Lo más importante que ha ocurrido este año que se acaba son las muertes de Javier Marías, Almudena Grandes, Raúl Guerra Garrido, novelista y defensor de las libertades en el País Vasco, durante los años de plomo; la del argentino Marcelo Cohen, el profesor Basilio Losada así como la de la autora de excelentes fotografías (no le gustaba que la llamaran fotógrafa, pues pensaba, con excesiva modestia, que no era digna de tal nombre) de los escritores del mediosiglo, Asunción Carandell; o la muy reciente del escritor y ensayista alemán, muy vinculado a España y a la editorial Anagrama, H.M. Enzensberger.
En otro orden de cosas, mucho más grato, Cristina Morales obtuvo el Premio Internacional de Literatura Europea, concedido en Berlín, por la versión en alemán de Lectura fácil, noticia de la que parece ser que la prensa española no quiso enterarse, quizá porque no la consideran importante. Mientras que Juan Mayorga ha obtenido, le sobran méritos, el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Podríamos añadir la presencia de la literatura española en la Feria de Frankfurt, como invitada especial, junto con la aparición de dos nuevos suplementos culturales: en El Mundo, titulado La lectura y dirigido por Manuel Hidalgo, y en El Periódico, cuyo responsable es Alex Salmón, si bien sospecho que alentado por Juan Cruz, con el título de Abril, que no siempre es el más cruel de los meses.
Marías nos dejó un libro en el que recopilaba sus artículos en El País Semanal, titulado a su manera: ¿Será buena persona el cocinero? (Alfaguara); Almudena Grandes, una novela: Todo va a mejorar (Tusquets), en la que estuvo trabajando durante los últimos meses de su vida, pero que no consiguió acabar, completándola su compañero Luis García Montero. Marcelo Cohen fue un notable narrador, autor de cuentos y novelista, ensayista y traductor (de Jane Austen, T.S. Eliot, Wallace Stevens, Clarice Lispector, Philip Larkin, Raymond Roussel, J.G. Ballard, Ray Bradbury, Ph.K. Dick, entre otros), y durante los años que vivió en Barcelona, entre 1975 y 1996, colaboró en La Vanguardia y trabajó en dos revistas importantes: Quimera y El Viejo Topo.
Respecto a los libros más importantes, de entre los que yo he podido leer, me centro, sobre todo, en la prosa narrativa, que es lo que conozco algo mejor. Si tuviera que destacar unos pocos títulos, me decantaría –en primer lugar– por el segundo volumen de los Diarios. A ratos perdidos 3 y 4 (Anagrama), de Rafael Chirbes. Pero debo añadir también Una historia ridícula (Tusquets), la novela de Luis Landero; La novela posible (Alfaguara), de José María Merino; Mis delitos como animal de compañía (Galaxia Gutenberg), de Luis Mateo Díez; El peligro de estar cuerda (Seix Barral), de Rosa Montero; Montevideo (Seix Barral), de Vila-Matas, que arranca muy bien y va perdiendo fuelle conforme avanza; los Relatos reunidos de Felipe Benítez Reyes, libro que se compone de cuentos y microrrelatos y que titula Los abracadabras (Renacimiento); la novela de Pilar Adón, De bestias y aves (Galaxia Gutenberg) y el texto de Andrés Neuman, Umbilical, pertenezca al género que sea (Alfaguara).
Debo leer todavía las novelas –de todas ellas tengo buenas referencias– de Berta Vías Mahou, La voz de entonces (Lumen); Lara Moreno, La ciudad (Lumen); Sara Mesa, La familia (Anagrama); Juan Gómez Bárcena, Lo demás es aire (Seix Barral); Antonio Soler, El sueño del caimán (Galaxia Gutenberg); Juan Miñana, La novela ideal (Catedral); Jordi Soler, Los hijos del volcán (Alfaguara); y los libros de narraciones, de cuentos, de Juan Gracia Armendáriz, El año en que murió John Wayne (Pre-textos) y de José Ovejero, Mientras estamos muertos (Páginas de Espuma). Y por lo que se refiere a las reediciones, solo voy a señalar una, sería imposible ocuparse de todas ellas: La novela de Lot (Eolas), de Juan Pedro Aparicio, donde se recogen cuatro novelas anteriores, prologadas por José María Merino.
