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Las pasiones literarias italianas de Luis Antonio de Villena

La dolce vita. Breve diccionario sentimental de Italia

Luis Antonio de Villena

Fórcola (Madrid, 2023)

 

Las relaciones entre la cultura española y la italiana fueron siempre muy fecundas, sobre todo después de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, y han llegado incrementadas en nuestros días, de lo que es buen ejemplo este libro. Los escritores, pero también los hispanistas italianos y los italianistas españoles, así como algunos críticos literarios de uno y otro país, han contribuido mucho a que estas relaciones se mantengan y enriquezcan a lo largo de estas ocho décadas.

Luis Antonio de Villena ha cultivado distintos géneros literarios, desde la poesía a la novela, pasando por las memorias, el ensayo o la traducción, si es que esta puede considerarse un género diferenciado. Entre sus muchas obras figura un ensayo titulado Caravaggio, exquisito y violento (2000), así como traducciones de Catulo, Miguel Ángel (“un autor […] al que quiero y he trabajado mucho”, de quien hizo una biografía) o Sandro Penna. Villena concluye el prólogo de este libro recordándonos su admiración por toda una serie de sensuales actrices italianas de los 60, entonces en el cenit de su fama: Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Virna Lisi, Claudia Cardinale y la más joven Ornela Muti, entre las que echo de menos a Silvana Mangano y Monica Vitti.

Estudió Filología Románica y desde muy joven se sintió atraído por Italia, no en vano tacha su libro de sentimental y nos lo presenta como un diccionario que sigue el orden alfabético. El caso es que la forma adoptada facilita la consulta y agiliza la lectura, pero las entradas ganan cuanto más personales son; no en vano, confiesa: “recoge mis propios gustos”; y eso, cuando no se limita a sintetizar una vida y una trayectoria intelectual. El título del libro procede de la célebre película de Fellini, de 1960, aunque reconoce que es uno de los directores que, “pareciéndome magnífico”, menos le ha llegado, en una expresión muy suya.

Nos cuenta Villena que viajó a Italia por primera vez en 1970, con 19 años. Debió de ser una estancia provechosa, pues se cruzó con Ezra Pound y se compró una preciosa corbata rosa y las obras del poeta Quasimodo. En el libro nos presenta a escritores, cineastas (su preferido es Visconti), artistas y otros personajes notables, episodios de la Historia, como el Risorgimento, ciudades y músicas diversas, la comida, e incluso un modisto, Versace, aunque predominan los primeros. El diccionario empieza con una adivinanza veronesa y concluye con Visconti, y cada una de las entradas se cierra con unas útiles Lecturas recomendadas, donde hallamos la referencia a versiones al español, biografías y ensayos de los autores tratados. Entre sus personajes predilectos, no faltan quienes fueron jóvenes atractivos, hermosos muchachos y poetas homosexuales, algunos cayeron víctimas del sida.

Me llama la atención la pareja formada por la feminista Anna Banti, novelista (su novela Artemisa, 1947, la tradujo para Periférica, Carmen Romero, primera esposa de Felipe González) y ensayista, y el prestigioso historiador del arte Roberto Longhi, a quien también le dedica una entrada; en el comentario que le dedica a Soñadores (2002), de Bertolucci, se olvida de los espectaculares desnudos de la actriz francesa Eva Green; ¿por qué le dedica una entrada a Carducci si lo considera “un noble poeta decimonónico anticuado?; de D´Annunzio nos dice que fue el primer autor en fotografiarse desnudo en una playa, pero, además, podría haber citado la reciente y buena novela de Fernando Clemot, Fiume); de Francisco de Asís recuerda que fue el primero en representar en un pesebre la humildad de Jesucristo, por lo que se le considera el patrón del belenismo, las películas que le han dedicado (Rossellini, Zeffirelli y Cavani); los poemas de Rubén Darío y Valle-Inclán y las biografías de Chesterton y Álvaro Pombo; o la referencia al gran filólogo Gianfranco Contini, muy apreciado en Barcelona por Riquer y Francisco Rico. Por último, también me ha llamado la atención la vinculación de varios de estos escritores con la ciudad de Padua, en cuya Universidad he sido profesor, como Casanova, Foscolo (que le recuerda a Espronceda), Goldoni (quizás el autor de teatro italiano más representado en España, junto con Pirandello), Petrarca (Villena le atribuye la invención del alpinismo y de la bibliofilia, y a quien Rico —quien peregrinó hasta su casa en Arquà, cerca de Padua— ha dedicado valiosos estudios, que deberían incluirse en las “Lecturas”), y los muchos menos conocidos Luigi Pulci y Antonio Rocco.  

