Luis Landero: "El odio muerde más hondo y de un modo más perdurable que el amor"

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Luis Landero (Alburquerque, 1948) regresa a la novela con Una historia ridícula (Tusquets), la sátira de un hombre tan resentido como vulnerable que cree encontrar el camino hacia la redención el enamorarse de una joven inalcanzable. A partir de esta ficción, vuelve el escritor pacense a demostrar su maestría en el uso del humor y la ironía para, entre carcajadas, retratar como pocos la condición humana y dibujar la siempre fina línea entre el amor y el odio.

"Los enemigos son una gran cosa. Hay gente que dice que el valor de uno viene dado por los enemigos que tiene. Tener un enemigo es algo muy importante que no se suele olvidar, mientras que los o las amantes se olvidan más rápido, salvo si son grandes amores de esos desesperados", plantea a infoLibre el autor, antes de sentenciar: "El odio muerde más hondo y de un modo más perdurable que el amor. La herida que te hacen cuando te ofenden tarda más en cerrarse que una herida sentimental".

Una ofensa es, precisamente, la que lleva del amor al odio a Marcial, un trabajador de una gran empresa de productos cárnicos. Un hombre orgulloso de su formación autodidacta, de su elocuencia, de su propia filosofía acerca del mundo, del prójimo y de sí mismo. Bien asentado en la vida, un día conoce a una mujer que no solo le fascina, sino que encarna todo aquello que él envidia en la vida: belleza, elegancia, buen gusto, alta posición social, relaciones con gente interesante.

Ella, que se ha presentado como Pepita, es estudiosa del arte y pertenece a una familia culta y adinerada. Pero Marcial, que tiene un alto concepto de sí mismo, se cree con cualidades y atractivos para merecerla y conquistarla. Él mismo nos cuenta su delirante historia de amor, el despliegue de sus talentos para enamorarla, sus estrategias para desbancar a los otros pretendientes, sus esperanzas y sus penas, hasta llegar al día culminante en que es invitado a una fiesta en casa de la amada, donde se decidirá su destino.

Explica Landero que este personaje y el tono que emplea para su relato viene de las historias que te puede contar un "brasas que te pilla un día cualquiera en una taberna y te cuenta su vida, su filosofía y su modo de ser". "Yo conozco a mucha gente así. Individuos iluminados que de pronto te cuentan su vida con desparpajo, libertad dialéctica y sin prejuicios. Esos momentos tabernarios libres, porque en la taberna a veces somos libres", destaca.

Lo que descubrimos según avanza la lectura es que a Marcial le guían desde su infancia la envidia, el odio y el resentimiento. Mientras tanto, en primera persona va contando su vida y su visión del mundo como esos "bufones graciosos a los que nadie toma en serio que de pronto dicen verdades disfrazadas revestidas en el humor y el disparate".

Pero entonces se enamora perdidamente de Pepita y entra en la secta del amor como catástrofe espiritual, que le llevará en última instancia a entrar, a su vez, en el trance del odio más puro y salvaje. Ese es el tránsito durante el cual nuestro protagonista salpica su relato con multitud de reflexiones y sentencias.

"Es una historia y nada más, yo no sé explicar lo que he escrito, pero lo intento", bromea Landero al no querer apropiarse de las palabras de Marcial. Y argumenta entonces: "De toda la vida existen el bien y el mal, lo que ocurre es que el amor lo ha inundado todo. Y cuando se habla del amor siempre se incurre en hablar del amor de pareja, como si no existiera otro tipo de amor. Pero existen muchos tipos de amores. Se puede amar el arte, la naturaleza, la filosofía, la amistad..."

El bien está en el escaparate y el mal en la trastienda, pero todos somos expertos en el odio porque todos hemos odiado

Destaca en este punto el escritor que en este mundo nuestro "el bien está en el escaparate y el mal en la trastienda" porque, en realidad, "todos somos expertos en el odio porque todos hemos odiado". "Todos conocemos la antipatía, el rechazo, el repudio, la ira. Son pecados que están en Marcial y en todos nosotros, que es bueno reprimir porque de lo contrario no hay manera de convivir", señala.

Marcial incluso habla del odio de un modo elogioso, pues considera que es más sutil y tiene más variantes que el amor. De forma similar lo ve Landero, quien asegura que el amor es "bastante simple, pues quieres a alguien y ya está, no tiene mayor misterio". "Después es verdad que existen los celos, pero eso viene luego", apunta divertido, para así subrayar que el odio tiene muchos más acompañantes: "la envidia, el secretismo, el sigilo, la traición, la doblez, la envidia, la hipocresía, la simulación, la máscara o el engaño".

Todos ellos sentimientos que luchamos por mantener ocultos o, al menos, domar razonablemente en pos de la convivencia y para evitar ponernos en evidencia. Pero claro, entonces aparece Twitter, red social a la que Marcial considera "el espectáculo de la corrupción moral del hombre", y sobre la que Landero apostilla entre risas: "Si hubiera habido Twitter en los siglos XVII o XVIII hubiera sido lo mismo, porque forma parte de la condición humana. En Twitter salen el ingenio y la bondad, pero el mal es muy apropiado y más si se junta con el anonimato".

Esta referencia a Twitter lleva al autor a plantear, cambiando de tercio, que las redes sociales "conspiran contra la lentitud, la concentración y la soledad". "Y donde se excluye la lentitud aparecen la puerilidad y la banalidad, porque la lentitud supone pensamiento", remarca, extendiéndose todavía un poco más al respecto: "La lentitud es fundamental para cualquier cosa que quieras hacer en la vida. Por eso yo siempre mandaba a mis alumnos escribir a mano, porque es un modo de concentrarse y de reconciliarse con la lentitud, ya que si no el pensamiento no funciona. El pensamiento no puede funcionar si el ritmo es muy alto".

"Tenemos que parar. Tenemos que parar para leer un ratito. Leer es una cosa que precisamente educa en la lentitud. Lo bueno que tiene leer es que de pronto es otro ritmo", afirma, para luego remachar: "Para mirar hace falta lentitud. No fijamos la mirada en las cosas, no pensamos las cosas. Vivimos de segunda mano, compramos la opinión y la mirada de los otros. El pensamiento no da para más, no somos máquinas, pero vivimos al ritmo de los móviles y los ordenadores. Nosotros no podemos vivir a su ritmo, pues son una herramienta que se ha convertido en un juguete".

Luis Landero (Alburquerque, 1948) regresa a la novela con Una historia ridícula (Tusquets), la sátira de un hombre tan resentido como vulnerable que cree encontrar el camino hacia la redención el enamorarse de una joven inalcanzable. A partir de esta ficción, vuelve el escritor pacense a demostrar su maestría en el uso del humor y la ironía para, entre carcajadas, retratar como pocos la condición humana y dibujar la siempre fina línea entre el amor y el odio.

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