Entre los volúmenes de microrrelatos, me han parecido especialmente notables los del argentino Raúl Brasca, Obra reunida (Milenio), que recoge también sus cuentos; Manuel Longares, La escala social (Galaxia Gutenberg), mal leído y peor entendido por algunos críticos, y Javier Mije, Curso elemental de misantropía (La Uña Rota). Y la recopilación de textos de Cristóbal Serra, otro grande que no acaba de ser tenido en cuenta como merece, titulado El viaje pendular (Wunderkammer), al cuidado de Nadal Suau.
Por lo que se refiere a la poesía, me gustaría destacar los libros de Luis García Montero, Un año y tres meses (Tusquets); Ada Salas, Arqueologías (Pre-textos), Amalia Bautista, Azul el agua (La Bella Varsovia); Jordi Doce, Maestro de distancias (Abada) y Antonio Pereira, Todos los poemas (Siruela, con prólogo de Juan Carlos Mestre), entre los que he leído, que son muchos menos de los que hubiera deseado.
Me gustaría destacar, además, cuatro biografías: la que Carme Riera le ha dedicado a Carmen Balcells, traficante de palabras (Debate), la de Jordi Amat, Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater, la de Miguel Dalmau, Pasolini. El último profeta, ambas en Tusquets, y la que Francisco Fuster ha escrito sobre Julio Camba. Una lección de periodismo (Fundación José Manuel Lara).
El número de Litoral dedicado a las Aves resulta tan atractivo, por los textos, las fotos y los cuadros, como todas las entregas de esta revista, al cuidado de Lorenzo Saval y Antonio Lafarque. Asimismo, quiero llamar la atención sobre La frontera interior. Viaje por Sierra Morena, (RBA con prólogo de Sergio del Molino), de Manuel Moyano. Se trata del último eslabón de una rica tradición de libros de viajes.
Destacaría también los ensayos de José Álvarez Junco, Qué hacer con un pasado sucio (Galaxia Gutenberg); Manel Pérez, La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida (Península); Carlos Granés, Delirio americano (Taurus); pero me ha resultado decepcionante La mirada quieta (de Pérez Galdós) (Alfaguara), de Mario Vargas Llosa, aunque sus artículos, que Granés ha recogido en El fuego de la imaginación (Alfaguara), resulten de lectura imprescindible. Quiero detenerme un poco más en los dos volúmenes coordinados por Francisco Erice, Un siglo de comunismo en España; el primero subtitulado Historia de una lucha, y el segundo, Presencia social y experiencias militantes (Akal). Por lo que a la literatura respecta, que es lo que he leído en primer lugar, se echa de menos un panorama general sobre la contribución de los escritores comunistas, tanto del exilio como del interior, a nuestra historia literaria. Si bien las colaboraciones de Felipe Nieto y Giaime Pala, Manuel Aznar Soler (véase, al respecto, su reciente El Partido Comunista de España y la literatura [1931-1978]. Once estudios sobre escritores, intelectuales y política, Atrapasueños, 2021) y Mario Martín Gijón resultan oportunas, mientras que la de David Becerra Mayor me parece tan discutible como suya. Pienso que deberían haber tenido más protagonismo Alberti, Blas de Otero, Alfonso Sastre, el Jorge Semprún escritor y memorialista, Carlos Castilla del Pino, Juan Eduardo Zúñiga, Luis Goytisolo, Joaquín Marco y Almudena Grandes, además de los denominados compañeros de viaje, o el papel de la escuela crítica granadina encabezada por Juan Carlos Rodríguez (con Fernando García Lara, Juan Manuel Azpitarte, Luis García Montero, Miguel Ángel García, etc.). Se debía haber prestado mayor atención a la relación de los escritores comunistas españoles con Rusia, China y Cuba. Y un último pero leve reproche: un libro de este tipo habría de llevar un Índice de nombres para facilitar su consulta.
