso llevaba yo, Javi, en la mochila que me robaron…”.

Javi le escuchó sin pestañear. Javi no lo comprendía del todo, pero sabía, porque su padre Martín siempre le decía que hay cosas que siempre se saben aunque al principio no se entiendan, que todo lo que llevaba Yulian en la mochila que le robaron era mucho más importante que todo lo que él llevaba en la mochila que le habían robado unos rateros. Por eso cuando su padre Martín y su padre Antonio volvieron sin la mochila, porque no encontraron al ladrón, Javi les dijo:

“A Yulian también le robaron la mochila una vez”.

A Martín y a Antonio no hizo falta explicarles más, seguro que porque habían mirado a Yulian y lo entendieron todo. Eso adivinó Javi porque a su padre Martín le brillaron los ojos y seguro que a su padre Antonio también, pero eso Javi también lo tuvo que adivinar por culpa de las gafas que usa su padre Antonio.

*Eduardo Mendicutti es escritor. Su último libro es Malandar (Tusquets, 2018).Eduardo MendicuttiMalandar

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