La resurrección pop del ensayo político
“Creo que el ensayo con aspiración popular tiene que atender al mecanismo narrativo que implica al lector haciéndole sentir que va a ser partícipe de algo, disponiendo la información como si de una obra de ficción se tratara: personajes, escenas, historias paralelas e incluso su toque de intriga”. Daniel Bernabé, colaborador de infoLibre, analista y ensayista, sabe que las cosas han cambiado. “Entiendo que en un ensayo académico no es siempre posible esta disposición, donde se exige al lector un esfuerzo por adaptarse a unas formas canónicas y otorgar confianza a una obra que sólo tras su lectura completa puede resultar comprensible. Sin embargo, un ensayo accesible debe ser humilde y tener en cuenta el factor del entretenimiento.”
El ensayo político, un género canónico, proteico, mutante, ha ganado la batalla del rejuvenecimiento. Aunque los autores consultados sostienen que, más allá de percepciones como fogonazos, no hay fórmula; o que ellos no la aplican. Jorge Dioni López, distinguido con el Premio del Gremio de Librerías de Madrid en la categoría de ensayo por La España de las piscinas, apunta una primera respuesta intuitiva: al público más joven se llega aligerando el contenido o adaptándose a los formatos condensados. Pero se cura en salud: “No lo tengo claro”. Por no hablar de que el de “los jóvenes es un grupo tan amplio como los que tenemos casi 50...”
Otra perspectiva es la que nos procura Pedro Vallín. “Suene como suene, siempre he ignorado por completo quién es ‘el lector’, de modo que las frases que dicen ‘el lector quiere esto’ o ‘al lector le interesa esto otro’ me dejan completamente indiferente.” Intenta hacer lo que le gustaría leer, desoye a quienes le riñen por los párrafos largos, las subordinadas exageradas o la ausencia de entradilla convencional de sus textos. En cuanto a su filiación a la cultura popular, tiene que ver con sus intereses (y con una concepción muy acabada sobre cómo se construye la reflexión de cada sociedad) y no con sus estrategias. Conclusión: “ignoro cómo se atrae a los lectores y particularmente a los jóvenes”.
Iluminar, dar vida y color a los textos de voluntad política, es una opción. “Mi experiencia en mi último libro, Ya estábamos al final de algo, ilustrado por Joan Negrescolor, no ha podido ser más satisfactoria”, se felicita Bernabé: las ilustraciones hacen la letra más amable, la completan sensorialmente. “Claro que también hay una necesidad editorial, por formato, pero sobre todo porque hay un tipo de lectores que lo agradecen y lo buscan.”
López y Vallín optan por trufar sus trabajos de referencias cinematográficas o televisivas. “Son una manera de conectar ―explica el primero―. Tiene que ver con la frase clásica de ‘no lo digas, muéstralo’. Si tienes que explicar un dato o una evolución social, puede ser más sencillo hacerlo con un ejemplo narrativo”. Así, servirse de Médico de familia, La que se avecina o Mira lo que has hecho resulta útil para describir cambios en la composición social o la mutación de las personas que se van a vivir al extrarradio.
Vallín, por su parte, admite que existen esas estrategias y esas necesidades editoriales, pero en su respuesta subraya que habla solo por él. Su aproximación obedece estrictamente al modo en que entiende lo que ocurre y lo jerarquiza. “No busco una referencia de cultura popular para explicar algo, más bien es al revés. Viendo Shin Godzilla pensé, ‘coño, el procés’. Así de simple, así de grave es mi avería. Tiene que ver con mi particular forma de ver el mundo, en la que las formas y arquetipos de la cultura de masas son performativas de lo real, y en este sentido siempre me han parecido más importantes para la comprensión del mundo que las fórmulas y esquemas de lo que convencionalmente se entiende por alta cultura, y que a mí no me parece más que la morfología segregada de una cultura para clientes premium. Es decir, con filtro de entrada por cuestión de clase.”
Una obviedad que, no por serlo, debemos dejar de constatar: en los siglos XX-XXI, el audiovisual es el formato hegemónico de la expresión cultural, y que, “por avíos clasistas”, se ha intentado jugar con el convenio de que la hegemonía cultural era la escrita. “Pues no, no lo era, es falso. Y, por tanto, es el audiovisual (sucesivamente el cine, la televisión y el videojuego) el que mejor explica a las sociedades humanas de los últimos cien años. Porque también las han ayudado a construirse, las configura y las modula.”
Además, las referencias pop sí operan como una patente de corso para decir muchas cosas que, en otro caso, causarían controversia. “Pero esto, en mi caso, es una virtud aprendida, contingente.”
La España lectora polarizada
Mucho se habla, y mis interlocutores no son ajenos a ese runrún, porque se desempeñan en los medios de comunicación, de la polarización política. Me pregunto si, en este ambiente, ganar lectores que no piensen como uno es más difícil…
“No me lo he planteado”, asegura López; y Vallin: “De nuevo, es una batalla que me resulta bastante ajena”.
