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Una ventana que abocara al mar

Plaza de abastos

Teresa Gómez Gómez

Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia (2022) 

Escribir sobre Plaza de abastos me produce un infinito placer, una alegría inmensa. Les aseguro que he escogido con precisión estos adjetivos tan exaltados, porque leer sus poemas, en su singular unión de pasión, ternura inteligente, lucidez y oficio consumado me hace muy feliz, me confirma que hay algo en este mundo que no tiene precio que es la vocación de felicidad. Una vocación que tematizan de modo muy elaborado, elegante y lúcido los poemas de Plaza de abastos, poemas que se sitúan desde el principio bajo el deseo arrollador de abrir ventanas al mar: "Eran las condiciones -me dije con los años-/ las que hubieran podido, / pese a tu voz,/ abrir de tanto sueño/ una ventana que abocara al mar".

Abrir ventanas al mar, abrirlas de verdad para que se pueda oír el ritmo de las olas, para que se pueda ver que hay algo inmenso enfrente y a la vez al alcance de la mano, una belleza bondadosa, íntima pero también arrolladora, es algo al alcance de muy pocos, igual que la sencillez compleja, la apariencia de fluidez que envuelve la solidez entre emoción y pensamiento. Todo eso se encuentra en los poemas de Plaza de abastos desde la primera parte, no por casualidad titulada Variaciones sobre un tema inesperado. El amor y el cuerpo son siempre temas inesperados y, a pesar de las apariencias, muy complejos de tematizar poéticamente porque aglutinan todos nuestros deseos, porque van convocando una y otra vez el delicado equilibrio entre los sueños y la lucidez, los anhelos de una sentimentalidad de tango, bolero o de canción francesa (el imaginario de Plaza de abastos es muy afín a la canción francesa) y la conciencia de que el fracaso, la tristeza o los naufragios están ahí al acecho, desafiando nuestra vocación de felicidad.

El maestro Juan Carlos Rodríguez, a quien tanto quisimos y admiramos Teresa Gómez y yo y que tan fino hilaba en sus lecturas y análisis, afirmaba que en Plaza de abastos se crea "una auténtica metafísica del cuerpo" y eso es bien difícil. El erotismo que desbordan los poemas de Teresa Gómez es, si se me permite, un erotismo tan "sólido" en el mejor sentido, tan alimentado de lecturas y de una mirada a la vez muy culta y muy vital sobre la vida y los cuerpos que se convierte en muy poderoso: "No sé cómo he llegado hasta tu lengua.// para que yo la hiciera mi cómplice/ en tus brazos/ la ciudad me guiñaba sus ojos amarillos.// Apostada en tu cuerpo como en ninguna plaza/ donde la espuma llega sin más olas,/ sin más tiempo que el justo/ para saber tu nombre con certeza". Además, es un erotismo que desprende bondad. De un modo sutil pero rotundo los poemas de Teresa Gómez confirman que hay que leer mucho, con amor, los libros y el mundo, para amar bien, para ser capaz de conjugar el recorrido de la flanêuse, de la paseante, por la ciudad, y el recorrido de la amante por un cuerpo.

Yo podría decir, y sería verdad, que hay en Plaza de abastos una imbricación entre la escritura del cuerpo y la ciudad, que la geografía urbana se construye en íntima relación con la corporalidad amorosa, pero hoy, en la presentación de Teresa Gómez, quiero decir lo que veo al leer estos poemas: veo a una mujer que recorre la ciudad, que corre literalmente por las calles con la urgencia de los amorosos ("Los amorosos andan como locos", escribía Jaime Sabines) una mujer bondadosa, inteligente, tierna, de corazón elegante y arrebolado (porque, sepámoslo, solo los corazones arrebolados, marcados por "un amor a destajo" son elegantes), que ha interiorizado corporalmente un imaginario afectivo y cultural, es deseante y deseable, todo al superlativo. 

