Los libros
Los ojos de Salter
El arte de la ficciónJames SalterTraducción de Eugenia Vázquez NacarinoSalamandraMadrid2018El arte de la ficción
Desde las solapas de sus libros, los ojos de James Salter (magníficamente fotografiado por Corina Arranz) nos miran como los de un amigo íntimo, necesario para nuestro corazón y nuestro pensamiento. Son los ojos de alguien que parece haber visto y comprendido todo. Todo lo que hay, por decirlo con el título de su excepcional última novela. Es la exacta sensación, la fuerza hipnótica de la comprensión y la belleza juntas, que desprenden sus cuentos, sus novelas y ahora El arte de la ficción.
En este último libro se agrupan tres conferencias que el autor, casi nonagenario, impartió en 2014, unos meses antes de morir, en la Universidad de Virginia. Los títulos son de una escueta belleza: «El arte de la ficción», «Escribir novelas» y «Convertir la vida en arte».
Salter, que parece haber visto y comprendido todo, sabe que hay zonas penumbrosas del corazón, zonas que sin la ayuda de la literatura se resisten a la comprensión y a mostrarse en toda su complejidad, y es este misterio hermoso, inteligente y perturbador lo que invita a explorar a través de la escritura, de la paciente observación y representación de los detalles. «Los escritores que me gustan son los que tienen un don para observar de cerca. Todo está en los detalles», apunta en «El arte de la ficción», donde cuenta cómo al leer El amante de Duras «veía las amplias avenidas arboladas, los trajes blancos, el barrio chino» y señala que Balzac abrió la puerta de la minuciosa escritura de los detalles más cotidianos e incluso sórdidos (escritura que en España representaría soberbiamente Galdós), de la «miseria sin poesía» (en palabras del propio Balzac) que en El pobre Goriot impera en el comedor de la Maison Vauquer. También se detiene Salter con admiración en varios pasajes de Madame Bovary, y declara que persigue en la escritura lo mismo que Flaubert: «realismo, objetividad y estilo». «Leo por el placer de leer», confiesa a los estudiantes el escritor norteamericano, con ochenta y nueve años y una celebridad que le llegó tarde pero de manera rotunda. «Ya no tengo ni siento ninguna obligación de leer nada, aunque hay ciertos libros que me gustaría leer antes de morir, por razones difíciles de expresar. Si no, de alguna manera me sentiría incompleto, no del todo preparado».
El libro de Salter es una delicia para todos los lectores y una guía especialmente necesaria para los escritores o los aspirantes a serlo. Siguiendo el ejemplo de Flaubert, el anhelo hacia la precisión y la palabra justa, el autor de Años luz señala que hay que «tener paladar» a la hora de escribir, no usar «palabras fuera de lugar o palabras que degraden la frase o la página». De alguna manera, hay que aprender a navegar con la brújula certera, y los sentidos, el pensamiento y el corazón atentos. Las primeras palabras de un libro deben provocar «una especie de advertencia, una electricidad que te recorre, igual que con el sexo».
A los novelistas o los aspirantes a serlo, Salter les habla con lucidez, acentuando la importancia del trabajo, de la disciplina y la dimensión de apuesta sin garantías que es la escritura: «[…] has de dedicarle tiempo a escribir, has de escribir en lugar de vivir. Has de dar mucho para recibir algo […] Escribir novelas es difícil». En cuanto a los espacios en la literatura, subraya que los lugares creados en los libros que se han convertido en emblemáticos son algo más que meros escenarios, se convierten en una realidad potente, en una fuerza de irradiación.
La última conferencia, «Convertir la vida en arte», es el texto más íntimo del libro, donde Salter habla de su vida, sus libros y sus hábitos de trabajo. Muy interesante es su mirada sobre las mujeres: «en mis libros, la mujer siempre es más fuerte». Entre los grandes escritores norteamericanos varones, pocos han construido personajes femeninos tan complejos, tan poliédricos, sensuales e inteligentes como Salter, que confiesa: «Creo que escribo para cierto tipo de persona –no voy a definir exactamente quién, aunque tal vez sea una mujer—, pero no para todo el mundo. Para una mujer inteligente, como dijo Bábel».
Lo más importante a la hora de escribir una novela, apunta Salter, es «la organización, encontrar un orden», evitar la confusión. En cuanto a la libertad artística, señala la necesidad de desprenderse de la mediación, de atreverse a vencer las resistencias internas: «No debería haber cortapisas en lo que te está permitido pensar o imaginar».
Las últimas palabras del libro son el epígrafe de Todo lo que hay (título sugerido por el editor, ya que el título original del escritor era Toda, un guiño a las anotaciones de Victor Hugo y tal vez a la mujer en la literatura de Salter): «Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que sólo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales».
*Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.Ioana Gruia