El resultado de la encuesta que llevó a cabo el diario El País sobre las mejores novelas del siglo XXI no fue, en mi opinión, atinado, y parece que no soy el único que lo cree. Eso sí, entre los encuestados, además de los críticos y periodistas del diario, aparecen libreros y editores, sin que falte nunca el marchamo a la moda del día de la paridad. Todo muy políticamente correcto, pero, a la vista del resultado, lo que se echa de menos es un conocimiento más profundo de la materia que se juzga. Claro que eso parece haberse convertido hoy en lo menos importante; pues de lo que al fin y a la postre se trata es de no molestar a ninguna tribu y que salgan los nuestros. ¿No hay más novelas, apenas, que las que escriben los colaboradores de El País? ¿Conocen los encuestados las de Luis Mateo Díez; Sur, de Antonio Soler; la novela de Jordi Ibáñez Fanés, Infierno, Purgatorio, Paraíso, ganadora del último Premio de la Crítica; las novelas de Andrés Ibáñez; La hija del siglo (Seix Barral), de Clara Usón; El viajero del siglo y Fractura (Alfaguara), de Andrés Neuman? Y podría alargar la lista bastante más.
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Dejo para el final el comentario sobre la presencia española en la Feria de Frankfurt. Más allá de ausencias que cuesta trabajo entender, por ejemplo, la de autores notables, veteranos y jóvenes, pero también la de los historiadores de la literatura reciente y la de los críticos, habría que incluir el olvido de los hispanistas alemanes, que tanto podrían haber ayudado, o de señalar presencias que no se entienden. Sin embargo, al fin y a la postre lo realmente importante es si la siembra de traducciones que se ha hecho va a tener repercusión en el futuro o si los libros de los autores españoles, como suele ser habitual en Alemania, aparecen saldados a los pocos meses, quizá porque falta criterio a la hora de escogerlos y porque se hacen demasiadas apuestas a la vez, y a ojo de buen cubero. Me gustaría saber quién ha compuesto la lista de participantes y con qué criterios se ha hecho, más allá de lo políticamente correcto. Esta es una pregunta que deberían haberse hecho los periodistas culturales que asistieron a la Feria y que me parece que no se han planteado, o bien no han obtenido respuesta. Sea como fuere, los best sellers hacen solos su camino (ya sea Ruiz Zafón, ya Ildefonso Falcones), mientras que los libros estrictamente literarios, los más arriesgados y complejos, son los que necesitan del impulso de la ayuda institucional, al margen de que se vendan más o menos, aquellos que más interesa que se conozcan fuera de España, pues son los que dan la auténtica imagen de nuestra mejor cultura literaria. La presencia de autores que escriben en catalán, gallego y vasco debería ser una obviedad, aunque a ese respecto no han faltado las habituales falsedades de los medios independentistas catalanes, desmentidas por la prensa barcelonesa (por Sergio Vila-Sanjuan en La Vanguardia) con buen criterio. A ver qué cosecha nos trae el 2023. Que pasen buenas fiestas y que los Reyes Magos, que parece ser que no distinguen entre monárquicos y republicanos, sean generosos con todos.
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.
Lo más importante que ha ocurrido este año que se acaba son las muertes de Javier Marías, Almudena Grandes, Raúl Guerra Garrido, novelista y defensor de las libertades en el País Vasco, durante los años de plomo; la del argentino Marcelo Cohen, el profesor Basilio Losada así como la de la autora de excelentes fotografías (no le gustaba que la llamaran fotógrafa, pues pensaba, con excesiva modestia, que no era digna de tal nombre) de los escritores del mediosiglo, Asunción Carandell; o la muy reciente del escritor y ensayista alemán, muy vinculado a España y a la editorial Anagrama, H.M. Enzensberger.