Las pasiones recobradas de Gabo

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En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez

Editorial Random House (2024)

La biografía aisló a García Márquez cuando pretendía cuajar En agosto nos vemos. La real. El olvido comenzaba a talar su mente un tiempo después de someterse a un tratamiento de quimioterapia para combatir un linfoma, un cáncer del sistema inmunológico. En los recuerdos manaba la sangre de su literatura inaugural y mágica. "La memoria es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada". Gabo, en primera persona, despojado de un atributo esencial. "Sufrió bastante… disminuyó sus posibilidades de seguir escribiendo con su rigor de costumbre". Constatan los hijos. "Un profesional de la memoria". Definición de Gerald Martin en Gabriel García Márquez. Una vida. Narrarse se interpuso también. Publicó Vivir para contarla en 2002. "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Insiste en el ímpetu de las reminiscencias en la antesala del relato sobre su infancia ("Nada interesante me ha pasado después de los ocho años", cuando dejó la casa de sus abuelos, en Aracataca) y juventud, los nutrientes tangibles de su imaginación asombrosa. Llegó a plantearse esa obra como el portazo estrepitoso. "Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees?", dijo Gabo a su biógrafo. Los interrogantes mitigaron las dudas. Resueltas al alumbrar su última ficción —ya penúltima—, Memoria de mis putas tristes, en 2004, inspirada en La casa de las bellas durmientes, de Yasumari Kawabata. Nos remite a esa etapa. Esta novela circunnavegaba su cabeza en los años inmediatos al diagnóstico de su enfermedad, a finales de los noventa. La revisó dieciocho veces. Revira el alma de su protagonista, Mustio Collado, "feo, tímido y anacrónico". Se regala una noche de sexo prostituido "con una virgen adolescente" para celebrar sus noventa años. La impavidez desnuda y emergente de una niña de catorce años muta sus anhelos de "glorificar la vejez" en enamoramiento.  

En agosto nos vemos emparenta con Memoria de mis putas tristes (hermanas de una hipotética trilogía, donde Gabo sumaría la historia amorosa de un virrey embalsamado). Por longitud, poco más de ciento veinte páginas (llega un momento en la vida del escritor en que ya no puede escribir una obra extensa de ficción: "La cabeza no puede… atravesar el terreno traicionero de una novela larga… De ahora en adelante, serán textos más cortos". Sin cumplir los setenta, se lo comentó a Rodrigo, quien homenajea a sus padres en Gabo y Mercedes: una despedida). Estrechan el vínculo por las pasiones de sus personajes: invernal, la de Mustio, iniciática y de tardío, la de Ana Magdalena Bach. García Márquez sustrae el nombre de la segunda esposa del compositor Johann Sebastian Bach, que gestó trece hijos y murió en la miseria.

Un cementerio de pobres, un pueblo indigente, un lugar impreciso del Caribe. Un rito anual de esta mujer de cuarenta y seis años. "Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde". El comienzo de esta obra inacabada por Gabo —rematada por el editor, Cristóbal Pera, casi diez años después de fallecer el Nobel colombiano—. Su sello, deslizarnos por sus palabras desde el cuándo. Un hábito. Cien años de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota…" (principio de posteridad). Crónica de una muerte anunciada: "El día que lo iban a matar (un spoiler irreprochable), Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana…". El otoño del patriarca: "Durante el fin de semana los gallinazos (aves definitorias) se metieron por los balcones de la casa presidencial". Del amor y otros demonios (novela entroncada con En agosto…): "Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre". Y más…

