En vísperas de la semana del Orgullo Gay de este año, la selección española de fútbol se pegó un batacazo monumental y decisivo, así que, pese al glorioso historial de la selección durante sus penúltimas competiciones, merecedor de fervorosa gratitud, en este momento cuesta un poquito de trabajo estar orgullosos de La Roja. También en esas vísperas del Orgullo, los rojos de toda la vida y algunos movedizos rojos de nuevo cuño no lograron el 20D lo que nos prometieron, de modo que también fervorosa gratitud al rojerío entusiasta y peleón, pero no es fácil, en estos días más bien depresivos, llevar el pecho henchido de orgullo postelectoral. Así pues, visto lo visto, el único orgullo unánime y habitable que nos sigue quedando ahora mismo es el Orgullo Gay.
Orgullo Gay a diestra y siniestra, arriba y abajo, dentro y fuera, por delante y por detrás. Orgullo Gay de todos y para todos. Porque el Orgullo Gay ha ido quemando etapas desde las revueltas de Stonewall la noche del 28 de junio de 1969 hasta los últimos días de junio y primero de julio de este año. Siempre reivindicativo, primero tuvo que ser un Orgullo desafiante contra la persecución, la marginación y la discriminación; después, un Orgullo contra la tolerancia, porque se tolera lo que no se acaba de aceptar; luego, un Orgullo por las conquistas legales para la igualdad de derechos, y ahora, un Orgullo para celebrar sin cautelas de ningún tipo —ideológicas, sociales, familiares, laborales, culturales, literarias, artísticas, estéticas— todo el camino tan luchado y para resistir en una lucha que aún no ha terminado, que no podemos dar por terminada. Ahora, en el Orgullo Gay tenemos que coincidir todos, no sólo el colectivo LGTBI, también el colectivo heterosexual.
Hace unas semanas, la ciudad de Orlando padeció una masacre en una discoteca gay. Ante una atrocidad homófoba de ese calibre, ante un crimen de odio de esas dimensiones, siempre es previsible un clamor de indignación y solidaridad. Pero en un país como España, en una ciudad como Madrid, es constante todavía el goteo de agresiones homófobas que no siempre reciben el repudio político y social que es imprescindible y urgente. Frente a esta situación, es más necesaria que nunca la explosión de de visibilidad, de alegría, de insumisión, de diversión, de desparrame que es siempre la manifestación y el desfile del Orgullo Gay. Porque toda esa exhibición despampanante —tampoco me importa llamarla exhibicionismo— es también, en su conjunto, un acto político. Porque no solo es política la tenacidad reivindicativa, también lo es la insumisión frente a la “respetabilidad” impuesta y frente al discurso castrador de la moderación, la ruptura de todos los códigos de lo políticamente correcto, la defensa del placer indócil que no le hace daño a nadie, la invitación a todos a incorporarse a la fiesta. Porque todo el camino hacia la celebración que los miembros del colectivo LGTBI hemos recorrido ya, y el que aún nos queda por recorrer, no podemos recorrerlo solos. Tenemos que contar también no sólo con el respeto, sino con el entusiasmo de los heterosexuales que saben que una sociedad no puede estar orgullosa de sí misma si no lo está también de la igualdad legal y real de sus gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales.
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Este año, el Orgullo de Madrid estuvo dedicado a celebrar especialmente la bisexualidad. Alguien dijo alguna vez que todos somos bisexuales. A estas alturas de mi vida, me apunto con entusiasmo a la teoría. Más que nada, por lo que aún pueda caer. A lo mejor, coincidiendo con todas las celebraciones que irán llegando, año tras año, del Orgullo Gay, del Orgullo de todos.
*Eduardo Mendicutti es escritor. Su último libro publicado es Eduardo MendicuttiFurias divinas (Tusquets, 2016).
En vísperas de la semana del Orgullo Gay de este año, la selección española de fútbol se pegó un batacazo monumental y decisivo, así que, pese al glorioso historial de la selección durante sus penúltimas competiciones, merecedor de fervorosa gratitud, en este momento cuesta un poquito de trabajo estar orgullosos de La Roja. También en esas vísperas del Orgullo, los rojos de toda la vida y algunos movedizos rojos de nuevo cuño no lograron el 20D lo que nos prometieron, de modo que también fervorosa gratitud al rojerío entusiasta y peleón, pero no es fácil, en estos días más bien depresivos, llevar el pecho henchido de orgullo postelectoral. Así pues, visto lo visto, el único orgullo unánime y habitable que nos sigue quedando ahora mismo es el Orgullo Gay.