El arte de llevar gabardinaSergi PàmiesAnagramaBarcelona2019El arte de llevar gabardina
La narrativa de Sergi Pàmies (París, 1960) constata algunas de las actitudes que, de alguna manera, consagran el paradigma actual del que dan cuenta las historias breves más celebradas, a saber, esa absoluta inanidad literaria que se convierte, en su mayoría, en lo más irritante del género, la tendencia a la levedad que prefigura, de modo anecdótico pero muy significativamente, los títulos de sus colecciones de libros de relatos, Debería caérsete la cara de vergüenza (1986) o Si te comes un limón sin hacer muecas (2006), aunque siempre debamos subrayar que cuando hablamos de levedad nunca nos referimos tanto a la elección de asuntos intrascendentes, como a esa forma de conformismo estético elegido por el autor, capaz de convertir en materia banal incluso los temas más atractivos e intrascendentes.
La literatura de Pàmies ejemplifica la convivencia particular de una escritura correcta con el manejo regular de los recursos narrativos, aunque eso implique una falta de sustancia y algo más de trascendencia. Muchos de sus relatos podrían analizarse como espléndidos juegos malabares, porque Pàmies conoce los movimientos de sus personajes, desarrolla sus historias ante nuestra vista con absoluta soltura, y confirma con sus textos su capacidad de observación y el dominio que tiene el narrador en la distancia corta, y siempre que publica un nuevo libro de relatos amplia su repertorio de inquietudes, añade más ironía y causticidad a sus historias, y nos sorprende con ese halo de melancolía y de lucidez que en ocasiones se sustenta en su extremada fascinación por lo absurdo y la sorpresa. Los cuentos de Pàmies son, por muchos conceptos, acercamientos a cuestiones que de verdad importan, donde su capacidad de observación y su obsesión por los detalles acaban buscando esa vía de escape que bien puede entenderse como resultado de la mejor ficción. La constante presencia del símil, sin duda algo bastante hiperbólico, solo pretende definir esa sensación que asalta al lector y lo atrapa desde todo un amplio abanico de posibilidades.
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Su nueva colección, El arte de llevar gabardina, parece un traje a medida, y ahora ha sido capaz de mezclar ficción y autobiografía, un hecho que provoca en el lector emoción y el absoluto valor de un auténtico placer narrativo, porque a medidas que avanzamos en sus páginas parece uno de esos libros de Pàmies que invita a una lectura cómplice y, tras cerrarlo, convierte su contenido en una exhortación a la amistad, porque entre otras muchas virtudes, que las tiene, está repleto de un humor contenido que nos parece algo más destemplado, salpicado de abundantes dosis de desengaño. Sobre todo en las referencias familiares y esa recapitulación vital respecto a sus legendarios y conocidos padres Teresa Pàmies y Gregorio López, que en uno de los cuentos más extensos, “Yo no soy nadie para darte consejos”, se convierte en una exposición pudorosa y recatada de las contriciones que conlleva una separación. O el guiño a ese camarada Semprún, pretexto para releer al miembro del Partido Comunista, crónica de la clandestinidad y de las purgas políticas, acontecimientos que entendemos como un sentimentalismo familiar generalizado que encuentra su interpretación definitiva en el último cuento, “Bonus Track”, casi una explicación subjetiva y su justificación última en esa eterna pregunta que uno puede hacerse: ¿he hecho feliz a alguien? Y la respuesta, evidentemente, es que ni a los padres, a su ex mujer, o a los hijos, y subraya así todo un recuento de emociones en pequeñas dosis. En la mayoría del resto de los trece cuentos se añade bastante de autoficción y el reconocimiento de que el repaso de una vida en El arte de llevar gabardina encuentra el sentido último de cerrar una etapa, sobre todo en cuentos como “La paternidad”, “Bielorrusia”, o esas variantes navideñas que son “Villancico maternofilial” y “Villancico paternofilial”.
La muerte, desde una visión tan irónica como pesimista, se pasea por alguno de estos relatos, como un espectro que toma cuerpo en los dos únicos relatos que juegan a lo fantástico, y se te puede aparecer en cualquier momento, leáse “Eclipse” y “El cuento sobre el 11-S que nunca me encargaron”, y así la observación, y la obsesión de Pàmies por los detalles más cotidianos encuentra en estos cuentos su mejor coartada para convertir la vida en materia literaria, historias que cobran vida a partir de una realidad íntima y secreta que se despliega en frases de una gran efectividad comunicativa, físicamente son cortas pero conceptualmente son muy largas y profundas para el curioso lector.
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