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Recomendaciones para la Feria del Libro al margen de lo obvio, lo estrambótico y lo comercial

No me parece que sea el momento de insistir en el valor de los libros de autores consagrados, pues ya sus editoriales, la publicidad, las secciones de cultura y los suplementos literarios, les han prestado suficiente atención, a veces con motivo (Gabriel García Márquez, Ramiro Pinilla, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, Fernando Aramburu y Arturo Pérez Reverte), en distintos grados, y otras muchas, sin él.

Voy a centrarme en la narrativa española, la materia que me parece que conozco algo mejor, con alguna recomendación sobre la narrativa catalana traducida, en la que me muevo de forma caprichosa. 

En este diario me he ocupado en los últimos meses de los libros de Irene Solà (Te di mis ojos y miraste la tinieblas, Anagrama), con la sugerencia de que quien pueda, debería leerlo en su versión original, en catalán; de Andrés Neuman (Pequeño hablante, Alfaguara), sobre el milagro que supone empezar a oír hablar a un niño; de los divertidos y estrafalarios cuentos de Luis Mateo Díez (El limbo de los cines, Nórdica); del libro de cuentos de Ricardo Menéndez Salmón (Los muebles del mundo, Seix Barral), aunque recomendable en su conjunto, destacaría dos que me parecen memorables: A nuestros amores y La vida en llamas; y de la novela histórica de Raúl Quinto (Martinete del rey sombra, Jekyll&Jill). Quiero insistir, sobre todo, en esta última novela, pues obtuvo en abril el Premio de la Crítica, sin que los medios de comunicación nacionales le prestaran atención alguna, ni tampoco lo reseñaran en su momento, más atentos a las insustanciales modas del día.

Del resto, voy citar unos pocos títulos más. Son libros que he leído y he apreciado, algunos de los cuales aparecerán aquí reseñados en las próximas semanas. Se trata de la Narrativa breve (Galaxia Gutenberg), de Luis Martín-Santos, en la cuidada edición de Domingo Ródenas de Moya, que recoge sus cuentos y microrrelatos, muchos de ellos desconocidos; del Diario veneciano (Fórcola), de Ángel Crespo, al cuidado de Jordi Doce e Ignacio García Crespo, donde nos cuenta su experiencia como profesor en la Universidad de Venecia, sus vinculaciones con Italia; los cuentos de Extrañas parejas (Menoscuarto), de Cristina Peri Rossi, de su primer libro narrativo nuevo, tras recibir el Premio Cervantes; la novela Los guapos (Anagrama), de Esther García Llovet, con el espacio reducido y unos pocos personajes, singulares, como ocurre en todas las suyas, y con un comienzo excelente; la novela de Carme Riera Una sombra blanca (Alfaguara), que trata de la generosidad, el abuso y la justicia, de la que disponen asimismo en su versión catalana; de la biografía novelada de Ramiro Pinilla, El mar de Arrigunaga (Tusquets), obra de María Bengoa, quien fue su pareja durante los últimos años de su vida; y de las valientes y atractivas memorias –que un crítico cuente su vida siempre es noticia, por lo insólito– de Carlos Boyero, No sé si me explico, (Espasa), escritas en colaboración con el periodista Borja Hermoso, con quien comparto, además de la fascinación por un tipo de cine, el rechazo del artisteo, así como la aversión por los drogotas del móvil, el patinete y la bici, que han colonizado las aceras, y el mal uso de las llamadas redes sociales.

Quiero añadir, además, dos estudios que me han parecido muy atinados: el de Yolanda Morató (Manuel Chaves Nogales. Los años perdidos [1940-1944], Renacimiento), con nuevas aportaciones sobre la vida y la obra del periodista y escritor sevillano; y el coordinado por Joan Oleza (Claves ibéricas de la Guerra Civil. Memorias y narrativas, Renacimiento), libro imprescindible, desde el punto de vista teórico, histórico y analítico, sobre lo que fue la literatura que tiene como tema la guerra civil. Imprescindible me parece también la recopilación de entrevistas con escritores que acaba de aparecer en la editorial Montesinos, con el título de Las voces de Quimera, la revista en la que se publicaron durante los años 80.

Nada puedo decir todavía, pues no las he leído aún, de las nuevas novelas de Luis Mateo Díez, Clara Usón, Gonzalo Hidalgo Bayal o Mario Cuenca Sandoval, por solo citar algunos libros que me llaman la atención, y sobre las que espero poder escribir en este diario.

Por último, destacaría la novela de José Luis Martín Nogales (Un mundo mejor donde vivir, Menoscuarto), sobre los atentados del 11M, centrándose en la historia de los terroristas. Y por descontado cualquiera de los libros de Francisco Rico, maestro de filólogos e historiadores de la literatura, fallecido recientemente, pero podrían ser sus antologías de poesía o de cuentos, o sus ediciones de la prosa de Petrarca, La Celestina, El Quijote, el Lazarillo de Tormes o El caballero de Olmedo.

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P.S. Y como estamos en la Feria del Libro, les sugiero que visiten la caseta de Caballitoeditor, una pequeña editorial colombiana, de Bogotá, especializada en libros sobre la literatura y el deporte, que regenta Luis Alejandro Díaz.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

No me parece que sea el momento de insistir en el valor de los libros de autores consagrados, pues ya sus editoriales, la publicidad, las secciones de cultura y los suplementos literarios, les han prestado suficiente atención, a veces con motivo (Gabriel García Márquez, Ramiro Pinilla, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, Fernando Aramburu y Arturo Pérez Reverte), en distintos grados, y otras muchas, sin él.

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