Morder el barro y ser belleza

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Nieves Álvarez Martín

Fue en Madrid, en Mujeres y Compañía, hace un par de semanas. Llegué tarde (la verdad es que no es habitual en mí, pero Santander está muy lejos, hace años que no conduzco y los transportes públicos no siempre funcionan bien), la librería estaba iluminada por la multitud de mujeres (algunos hombres, pocos) y Nieves Muriel, de pie, recitando un poema (del libro Ser palabra desnuda  de Ángela Figuera Aymerich) que me puso la piel de gallina.

El evento (un taller poético) estaba convocado por Genialogías, asociación de mujeres poetas a la que pertenezco y en la que he comprendido y sentido la sororidad como un privilegio. Mi tocaya (ella dice que  hasta ahora solo se ha dedicado a estudiar —tres carreras universitarias— pero creo que a algo más, también) es una joven poeta que (entre otras actividades) imparte la asignatura El día que estrené el vestido verde. Poesía española del siglo XX en el Centro de Investigación DUODA, Universidad de Barcelona, y lee-canta los poemas de una forma que subyuga a quien escucha (sobre todo, claro, si son poemas tan impresionantes como los de Ángela). Por eso, compré Ser palabra desnuda, editado por Sabina editorial, y al llegar a la casa de Madrid lo leí de un tirón (como no se debe leer la poesía), devorando cada verso, tiritando tras cada mensaje, suplicando que aquella sensación no se acabase nunca. Después, lo he leído más despacio, algunos poemas repetidamente: enorme.

 

¿Qué quién es Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)? No la conoces, ¿verdad? Ese es un mal muy común, porque a ella le pasa lo mismo que a muchas magníficas poetas (de antes y ahora, del 27 y de todas las generaciones poéticas) ignoradas, que estamos intentando rescatar quienes creemos en la buena poesía, sin distinción de género. La de Ángela tiene la virtud de sobrevivir a su tiempo y creo que por eso se cuela en algún rincón de las entrañas en el que se siente la vida, la verdadera esencia del devenir poético de una mujer, poeta —“Mi sangre, zumo denso circulando / por todos mis poemas”—, que lanza su mensaje de rebeldía, sin fisuras: “Eva quiso morder en la fruta. Mordedla. / Y cantad al destino de su largo linaje / dolorido y glorioso. Porque, amigas, la vida / es así: todo eso que os aturde y asusta”. No pueden estar más de actualidad estos versos, no pueden ser más oportunos, cuando las manadas andan sueltas y los jueces no ven la barbarie en sus actos, dejando solas a las víctimas de sus dentelladas. Ella se pregunta y yo también: “¿Qué hacer con este barro que me llena las manos?”. Porque algo hay que hacer para seguir siendo personas (hombres o mujeres) diferentes pero con el derecho de ser tratadas como iguales.

Me sigue emocionando la libertad, esa palabra manida que, sin embargo, adquiere un sentido universal y revolucionario, cuando ella afirma: “Me he declarado libre contra el tedio y la duda”. Cuánta fuerza verdadera en sus versos: “Difícil es salir del agujero / de un túnel sin estrellas ni bombillas. / Difícil es llegar a las orillas / de tanta sangre y tanto estercolero”. Es el primer cuarteto de un soneto duro, descorazonar y sin embargo hermoso, muy hermoso.

Se pregunta sin ambages: “¿Quién es esta que soy? ¿Perfil tan solo?”. Yo contesto que es una gran poeta, sin complejos, sin miedo, con valentía ante el mundo difícil en que vivió, amó y lucho. En el poema “Desarmada” se define: “Y soy una mujer. Apenas algo. / Carne desnuda, sola, desarmada”. ¿Seguimos estando solas? Emocionada por la enorme afluencia de mujeres muy jóvenes en las concentraciones de los últimos días, afirmo que no, que no estamos solas, ya nunca lo estaremos.

A causa de la censura franquista, tuvo que publicar Belleza Cruel en México (1958). Como afirma Carmen Oliart en el prólogo de Ser palabra desnuda, “con su poesía y su personalidad tendió puentes entre generaciones y entre poetas de un lado y otro de la península y del océano. (…) Sin espavientos, diciendo verdades, pegada a la gente y a la tierra desde su ser de mujer y madre; con humildad y quitando importancia a la tarea de ser poeta”.

Ser poeta, existir dentro de la palabra, comprender el tiempo, el espacio, la realidad en la que vives, sentir que puedes tocar con la yema de los dedos la libertad que fluye por tus venas y ser rebelde para no claudicar ante tanta injusticia. Gritar con fuerza, al amor, a la vida. Pues eso, porque a mí, lo mismo que a Ángela “más de un día me duele ser poeta. Me duele / tener labios, garganta, que se ordenan al canto”. Y sin embargo sigo, no puedo dejar de seguir escribiendo poesía, prosa (porque yo, aunque no lo creáis, nací muerta), desde el profundo respeto a la palabra y a las personas que la aman, para poder morder el polvo y ser belleza.

*Nieves Álvarez Martín es escritora, poeta y artista plástica.Nieves Álvarez Martín

Fue en Madrid, en Mujeres y Compañía, hace un par de semanas. Llegué tarde (la verdad es que no es habitual en mí, pero Santander está muy lejos, hace años que no conduzco y los transportes públicos no siempre funcionan bien), la librería estaba iluminada por la multitud de mujeres (algunos hombres, pocos) y Nieves Muriel, de pie, recitando un poema (del libro Ser palabra desnuda  de Ángela Figuera Aymerich) que me puso la piel de gallina.

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