Para seguir con el poema que abre el libro, las metáforas pertenecientes al ámbito marino aparecen vinculadas al cuerpo y a la escritura del tiempo íntimo, del propio pasado que llegamos a comprender en el acto amoroso: "Extendida la arena más allá de las costas/ yo sostuve en tu cuerpo una formulación de mi pasado". El cuerpo del otro nos permite tomar conciencia con la piel que estamos hechos de tiempo, que acariciamos la piel de tiempo, que desde el amor físico que siempre desborda lo físico, que desemboca en la metafísica del cuerpo a la que se refería Juan Carlos Rodríguez, nos podemos formular a nosotros mismos como narración, como sucesión de pasado, presente y expectativas de futuro. Estamos físicamente hechos de mar, olas y arena y solo al amar corporalmente comprendemos nuestro propio pasado. Hay una sabiduría muy profunda en estos versos con apariencia de ligereza, porque la ligereza verdadera, elegante y danzarina, es siempre solidísima. Cada "caricia nueva en la cintura" que se presenta como "inesperada" nos desvela un ángulo nuevo, un fotograma nítido de nuestro propio pasado. Los amorosos, como los llamaba Sabines, saben con la piel y con la inteligencia que al amar otros cuerpos no solo defendemos una vocación de felicidad, también comprendemos lo que fuimos, inventamos nuestro recuerdo de lo que fuimos, lo volvemos a pasar por el corazón. Los amorosos esperan pacientes en los poemas de Plaza de abastos, una paciencia que a la vez es la impaciencia del corazón de Stefan Zweig, porque hay una urgencia en atravesar corriendo las calles de la ciudad para llegar al cuerpo amado y fundar algo que pertenece al erotismo y a la comprensión. Sabines escribe: "El amor es una prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro". Eso lo sabe muy bien el yo poético de Plaza de abastos, lo sabe al mirar "esta plaza redonda como el mar/ y tu boca/ que se llena de gente", sabe que hay un rumor de pasos y de olas en el amor.

El espacio urbano aparece muy vívido en los poemas de Teresa Gómez: vemos con claridad las calles, las ventanas, las aceras, el movimiento de los peatones, y también vemos cómo los cuerpos que se aman se buscan, se anhelan en medio del pálpito de la ciudad, despliegan su amor en las claves precisas de una geografía citadina hospitalaria y reconocible. Sin embargo, la tarde también hiere si en lugar de presencia hay ausencia, si la corporalidad deseada no se materializa: "pero cruzan la calle caravanas de cuerpo/ y no son como el tuyo/ que me dejó en la boca la herida de la tarde". ¿Qué hacer con la herida de la tarde ? ¿Qué hacer al leer un verso como el magnífico "¿A quién voy a decirte que te he querido tanto?" de otro espléndido libro de Teresa Gómez, La espalda de la violinista. La flâneuse de la ciudad y del amor es alguien que sabe que la tristeza puede colarse en cualquier equipaje de caricias. ¿Que hacer si se descubre de pronto que hay "algunos besos doloridos y grandes/ con un sabor insospechado de amapolas"?

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Hay que decirlo de manera muy rotunda, estamos ante un libro extraordinario, un libro de los años ochenta que debe ser sin duda uno de los libros no solo del año, también un libro vertebrador de la poesía española reciente, una referencia ineludible. Para acabar esta presentación yo podría decir, y sería verdad, que los poemas de Plaza de abastos elaboran un imaginario afectivo cuyos núcleos principales son la escritura del cuerpo en clave de alegría erótica, la corporalización del escenario urbano y el ámbito marino imbricado al de la ciudad (algo que también caracteriza la poesía de Luis García Montero). Pero quiero decir que yo vivo en los poemas de Teresa Gómez como vivo en mi casa. Reconozco sus palabras de la misma manera que reconozco las estanterías de mi biblioteca, la suave penunbra de mi dormitorio o la luz que entra a raudales en mi cuarto de trabajo. Yo estoy profundamente enamorada de los poemas de Plaza de abastos, al leerlos me imagino que soy yo quien recorre las calles y el cuerpo amado, porque siento un deseo enorme de parecerme a la mujer que hay en sus versos.  

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* Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.

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