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Los diablos azules

Rodrigo Fresán: “Ahora el enemigo de la lectura es la lectura”

El escritor Rodrigo Fresán.

Carlos Serrato

Parte de una trilogía que se ha ido haciendo sola, La parte soñada (Literatura Random House, 2017), es la nueva novela del escritor argentino afincado en Barcelona Rodrigo Fresán. Un proyecto que ha ido construyéndose sobre la marcha, a partir del núcleo de personajes y la trama que empezaron a anudarse en La parte inventada (Literatura Random House, 2014) y que supone una de las apuestas literarias más valientes de la actual literatura escrita en español. No hace falta decir, que La parte soñada, como su hermana de 2014, es una obra que exige la lectura pausada y entregada que toda gran obra que va a durar en el tiempo merece.

Nunca se sabe cómo salen estas novelas que van arrastrando como un vórtice en el tiempo la experiencia literaria de un autor hasta exprimirlo –la novela a quien se deja escribir por ella— y licuarlo en un océano lleno de vida escrita. Fresán narra el delirio onírico con la precisión de quien a la vez está dentro y fuera del relato. Su discurso no es en modo alguno delirante, pero el lector que entra en él experimenta una sensación de suspensión de las leyes espaciotemporales, un vértigo de vacío que le hace caer en un mundo alucinado. Fresán no nos cuenta los sueños, fabrica sueños para que el lector los sueñe. Una voz exclusivamente narrativa que teje en un tiempo sin tiempo, carente de diálogos, un universo donde la aventura y lo ensayístico, la cultura pop y la libresca, los sueños como libros preservados en Farenheit 451.

Charlamos con al autor en Sevilla. Sí, Rodrigo Fresán es un tipo agradable que está escribiendo una obra maestra (o ha escrito dos obras maestras que se dan la mano y le tienden la que les queda libre a la tercera que está en camino, como ustedes prefieran) y parece que lo haya hecho, que lo esté haciendo, tomándose un vermú para alegrar la tarde. A qué andarse con milongas cuando la escritura te posee —supongo yo que piensa tras su rostro impenetrable— y uno se entrega, se deja, se abre al demonio de la escritura y ya no hay remedio. A eso, me parece que lo llaman autoborrado del autor; no hay nada que justificar, lo escrito escrito está, si quieres lo lees. Quizá aquí debió terminar la entrevista, antes de haber empezado siquiera, pero ni pude resistirme a saber por qué y cómo se le había ocurrido escribir sonámbulo, ni, ya que tenía delante a un poseído por el demonio de la literatura en los tiempos de la banalidad institucionalizada, a decirle de alguna manera que yo sí, que quise y la leí o que la estoy leyendo porque La parte inventada, La parte soñada y la que le queda por contar no se acaban nunca de leer del todo, están escritas para ser visitadas de cuando en cuando, como se hace con los amigos, como pasa con las obras maestras que salen porque tienen que salir.

Pregunta. La parte soñada es una novela ambiciosa, enciclopédica, parte de una trilogía aún más ambiciosa, su trilogía sobre los procesos de la mente creadora del escritor. En estos tiempos de literatura light, ¿cómo es posible que un escritor se haya propuesto una empresa tan ambiciosa y tan fuera de las tendencias comerciales del mercado literario?La parte soñadalight

 

Respuesta. Seguramente no siendo en absoluto consciente de eso, ¿no?, desde la pura inconsciencia. De hecho, en términos prácticos reales, yo nunca pensé en escribir una trilogía, yo pensé que con La parte inventada la cosa terminaba ahí, pero enseguida descubrí que me costaba mucho separarme de ese libro. De hecho me la pasé todo el año largo siguiente al que salió el libro escribiendo partes para inserts que fueron incorporadas luego a las ediciones francesa y norteamericana y ahora a la española de bolsillo que está a punto de salir. Y después la gente me preguntaba por Penélope y qué había pasado, qué sé yo... y todo eso a mí me obligó a seguir pensando en esta gente, los Karma y todo eso... Mi plan, en realidad, era escribir una cosa muy breve como próximo libro, una novela corta de unas cien páginas, que fuera simplemente una sola noche en la vida de dos niños con su tío recorriendo una ciudad, que era una especie de Buenos Aires espectral, crepuscular, de mi infancia, buscando a sus padres, y esto fue absorbido finalmente por este libro. Ese tramo quedó en seis o siete páginas de La parte soñada, y, te digo, no había ninguna intención ni de trilogía ni de magnum opus, sino de aquí está lo que tengo para decir; pero, al mismo tiempo, también me produce una cierta gratificación que desde afuera sea considerado de ese modo, porque también yo siento que me lo he trabajado, digamos. Esto no quiere decir que la escritura de los libros haya sido agónica o sufrida, sobre todo a partir del momento en que supe que esto era la segunda parte de una tercera parte —que ya incluso está bastante avanzada—, porque se fue escribiendo un poco en sincro. Fue todo muy grato y así como sobre ruedas.

