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'Cada noche, cada noche', de Lola López Mondéjar

Ioana Gruia

Cada noche, cada nocheLola López Mondéjar Cada noche, cada noche

SiruelaMadrid2016

La propuesta de la última novela de Lola López Mondéjar no podía ser más singular y atractiva: la protagonista, Dolores Schiller, que en enero de 2009 tiene cincuenta y siete años y una enfermedad terminal, es hija nada más y nada menos que de Lolita, la inmortal heroína de Nabokov. Al cumplir veinte años, Dolores recibe de su padre los diarios de su madre, muerta al dar a luz. Poco tiempo después, al leer Lolita, empieza a sospechar que su madre y la célebre niña son la misma persona.

Cada noche, cada noche es a la vez una narración cautivadora, que maneja perfectamente el tempo de las alternancias cronológicas, como una reflexión compleja e inteligente sobre las interpretaciones en torno a Lolita. La autora rinde homenaje a la magnífica novela de Nabokov a la vez que cuestiona, desde la legítima indignación de Dolores Schiller hija, la fijación de Lolita como nínfula perversa en el imaginario erótico masculino. El apéndice con citas de Nabokov de una entrevista con Bernard Pivot en 1975 es muy ilustrador en este sentido: "Lolita no es una niña perversa. Es una pobre niña (…). Lolita, la nínfula, no existe fuera de la obsesión que destruye a Humbert, y este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa".

Las palabras del novelista se corroboran en Cada noche, cada noche. A través de sus diarios, descubrimos a una Lolita muy alejada de la imagen que se construye Humbert en su delirio: una niña inquieta, muy inteligente y observadora, capaz de analizar con sagacidad los comportamientos de sus padres. Una niña que adoraba a su padre y que a su muerte se queda huérfana no sólo de su cariño, también de abrazos (la madre, Charlotte, no la abraza). La última anotación del diario desvela a una niña aterrada por lo que acaba de pasarle con el marido de su madre.

El padre de Lolita y el padre de Dolores Schiller, el marido de Lolita, caricaturizado por Humbert, son hombres bondadosos, solitarios y desafortunados, en claro contraste con Humbert. Lolita es en efecto una pobre niña cuya infancia ha sido arrebatada y la novela de Nabokov no cuenta, como quería el prestigioso crítico Lionel Trilling, una historia de amor y ternura, sino la historia de una obsesión, un abuso y una serie de violaciones, cuya protagonista no es una mujer autónoma, ni siquiera una adolescente, sino simplemente una niña que llora, como el propio Humbert confiesa de pasada, cada noche.

No olvidemos que Lolita está narrada en primera persona por Humbert. A pesar de los numerosos detalles sobre su físico, sus actuaciones y su comportamiento, Dolorez Haze no tiene voz. La novela de Lola López Mondéjar, que dialoga tanto con Nabokov como con Cervantes (hay que llegar al final para saber por qué), hace visible a una niña inteligente y también el tema de la maternidad (que Laura Freixas tanto echaba de menos en la literatura). Las dos Dolores (que coinciden también en el nombre, porque Lolita de casada se llama también Schiller), son mujeres fuertes, inquietas, perspicaces y traumatizadas: la madre, por ser obligada a mantener una relación enloquecedora a los doce años; la hija, por descubrir y heredar el calvario de la madre, y también por la enfermedad que la condena a la muerte. Además, la hija, joven durante una época de plena explosión sexual, es incapaz de encontrar placer en el sexo, tal vez como reacción al exceso de sexualización temprana e indeseada de la madre. 

Cada noche, cada noche, no en vano escrita por una excelente psicoanalista, une un ritmo trepidante y unas reflexiones muy lúcidas y plantea preguntas a menudo incómodas: ¿Cómo es posible que una niña secuestrada de doce años se haya convertido en uno de los mitos eróticos más poderosos del imaginario contemporáneo? ¿Cómo se ha borrado su dolor? ¿Por qué las proyecciones que tenemos sobre la sexualidad son casi todas masculinas? ¿Por qué grandes nombres de la cultura (Barthes, Aragon, de Beauvoir, Deleuze...) mostraron en algún momento permisividad frente a las relaciones sexuales con menores? "Su denuncia incomodará a los hombres, ¿me oye? ¡A los hombres!", le espeta el propio Humbert Humbert a Dolores Schiller, cuando ésta va a visitarlo a Suiza y le comunica su intención de establecer otra verdad sobre su madre. "¿Me llamarán feminista trasnochada?, ¿vengativa?, ¿militante?", se interroga la mujer, en una novela que es literatura de altos vuelos y también feminista. "Piensen conmigo, ¿qué hubiera sido de la novela de haberla publicado una escritora de origen ruso de cincuenta y seis años?", es una de las preguntas irresistibles de Cada noche, cada noche.

La relación con la verdad es otro de los grandes hilos de este ambicioso libro, que no carece en varios momentos de humor: por ejemplo, al analizar la perplejidad que provoca la ausencia de deseo sexual, la protagonista constata que "nadie interroga otras ausencias; la curiosidad intelectual, por ejemplo, está en auténtico peligro de extinción sin que se levante una ola de protestas en contra". Exploradora de la mente, como Siri Hustvedt, Lola López Mondéjar hace que Dolores Schiller, estudiosa de literatura, reflexione sobre los grandes temas de la vida y la literatura: el problema del mal, el cuerpo asediado por la enfermedad y la muerte, la importancia del cuidado y los afectos, la ficción y la reacción humana frente a la verdad. Si la piel contiene y delata nuestra vulnerabilidad, "nuestro cerebro prefiere el sentido a la verdad". Éste es el poder fabuloso e imprescindible de la ficción, pero también la "peligrosa plasticidad" a la que en la vida real son sometidos los hechos.

"No hay trastienda en los hechos, los hechos son transparentes", leemos en la novela. Es una de las grandes verdades que atraviesan el libro y que puede extrapolarse a muchos ámbitos (basta con pensar en las adhesiones ideológicas). No es que nos engañemos, que no tengamos acceso a la verdad, que no sepamos lo que ocurre, que haya obstáculos serios de interpretación, que entre nosotros y los hechos se interponga una especie de velo que dificulte la comprensión. La inteligencia y la razón son capaces de modelar a su antojo la imagen que queremos tener de la verdad y en consecuencia nuestras posiciones y nuestros actos. Así llegamos a justificar lo injustificable. Si unos hechos indefendibles son transparentes, ¿qué mecanismos activamos para negarlos o al menos presentarlos en una luz favorable? Cada noche, cada noche plantea esta y otras preguntas, en una excelente historia que es también una profunda reflexión sobre la mente humana, la sexualidad, el poder de la ficción y el delicado equilibrio entre inteligencia, cultura, razón y ética.

*Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura Comparada.Ioana Gruia

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