El riesgo de cabalgar la vida

Respira

Tim Winton

Libros del Asteroide (2024)

La rutina de respirar, el estupor de crecer. En ese mar se mece y estremece Bruce Pike, atrapado en la espuma de la marea. Niño cuando abandona la playa, ya en la pubertad cuando retorna a la arena. El oleaje lo estira y lo cambia. "Cuando eres joven sientes que la vida te deja impotente al arrastrarte una y otra vez a hacer lo mismo, respirar y respirar y respirar…".

Respira inspira y espira iniciación, el despertar. El empeño por balancearse en una corriente de riesgo que interponga millas vitales con las personas corrientes. Lo anodino de la familia, inmigrantes británicos en Australia Occidental, y la relación periférica con su madre, con un pesaroso diagnóstico, "un educado y tácito fracaso: entre nosotros había afecto, pero no intimidad". La palidez de un lugar, Sawyer, donde se siente dislocado, "un pueblo de tablas de madera en un pueblo maderero". "En la vida de nuestros hombres no había nada que pudiera considerarse bello". Esta planicie lo aboca a una búsqueda sofocante y, a la par, estética. Bruce la encuentra en el surf extremo.

Y en otro chico, Loonie, fascinado por los vértices del riesgo. "Estar con él era como pasarse la vida al lado de una corriente eléctrica mortal".

La adolescencia o el tiempo de la amistad inexpugnable y absorbente, hasta que la vida los separe. Los dos jóvenes completan el triángulo con Sando, un adulto con "espíritu de guerrero hippie" –son los años setenta, resacosos de la década anterior–, que merodea por abismos marinos con sus tablas. Detesta envejecer. Nada con tiburones, sortea arrecifes y galopa sobre olas inabarcables, graníticas, voraces. En estos escenarios sumerge a los dos chavales. Los enreda, a sabiendas, en una espiral de peligro para aislarlos de lo vulgar y perimetrar su resistencia. El trío se asemeja a una "secta". Desde su cresta aguamarina, embriagados, consideran que el salitre solo corroe a los convencionales. "Lo que nosotros hacíamos y lo que nosotros buscábamos era lo extraordinario".

En esta progresión hacia lo insólito, el penúltimo impulso lo da el temor. Surfean "para mirar el miedo cara a cara". Tim Winton conoce la magnitud de esa escalada hacia el temblor, tiene tablas en el enfrentamiento con el poder y la hostilidad del Índico, cuando lo líquido muta en solidez repentina. Traslada su experiencia al veterano Sando, quien somete a Bruce y Loonie a una rivalidad extenuante. Un bucle de belleza inútil, que pretende "coquetear con la muerte". Los adolescentes suelen banalizar el final por creerlo remoto, hasta que su cercanía les sacude el cerebro y la médula. El límite a la carrera intrépida por exhibir más agallas ante el jefe y guía. "Tener miedo demuestra que estás vivo y que estás despierto". Bruce supera los retos, pero se tambalea, duda. Un fondo acobardado. "Todo el mundo es una gallina", menos Loonie. La divergencia entre la osadía y un relámpago de cordura.

Elegir y alejar. El surfero de edad madura se decanta por el chico que desdeña el espanto. El exclusivo trío, restringido a un dúo en busca de otros mares donde citarse con lo temerario. El narrador protagonista, que aún no ha cumplido los quince, se queda excluido en tierra. Abocado a la soledad, la contrarresta, sin embargo, con la veinteañera Eva, la norteamericana esposa de Sandro. Resentida porque un accidente la apartó del esquí acrobático, deporte en el que palpó el éxito. Y el fracaso de una pierna quebrada que la encalló en la costa de Australia. La segunda iniciación de Bruce. No quedará indemne. "La consideré moralmente responsable de todos los problemas que viví de adulto". Una salud mental zozobrante.

Respira exhala una obsesión por la ruptura con lo acostumbrado. Lo representa con llenar y vaciar los pulmones. La elasticidad inconsciente, mecánica. El aliento y sus quebrantos se expanden como metáfora por esta novela: la apnea nocturna del padre, la bolsa en la cabeza para tentar el éxtasis, la resistencia bajo el agua hasta el más difícil... A la vez, explora el voluntario alejamiento íntimo, de sí mismo, de los suyos y de su entorno. Para hallarse en las lindes.

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Como en este texto, Tim Winton, reconocido como un Tesoro viviente australiano, ya relató esa pretensión de distancia en obras como Los jinetes y Música sucia. Perseguir lo único, cargados con la doble condición de seres solitarios y lastimados. Bruce Pike lo refleja también. Después de cabalgar sobre el espinazo del peligro, de sortear escollos de locura, de abrazarse a lo descomunal, se ancló en lo frecuente, en lo más próximo a la norma. Y así eludió el naufragio. "Tu momento llega y se va". En el principio, muchos años después de la juventud, es un paramédico, divorciado y padre de dos chicas, que acude a ayudar a una mujer cuyo hijo acaba de morir. Bruce concluye que el joven no se ha suicidado, que la asfixia natural ha tronchado su inercia de respirar y ha expirado sin remedio. La fatalidad del desafío estimulante, estéril cuando el océano ahoga la provocación. Pike se amarró a la vida cuando emergió de las orillas de la oscuridad, vacía de atmósfera que inhalar. A horcajadas de lo corriente: calma. 

              

* Prudencio Medel es periodista.

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