Por un tríptico de los 'apandadores'

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Una de las pocas cosas gratas que nos ha traído el llamado procés es el despertar de algunas gentes de la cultura, de numerosos escritores, quienes por fin se han decidido a participar en el debate sobre lo que está ocurriendo en Cataluña en estos últimos tiempos, aunque los hechos venían gestándose desde hace muchos años, desde que Jordi Pujol llegó a la presidencia de la Generalitat, ignorando siempre a la mitad al menos de los ciudadanos de Cataluña. Algunos como Fernando Savater, Félix de Azúa, Ignacio Vidal-Folch, Juan Marsé, Jordi Llovet, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella, Jorge M. Reverte, Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Jordi Gracia, Andreu Jaume, Valentí Puig, Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina o gran parte de los colaboradores de la revista El viejo topo, llevaban años denunciando con escaso eco esta deriva radical nacionalista. Otros se han ido sumando al debate en los últimos años, como Antonio Elorza, Carme Riera, Javier Marías, Nuria Espert, José María Merino (en sus nuevas narraciones sobre Souto), Ignacio Martínez de Pisón, Javier Cercas, Laura Freixas, Imma Monsó, Ponç Puigdevall, Julio Llamazares, Jordi Ibáñez Fanés, Serrat, Isabel Coixet, Sabino Méndez y Eduardo Mendoza, entre otros. Tampoco han faltado los que se han declarado “equidistantes”, como Almudena Grandes (“En contra”, El País, 6 de noviembre del 2017). Y a ellos se han sumado varios escritores hispanoamericanos que residen y han residido en España, o que mantienen vinculaciones estrechas con nuestro país, tales como Jordi Soler, Juan Gabriel Vásquez o Enrique Krauze.

Ni que decir tiene que el bando contrario ha cosechado también numerosos valedores, como Jaume Cabré, Quim Monzó, Joan Margarit, Noam Chomsky, Albert Sánchez Piñol, Francesc Serés, Màrius Serra, Isabel-Clara Simó, Joan Lluís Bozzo, Lluís Llach (nos ha dejado para la historia una frase memorable, con motivo de la manifestación de los constitucionalistas: “Mañana dejemos vacías las calles de Barcelona. Que los buitres no encuentren comida”), Maria del Mar Bonet, Jordi Savall, Manuel Castells, Xavier Sala i Martín, Antoni Puigvert (según Màrius Carol, director de La Vanguardia, uno de los mejores amigos de Puigdemont) o el artista chino Ai Weiwei, etc. Ni tampoco han faltado quienes se han mostrado críticos con ambas posiciones, como Sergi Pàmies, Carles Casajuana, Lluís Pascual o Mario Gas, entre muchísimos otros. E incluso ha habido una cierta guerrilla entre viñetistas: El Roto y Forges por un lado y Toni Batllori, Ferreras y Kap por el otro. A todo ello habría que sumar el intento de hacer una película, Torrente 6: España se rompe, que según parece, a la vista de la sal gorda del guion, no va a rodarse. Mejor, la leña ya tiene suficiente fuego.

Eduardo Mendoza, uno de los novelistas que cuenta con más lectores, residente en Londres en los últimos tiempos, tras escribir un ponderado artículo sobre el tema (“El descarrilamiento del procés”, El País, 27 de septiembre del 2017), ha decidido dedicarle un librito, movido por la ansiedad y con la intención de dar una explicación parcial, pero razonada, según el mismo aclara (p. 88). Bienvenidas sean estas 89 páginas en formato de bolsillo.

El libro aparece dividido en doce capítulos en los que Mendoza se ocupa de la historia, mitos y leyendas de Cataluña, así como de la burguesía y del carácter de sus habitantes, pero sin perder de vista en ningún momento las relaciones con el resto de España, con Franco y su régimen. Este recorrido, en el que –por cierto— no se cita ni un solo nombre de la actualidad política, desemboca en un capítulo final sobre la independencia, aunque sea al término del anterior cuando Mendoza afirma: “Es obvio que la independencia de Cataluña no redundaría en beneficio suyo, pero hasta ahora parece que les trae sin cuidado” (p. 79). A pesar de ello, el conjunto de razonamientos del libro sitúa a Mendoza en eso que se ha dado en denominar una postura “equidistante”, si bien mucho me temo que —tal y como están las cosas— irritará a unos y a otros.

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Pero, meditando sobre estas sensatas reflexiones del autor de La ciudad de los prodigios, no he podido dejar de pensar que el llamado procés ya ha tenido analistas serios y trascendentes, casi tantos como demagogos y fanáticos. De Mendoza esperaba tal vez otro registro más acorde con sus mejores habilidades narrativas: la parodia, la reducción al absurdo, el delirio, a veces lúcido, y el humor templado. Quizá porque me parece que es uno de los pocos que podría diseccionar con lucidez la tragedia grotesca que hoy padecemos en lo que Ramón de España viene llamando de manera expresiva “el manicomio de Cataluña”. El caso es que, si a lo chusco del asunto y la mediocridad de los protagonistas, le sumamos el escaso respeto que han mostrado por la verdad y por las leyes, el dichoso procés solo podría explicarse pasando a los actores, políticos, intelectuales y periodistas con talla de figurantes, por los espejos del callejón del gato (el actor Manuel Galiana afirmaba que “Valle-Inclán con sus esperpentos sacaría mucho jugo a Puigdemont”, ABC Cultural, 18 de noviembre del 2017). O bien interpretando los hechos tal como lo hizo Otto Dix en su “Tríptico de la gran ciudad”. Aunque aquellos burgueses que bailaban entonces a los sones de una orquesta de jazz, rodeados por prostitutas y mutilados de guerra, sean ahora castellers y alcaldes que levantan bastones en honor de apandadores beatos, fanáticos, xenófobos y corruptos, sin que falten numerosos tuertos bienintencionados.  En fin, a ver quién lo escribe, en catalán o en castellano, quién consigue pintarlos con lucidez, hacer complejo y matizado lo que ahora solo apreciamos como plano y tosco.

*Fernando Valls es profesor de literatura y crítico literario.Fernando Valls

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