En cuanto a la literatura light, siempre la hubo, ¿no? Y estoy contento de que exista, porque así uno tiene algo en contra de lo que escribir, no en contra, en oposición a, o una cosa beligerante, pero sí decir: bueno esto a mí no me interesa, está bien que exista, está bien que esto incluso financie gestos como el mío y cada loco con su tema.

P. Bien, pero curiosamente la escritura de esta novela enciclopédica muestra no solo tu manejo de la alta cultura, sino también de la cultura pop.

R.  Sí, yo no hago muchas diferencias. O sea, cuando dicen que soy un escritor pop y todo eso... Me parece que Jane Austen era pop y que Borges era pop y que cualquier libro que refleje medianamente su circunstancia y su tiempo se va a nutrir de elementos naturales. En cuanto a lo de la alta cultura, no sé, cada vez está más al alcance de la mano y a la gente cada vez le preocupa menos. La gente está en otras cosas. Cuando yo era niño me decían que el enemigo de la lectura era la televisión, y ahora el enemigo de la lectura es la lectura. La gente está leyendo y escribiendo todo el tiempo, no cosas demasiado profundas que digamos, pero la literatura siempre va a estar ahí. De hecho, en relación a lo que tú dices, yo creo que En busca del tiempo perdido, Ulysses, Bajo el volcán, Tristam Shandy, la obra de Kafka, quiero decir, los libros más formalmente exigentes que se te ocurran siempre van a tener lectores, probablemente cada vez tengan más lectores, por una cuestión demográfica, pero lo que sí me parece preocupante es que los best-sellers están cada vez peor escritos. A mí también me gusta leer best-sellers, pero yo me acuerdo de escritores, no sé, como Irving Wallace o Morris West, ya no digamos Somerset Maugham, ni Chesterton... En comparación a los best-sellers de ahora eran muy superiores. Los vampiros de Anne Rice en comparación con los de Stephenie Meyer... Me parece que antes los best-sellers en muchos casos eran como una especie de escalerilla de piscina pública que tú podías utilizar para subir y luego pegarte el gran clavado y lanzarte al abismo de las grandes cosas; pero ahora, me parece que es una literatura muy..., bueno, una ficción o una narración muy escasa, muy baja.

P. Tu novela aparece como ambición de escritura total, absorbes todo ese material heterogéneo en un concepto absoluto de narratividad literaria (ya adviertes al principio de tu poco aprecio por los diálogos), casi como si se tratase de una narración oral desatada.

R. Sí, y también una cosa que a mí me preocupa mucho que tenga, porque es una cosa que a mí me parece que es un signo de los buenos libros, que es el sentido del humor. La gran literatura solemne, marmórea, broncínea, donde todo es como con eco, con grandes bóvedas, no me parece que tampoco esa sea gran literatura. No hay nada peor que la gran literatura con ganas de ser gran literatura, que está todo el tiempo como diciendo “ojo que soy gran literatura”. El caso más noble y al mismo tiempo, a veces, más ridiculizable es el de Thomas Mann, que está siempre diciendo “soy el Gran Escritor”. Que lo era, pero no tenía por qué repetirlo él todo el tiempo, no hacía falta, ya con lo que decían de él debería alcanzarle de sobrado.

A mí me gustó mucho el discurso este que Bob Dylan no fue a pronunciar a Estocolmo, donde él hace una maniobra astutísima: se comparaba con Shakespeare, pero, acto seguido, lo rebajaba a la altura de un tipo simplemente preocupado por entretener, por la calavera y por quién se iba a sentar en la primera fila y quién no. Quiero decir, uno no tiene que ser tan consciente del efecto o de la posible trascendencia de lo que hace, ¿no?

P.  En tu caso eso es evidente, tu escritura parece...

R. No, el secreto me parece que está en divertirte. Si no te diviertes tú no tienes por qué pensar que vas a divertir a otros.

P. Pero aparte, a pesar del cálculo, que se nota en cada página, es una novela muy visceral, parece una novela escrita de un tirón, aunque eso es imposible por el volumen, pero el ritmo narrativo es asombrosamente mantenido

R. Eso tanto en este libro como en el anterior, que están conectados por esa especie de voz, que es una tercera persona pero parece que fuera primera persona en realidad, una cosa un poco engañosa... También por eso me costó mucho desprenderme de lo escrito y me dije por qué no seguir con esto, porque la verdad es que era agradable y, al mismo tiempo, era algo que me daba un poco de tristeza matar tan rápidamente. Con el próximo libro ya será suficiente, pero me costaba la verdad, pensé que estaba logrado, entonces, ¿por qué no seguirlo?