Entre los escritores, no faltan los más grandes: Bassani, cuyas obras ha reeditado Acantilado; Calvino, en cuya entrada se cuela una alusión a Benet (página 36) que no parece venir a cuento, y se echa de menos la biografía de Antonio Serrano Cueto, que ha sido traducida al italiano; Cavalcanti (me alegra que diga que la mejor versión de sus poemas sigue siendo la de Juan Ramón Masoliver); Dante, de cuya comedia destaca la traducción de Ángel Crespo, aunque no dice si ha visto las más recientes, como la de José María Micó; Lampedusa, sin que falten las alusiones a la película que Visconti le dedicó a El gatopardo; Leopardi quizá sea uno de los poetas italianos más leídos entre nosotros y que más ha influido en los escritores españoles, de ayer y de hoy; sobre Carlo Levi confiesa que fue la película de Francesco Rosi, de 1979, quien lo llevó a la novela, Cristo se paró en Eboli (1945); Curzio Malaparte fue muy popular en España entre los 40 y 60 del pasado siglo, por novelas como Kaputt (1944) y La piel (1949); Manzoni es autor, sobre todo, de Los novios (1825-1827), la gran novela romántica y una de las grandes obras clásicas de la literatura italiana; además de recordar la obra de Marinetti, sus ideas principales, se detiene en la recepción que tuvo en España, antes de la guerra, la admiración que le profesó Giménez Caballero; Montale, de quien recuerda una definición: “La poesía es una forma de conocimiento de un mundo oscuro que sentimos en torno nuestro, pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos”; las fotos de la joven Elsa Morante le recuerdan a Carmen Laforet, quien mantuvo estrechas relaciones no solo con Moravia, su marido, sino también con Pasolini y Sandro Penna, dos poetas homosexuales; sobre Moravia, precisamente, nos dice tajante que “fue más significado que Morante, pero ella fue mucho más escritora. Sin duda”, juicio que me parece exagerado; Papini es un autor que ha perdido mucha de la vigencia que tuvo entre nosotros (Aguilar llegó a publicar sus Obras completas (1957-1963), en seis volúmenes), a pesar de la admiración que le profesó Borges; Pasolini, quizá sea hoy, junto a Calvino y Eco, los escritores y ensayistas italianos del XX más apreciados entre nosotros, y Villena sintetiza bien su vida y obra, aunque se echa de menos en la lista de Lecturas, la reciente biografía de Miguel Dalmau, en Tusquets: Pasolini. El último profeta (2022); Pavese, cuyos versos, Trabajar cansa (1936), y entre ellos el posterior y memorable Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, y diarios, El oficio de vivir, traducido por Ángel Crespo, han sido muy leídos en España; Pirandello, un autor más representado que leído en España; el gran ensayista Mario Praz, a quien no le gustó la película Retrato de familia en un interior (1974), inspirada en él y en su casa, que hoy puede visitarse en Roma; tuvo en España fervientes admiradores, como Juan Perucho y los entonces más jóvenes Juan Manuel Bonet, Miguel Sánchez-Ostiz y Andrés Trapiello; Quasimodo, otro de los herméticos, apoyados por el gran filólogo Oreste Macri, editor de la obra completa de Antonio Machado; Umberto Saba e Italo Svevo (lo tradujo Carmen Martín Gaite), son —con Rilke, en la cercana Duino, Joyce y Claudio Magris— los grandes escritores de Trieste, ciudad que merece un viaje —para mitómanos— solo por rastrear sus huellas; Tasso es otro de los grandes clásicos, en Barcelona se le ha dedicado una calle, de cuya Jerusalén liberada, impreso en 1580, nos hablaban en mi bachillerato; Ungaretti es el hermético —confiesa Villena— que menos le ha interesado, pero nos da un poema sencillo traducido por él, En memoria, que confiesa que le parece el mejor de los suyos; Visconti, homosexual, comunista y, según comenta Villena, “uno de los directores más literarios del cine”, siempre en busca de la belleza joven masculina; y quizá el más reciente sea Umberto Eco, de quien podría haber recordado que su editora en Lumen fue la escritora Esther Tusquets. A algunos de ellos, confiesa Villena, los entrevió, conoció e incluso trató.

Además, en varias de estas entradas aparecen citados, como amigos o como sus traductores, escritores españoles notables (Antonio Machado, Lorca, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate, Carlos Pujol, Terenci Moix, Antonio Colinas y José María Micó), y —entre ellos— varios exiliados republicanos, como Francisco Ayala, Cipriano Rivas Cherif, Ramón Gaya, Francisca Perujo, Antonio Espina y Tomás Segovia.  

La mayoría de estos escritores han sido leídos o, al menos, son conocidos, en distinta proporción, por los lectores españoles. Sea como fuere, para quienes nos hemos interesado por las relaciones culturales, literarias, entre Italia y España, este testimonio resulta valioso. Sin pretender ser una historia de la cultura italiana, sí nos ofrece un panorama suficientemente amplio para hacernos una idea de casi todas sus mejores aportaciones, en especial de las literarias.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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