La idea de uno, cuando se interesa por un tema, “es huir del juicio moral de los comportamientos y, sobre todo, del formato Chiringuito/Moros y Cristianos; es decir, del a favor o en contra. Es más vistoso y sencillo, pero se acaba enseguida.” El otro, polemista militante (como quedó demostrado en su primer libro, ¡Me cago en Godard!: el título es ya una provocación), confiesa que no sabe si la sustancia pop (porque no es solo un envoltorio, es sustantivo) de C3PO en la corte del Rey Felipe, invita a entrar al disidente o, al contrario, lo aleja. “Extraño que algunos pensadores, digamos intelectuales en sentido ortodoxo, que han hecho elogio apasionado de los bastidores de la cultura popular, como es el caso de Fernando Savater, lo mantenga como un vicio privado, un hobby que cultiva en horas muertas, incomunicado de sus reflexiones sobre la política y la sociedad, tan llenas de gravedad y tremendismo y tan ajenas a esos arquetipos que en el fondo tan bien la explican.”
Bernabé, por su parte, recuerda que queremos leer no para cuestionar nuestras certezas o ampliar nuestros conocimientos sino para confirmar nuestros sesgos y prejuicios, “que en el fondo es un síntoma de sentirnos solos y desorientados. De ahí el éxito de las redes sociales, donde buscamos más que el contacto con el diferente, el aliento de la tribu”. Así que procura escribir pensando siempre en alguien alejado de él, por edad, intereses, ideología, alguien al que probablemente no vaya a llegar pero que, dado el caso, “no sienta el libro como algo hostil, sino como algo donde encuentre una ventana a otra parte: es importante, para los tiempos en que vivimos, aceptar que existen otras visiones además de la de nuestra parroquia”.
El juicio de los mayores
Para terminar, someto a mi triunvirato al juicio de la historia: ¿qué pensarían Aristóteles o Rousseau et al. si levantaran la cabeza?
“Creo que se sorprenderían de encontrar un mundo donde se lee más que nunca, pero de manera cada vez más fraccionada ―aventura Bernabé―. El formato libro es necesario, sencillamente porque hay temas que no caben en unos pocos caracteres. Me da mucho miedo que la forma en que expresamos y leemos nuestros miedos y esperanzas, con brevedad y fugacidad, a veces mediante simples imágenes o iconos, acabe afectando precisamente a cómo pensamos esos miedos y esas esperanzas.”
Cuéntame un cuento… así no, de otra manera
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“Se darían con la tapa, como también sostenía mi abuelo”, responde Dioni. “Rousseau era un pieza de cuidado. Si tenemos en cuenta la tendencia a la paranoia que desarrolló, hoy podría defender cualquier cosa.” La democratización de la cultura hace que existan varios niveles de profundidad en los temas, en su opinión hay que evitar el formato de competición entre lo superficial (divulgativo o periodístico) y lo académico, que tendrá que ser más riguroso y denso. “Son formatos complementarios, cada uno con su espacio. Creo que es un error que lo académico trate de ser informal o lo divulgativo pretenda tener el mismo reconocimiento normativo.”
El trasplante, la comparación, es difícil porque las fórmulas de cultura popular de sus respectivas épocas no tenían la cualidad de empapar la dirección de la sociedad, dice Vallín. “Es obvio que solo cuando la masa es protagonista de la historia del hombre, y eso ocurre con la democratización, es decir, como mucho los últimos doscientos años, es cuando las ficciones de masas se vuelven más relevantes para explicar lo que ocurre en esas sociedades también en lo político. Ellos pertenecían a modelos de organización social verticales en los que su influencia como casta es determinante.” Y este no es el escenario de hoy. Así que no tiene ni idea de cómo actuaría un Rousseau en el marco de lo contemporáneo, aunque no tiene muchas esperanzas de que le diera por usar ficciones literarias, cinematográficas, televisivas o videolúdicas para explicar el mundo. “Después de todo, somos muy pocos los que acudimos a ellas y no creo que esté probado que nos dé prestigio ni lectores. Desde luego, no prestigio, en los términos convencionales que lo ansía un ensayista.”
Señala, eso sí, que los libros de ensayo (no ficción) que mejor se venden (y excluimos la autoayuda en sus muchas variedades), y ocurrió con el libro de David Jiménez, un fenómeno editorial, o ahora mismo con el de Cayetana Álvarez de Toledo (y podríamos señalar muchos más, pero en general en todos los libros de política hay algo de esto), “el elemento común de su éxito no es la sofisticación de su discurso o el tipo de referencias culturales que emplean, sino la posibilidad que entregan al lector de mirar tras los visillos y cotillear. En el fondo, es un reclamo comercial más viejo que el hilo negro”.