‘La nueva lucha de clases’, de Slavoj Žižek

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Alfonso Salazar

Slavoj Žižek ha sentado a Europa frente a sí misma y la ha zarandeado. Parece que la presencia de miles de personas apiñadas más allá de sus fronteras no ha sido suficiente aviso, parece que los atentados islamofascistas que irrumpen en los espacios de cotidianeidad europea, en la placentera vida corriente de algunos europeos, no es bastante. Acierta el filósofo esloveno en la apertura de La nueva lucha de clasessubtitulado Los refugiados y el terror y editado por Anagrama recientemente— cuando parte de las conocidas cinco fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. La Unión Europea persiste entre la segunda y la cuarta fase, según qué países, según qué ministros, políticos, medios de comunicación o sesudos tertulianos escuchemos.

Hay europeos que siguen entre la ira y el miedo, hay otros que prefieren negociar, aunque sea a costa de engordar las arcas turcas que a su vez servirán para luchar contra los kurdos, que luchan contra el DAESH, que es uno de los motivos fundamentales del éxodo sirio, y vuelta a empezar. Algunos han entrado en depresión y no encuentran salida. Muy pocos alcanzan el estadio de la aceptación y resuelven que deben mirar, observar, trazar planes, puentes, salidas. Žižek está entre esos últimos, aquellos que ya han pasado —o se saltaron— las fases de negación del problema, la declaración de ira del racismo, la negociación sin camino y la depresión exánime.

El inmovilismo europeo no reside solo en los intereses ciertos del establishment que encuentra en la explotación del próximo y medio Oriente un negocio más, ni en el miedo y parálisis de los movimientos antimigratorios que amenazan con encaramarse al poder, sobre todo, en los países septentrionales. El inmovilismo no es fruto de los discursos populistas de esa derecha que emplaza a las clases populares europeas a una ilusoria lucha contra el inmigrante que ocupa sus imaginarios puestos de trabajo, sus imaginarios recursos públicos educativos y sanitarios, su imaginario lugar en la escala social de su imaginaria nación.

El inmovilismo europeo reside también en el equivocado análisis que realiza la izquierda, que se escuda en las prácticas solidarias para calmar sus conciencias y se autoflagela con el látigo del legado europeo de igualdad y libertad. Žižek enumera diversos tabúes que esta izquierda debe superar: empezando por la idea de que el Islam sea una resistencia eficaz al capitalismo, pues basta echar un vistazo a la muy adelantada adaptación de los países del Golfo a este sistema económico, sintonizado perfectamente con el Islam. Sigue con el tabú la extendida idea progresista de que “todo enemigo es alguien con una historia que no hemos escuchado”, con el mantra de que el emancipador legado europeo es imperialista, racista, que la defensa del modo de vida europeo es protofascista. Sin embargo, es desde ese mismo legado desde donde se puede hacer la crítica: hermosa paradoja.

Son los laicos izquierdistas quienes terminan tolerando a los extremistas católicos y musulmanes. Žižek avisa: no debemos confundir la crítica al Islam con la islamofobia, como no debe confundirse el respeto a la libertad religiosa con la permisividad de la presencia religiosa en la vida pública hasta el punto de que condicione las decisiones que nos afectan a todos; y el Islam puede ser respetuoso con la creencia privada pero es nada tolerante con la manifestación pública disidente. La historia europea es una historia de liberación de la sociedad civil del peso judeocristiano en la cultura y la vida pública. La Ilustración, aunque Žižek no lo diga, fue el punto de partida de un laicismo que durante dos siglos ha forjado la conciencia de Europa. La misma conciencia que ahora le lleva a un círculo vicioso y relativista.

Tal y como los fundamentalistas no se toleran entre ellos —islamofobia y eurofobia son las dos caras de la misma moneda—, en el teatro de las potencias enfrentadas la lucha no va en serio. Los Estados Unidos y Rusia no hacen lo que dicen que deben hacer, como no lo hacen turcos, saudíes, israelíes… Hay tantas divisiones dentro del Islam militante y fanático entre suníes y chiíes como los hay entre las potencias del otro lado del choque de civilizaciones. Hay un reparto de intereses que ocasiona que un exiguo ejército en una franja del mundo esencialmente desértica, rodeada de ejércitos curtidos y voluminosos, resista sin problema. Hay algo de pantomima, de sospecha.

En La nueva lucha de clases, Žižek se explica con meridiana claridad. Expone con sencillez el efecto del capitalismo global y del neocolonialismo económico y sus efectos en los países africanos y asiáticos, la irrupción de nuevos modelos de explotación que tanto se parecen a los modelos esclavistas y que recorren todo el mundo del capitalismo global desde Shanghái a Dubái, pasando por ciertos barrios y polígonos industriales del primer mundo.

El éxodo de refugiados hacia Europa tiene mucho que ver con el deseo de una vida mejor. Toda esperanza de mejorar de vida tiene sentido en la lucha de clases. Ante un mundo cambiante, que puede tener las grandes migraciones como futuro; en un planeta que puede tener los nuevos climas, la escasez de agua y de energía como hábitat, cabe preguntarse si el capitalismo es el hecho de naturaleza humana que nos dicen que es, o si tal vez no se trata de un modelo de reproducción indefinida. Habla Žižek de cuatro grandes antagonismos: la amenaza de la catástrofe ecológica, el fracaso de la propiedad privada (que excluye el “capital cognitivo” y la infraestructura compartida), los nuevos descubrimientos biogenéticos y las nuevas formas de apartheid —nuevas esclavitudes en suburbios—. En definitiva, la brecha entre Excluidos e Incluidos, brecha que puede abrirse sin fondo con la profundización en la privatización de la sustancia compartida de nuestro ser social, camino de la autodestrucción.

Un antiguo dicho hopi dice: "Nosotros somos aquellos a los que estábamos esperando". Para Žižek, es la respuesta adecuada a los intelectuales de izquierda que esperan un nuevo agente revolucionario externo (un desastre ecológico que despierte a las multitudes). Esa esperanza no es una señal divina del destino marcada en la izquierda, sino la constatación de que no va a venir nadie a hacer el trabajo que nos compete. El texto de Žižek analiza una escena en movimiento: el deseo emancipador que hace un año recorría Europa y refería la lucha de clases insistía en la solidaridad global con los explotados y oprimidos, de dentro y de fuera. Ese discruso ha sido suplantado por una cuestión liberal-cultural de tolerancia y solidaridad, de comprensión de culturas diferentes, de temor paranoico y de lucha contra el terror en un "espíritu permanente de emergencia". Al final, las víctimas de los ataques terroristas serán los refugiados, y los vencedores los partidarios de la guerra total: los racistas antimigración europeos y su reverso islamofascista.

*Alfonso Salazar es escritor. Su último libro es Alfonso SalazarPara tan largo viaje (Dauro, 2014).

Slavoj Žižek ha sentado a Europa frente a sí misma y la ha zarandeado. Parece que la presencia de miles de personas apiñadas más allá de sus fronteras no ha sido suficiente aviso, parece que los atentados islamofascistas que irrumpen en los espacios de cotidianeidad europea, en la placentera vida corriente de algunos europeos, no es bastante. Acierta el filósofo esloveno en la apertura de La nueva lucha de clasessubtitulado Los refugiados y el terror y editado por Anagrama recientemente— cuando parte de las conocidas cinco fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. La Unión Europea persiste entre la segunda y la cuarta fase, según qué países, según qué ministros, políticos, medios de comunicación o sesudos tertulianos escuchemos.

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