García Márquez estratificó la vida: "la pública, la privada y la secreta". En agosto nos vemos rasga el velo inconfesable de Ana Magdalena Bach, la única mujer protagonista absoluta de una obra de García Márquez. Su lado público, maestra, lectora, melómana, "rostro de madre otoñal", casada con un director de conservatorio "de belleza fácil". Un hijo y una hija. La vertiente privada: con diecinueve años, llegó "virgen" (una reiteración garciamarquiana) a su boda y ahora mantiene relaciones fogosas en ubicaciones disparejas con su esposo. Se conocieron "tanto a fondo que terminaron por parecer uno solo". La vida secreta, luminosa, no oscura, la médula de esta novela. Le sucede en la isla de la rutina. "Lo idéntico como un conjuro. Solo desembarca en la isla el día del aniversario de la muerte de su madre. Viaja allí desde hace siete años, "a la misma hora, con el mismo hotel y la misma florista". Toma un taxi, carcomido por el salitre, sube al camposanto para los pobres, destino que eligió su madre, Micaela, por razones ignoradas, aunque percibe que era el único lugar solitario donde no podía sentirse sola. Ceremoniosa, deposita unos gladiolos ante la tumba de su progenitora. Le recuenta los últimos doce meses. Persigue que la alumbre el tránsito por sus incertezas. A la hora de la cena, "ordenó, para no equivocarse, el mismo sánduiche de jamón y queso de otros años, con pan tostado y café con leche". Una constancia revocable.

Un hombre, circunstancial y fugaz, posó sus "manos mudas" en su piel y aposentó su "corazón bueno y cobarde" en su espíritu. Lágrimas de San Lorenzo, noche breve de verano, ardor agostado. Confundida por el varón sin nombre, "empezó a ver (la vida) con los ojos del escarmiento". Fundacional: "nunca más volvería a ser la misma". Fin del primer viaje. Suma una nueva necesidad para el siguiente. No repite todo el ritual. Se instala en un hotel desacostumbrado, caro. Con las flores, traslada a Micaela "su noche de amor libre el año anterior, que había reservado solo para ella, y solo para aquel momento… Estaba tan convencida de que ella le mandaría su señal aprobatoria, que la esperó al instante". Un joven, innominado también, "tan bello en un empaque tan anticuado", con sórdido futuro, se acumuló sin rastro en su misterio. El tercero, un "especialista en amores fáciles", padrino de su hija. Suplicaba a Ana Magdalena Bach "un minuto de cama, solo un minuto, para besarla vestida". Asuntos pendientes. Después de este viaje, al marido le poseyó la sospecha, dudas que la mujer nunca disipó, ni de ella ni sobre él. Hubo un cuarto viaje, un cuarto hombre, con oficio y datos expresados. Aunque Ana Magdalena, impulsiva, los desdeñó hasta arrepentirse. Alma amarrada, "empezó a sentirse extraña entre los suyos", incapaz de "ser feliz" con esa ausencia irremplazable. Incluso "iba perdiendo la ilusión de la isla". Lo consignó como "una argucia póstuma de su madre". La vida secreta de Micaela, maestra montessoriana, que "tenía la virtud de las pocas palabras".

Entre los múltiples métodos de la escritura, uno curioso, pero no extravagante. Relatar la última frase antes que la primera. En agosto nos vemos, una obra que García Márquez solicitó destruir por inconclusa, su cierre es "deslumbrante", como califica su editor. Él, la familia del escritor y quien compró y guarece su legado, el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin, han exhumado sustantivos, pronombres, verbos, adverbios y adjetivos. Apuntes casi ilegibles. Los han articulado como los perfiló Gabo en sus versiones —constan cinco, pero algunos las duplican porque no corrigió igual todos los capítulos—, insuficientes, creyó, para rematar una novela concluida. "No ha habido que agregarle frases", el texto es integral", "no se ha omitido ningún episodio". Lo dicen sus hijos.  Restaurado el esqueleto hueso a hueso, dotado incluso de epidermis y carnalidad, surge el debate sobre si se ha cometido una traición al no respetar la última voluntad de mantener enterradas estas páginas en el cementerio de las obras siempre peregrinas. Rodrigo y Gonzalo García Barcha aseguran que su padre les dijo "cuando esté muerto, hagan lo que quieran". "¡Eso nos hace dormir mejor!", remachan.

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Quienes disfruten con estos viajes de ritos rotos pensarán que ha sido justo obtener un boleto en el mismo transbordador estival de las tres de la tarde. Un pasaje para contemplar las pasiones escondidas, los deseos colmados, de Ana Magdalena Bach. Ella y En agosto nos vemos han desenredado a Gabo de un laberinto de silencio y polvo. Perdonada la traición por concedernos la primera oportunidad sobre la tierra de asomarnos al punto final de un escritor sin límites. No será olvido.    

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* Prudencio Medel es periodista. 

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