P. La parte soñada me pareció un novela psicológica, pero no la típica novela, no sé, si utilizo el término postmoderno igual te molesta, pero no es ni la típica novela psicológica del XIX sobre la mente del personaje ni la del XX sobre la mente del escritor, sino una novela psicológica sobre la literatura como mente colectiva. ¿Hay algo de eso?La parte soñada

R. Ya, probablemente. Con el tiempo uno se adapta, es mi décimo libro, entonces uno ya puede sacar algunas conclusiones al respecto y me doy cuenta de que a mí lo que más me interesa como tema es —y está dicho en el libro en algún momento—, cómo diría... Me parece que el tema más transgresor, revulsivo, controversial e incomodante es leer y escribir, me parece que no hay nada más inquietante que eso.

P. Inapropiado por lo menos. Me parece que era William Boyd quien decía que le gustaba vivir en un barrio de banqueros, porque cuando salía por la mañana a buscar el pan, la gente, que sabía que él era escritor, lo miraba como si fuese una persona de mal vivir y eso le encantaba. Me vengo a vivir a este barrio porque aquí me miran mal.

R. Sí, sí, sí.

P. Por otra parte, tu novela me parece rara, tremendamente arriesgada en el panorama actual de la literatura española y, yo diría, con un poco de atrevimiento, que en el panorama de la literatura hispana. Los referentes que se me ocurren son Gaddis, Pynchon o Foster Wallace.

R. Kurt Vonnegut también, sobre todo Vonnegut. Pero igualmente siento que en la literatura, no diría argentina, pero sí rioplatense, todas las novelas son bastante particulares sobre lo formal, ¿no?, desde Rayuela o Adán Buenosayres, incluso Sobre héroes y tumbas. En ese sentido yo, de las pocas cosas de las que me siento contento de ser argentino, si bien ya llevo más años de escritor en activo en España que todos los que llevé en Argentina en su momento, es que te da una inmensa libertad, no estás ni siquiera constreñido por la idea de la novela como género y tampoco te preocupa la idea de la gran novela latinoamericana a la Vargas Llosa o a la Carlos Fuentes. Después, hay una cosa que la repito siempre y es que la literatura rioplatense es la única, en español, seguro, pero me atrevo a decir también en todo el mundo (y diría, incluso, en todo el universo, a ver si en esos siete planetas que descubrieron hay escritores, un planeta de escritores nada más), la única literatura en la que todos sus escritores canónicos y totémicos practicaron el género fantástico, la única. Los grandes escritores, todos, no hay uno que no lo haya hecho, ni vivo ni muerto, y eso te da, de entrada, una especie de gran liberación, no tienes un pudor por el género, ni siquiera piensas si esto es ciencia ficción o esto es fantástico, sino que lo ves como una parte más de la realidad. Quiero decir, una novela como Ada o el ardor, de Nabokov, podría ser también una novela de ciencia-ficción, si lo ves en términos genéricos, y a Nabokov tampoco le interesaba la ciencia ficción. Para mí eso es muy gratificante.

P. Otro referente que se me viene siempre a la cabeza es William Burroughs cuando te leo a ti, aunque con una visión muy distinta de la forma. Por ejemplo, aquí en esta novela entras en el mundo de lo onírico, pero el lenguaje es muy racional, no sigue en esa línea el lenguaje descoyuntado de Burroughs.

R. No. Bueno, ahí en La parte soñada está dicho: no hay nada más difícil que escribir sueños o escribir escenas de sexo, esos son los dos máximos desafíos de la literatura narrativa. A mí, la verdad, es que si me pones contra una pared y me preguntas “¿para qué escribes?”, te respondería que a mí me gusta pensar que mis libros dan ganas de escribir o ganas de leer, me parece que no hay más que eso. Incluso cuando hago reseñas yo tengo una actitud completamente evangélica, en cuanto predicar la buena nueva y tanto cuando leo como cuando escribo me gusta que eso esté ahí, ¿no?

P. Una última pregunta, a mí La parte soñada me parece una novela melvilleana, más allá del recurso compartido de las extensas citas iniciales, entonces, la curiosidad es: ¿quién es el capitán Acab y qué es Moby Dick en tu novela?La parte soñada

R. Ambos están afuera del libro, puede ser. A mí me gusta, a la hora de relatar los sueños, tener en cuenta a quien mejor lo ha hecho, en términos artísticos, y quien mejor ha reflejado lo que son los sueños, por lo menos en el cine, es David Lynch. La gran astucia de David Lynch es que nunca ves quién está soñando; el soñador probablemente sea el espectador. Por eso me gusta pensar que Acab y Moby Dick son dos lectores del libro que están dando vueltas por ahí. Quiero decir, yo pongo el océano, la ballena y el capitán que los pongan los lectores.

Luego nos tomamos un vermú y seguimos charlando, pero de rock, de los nuevos discos de Ray Davis y de Robyn Hitchcock, del disco póstumo de Bowie y de que su Hunky Dory es insuperable. Así, como si tal cosa.

*Carlos Serrato es profesor de Literatura. Carlos Serrato

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