Va la brisa reciente / por el espacio esbelta, / y en las hojas cantando / abre una primavera. (Primeras poesías, 1924-1927)
Con estas palabras se marca una de las primeras incursiones del poeta en una vocación que se tornará en misión y obsesión a lo largo de su existencia, una vida inextricablemente ligada a una obra que, más que obra, se presenta como autobiografía espiritual. El sevillano Luis Cernuda (1902- México DF, 1963), cuya producción, recopilada bajo el título de La realidad y el deseo, dividió su colega Octavio Paz en cuatro grandes apartados, los que se corresponden a las cuatro grandes etapas de su vida, se fue hace 50 años, un 5 de noviembre de 1963. Medio siglo en el que, en realidad, nunca ha dejado de estar presente y muy vivo a través de su música sin notas, de su compromiso canalizado por el intelecto, de su unidad dentro la más colorida variedad.
Emigrado a Francia, Inglaterra EEUU y México, el poeta aportó a las letras hispanas la europeidad y la apertura de la que entonces carecían. Aunque él nunca dejó de ser andaluz de raza, de razón y corazón, tanto que andaluz fue declaradamente su palabra favorita. En la Sevilla en la que nació y se formó y en el Madrid que frecuentó le han dedicado esta semana sendos homenajes, en la Casa de los Poetas y las Letras y el Ateneo respectivamente. Nuevos repasos de una polifacética trayectoria obstinada en volcar la pasión humana en la pasión literaria.
Diré cómo nacisteis / placeres prohibidos, / como nace un deseo sobre torres de espanto, / amenazadores barrotes, hiel descolorida, / noche petrificada a fuerza de puños / ante todos, incluso el más rebelde, / apto solamente en la vida sin muros. (Diré cómo nacisteis, recogido en Los placeres prohibidos, 1931)
Se presenta así el Cernuda de antes de la Guerra Civil, el de la plenitud juvenil. El poeta de vanguardia, el artista surrealista. “En aquella, época, aprovecha la libertad que le da el surrealismo no para romper con la lógica convencional, sino para dar rienda suelta a los placeres prohibidos, que es el título a uno de sus libros”, explica José Luis García Martín, director de la revista literaria Clarín y ponente, como el resto de las voces de este reportaje, en el homenaje sevillano a Cernuda. “Él percibe el amor como algo que rompe con las normas sociales, y no solo por ser un amor homosexual. El mundo del surrealismo le libera de la tradición”.
Liberado, sí, pero con la lección aprendida. Porque son muchas las fuentes de las que beben sus creaciones, desde la poesía pura, a la plástica, la metafísica alemana de Friedrich Hölderlin, la inglesa de T. S Elliot y también la griega, amén de los grandes poetas españoles, del siglo de oro a Bécquer, Juan Ramón o Antonio Machado. “Todas las asimila, y con ellas conjuga unidad y pluralidad”.
Vida tras vida, fueron / olvidando los hombres / Aquella diosa virgen / que misteriosamente, desde el cielo / con amor apacible / asiste a sus vigilias / en el silencio dulce de las noches. (Noches de luna, recogido en Las nubes, 1937/38)
Estalla la guerra y, en 1938, marcha al exilio. En Inglaterra, aprende la técnica del monólogo dramático. “Habla por boca de otra persona, describe el pensamiento, es una forma de meditación abstracta”, explica García Martín. “Reflexiona sobre España; sobre la concepción romántica del poeta, que ve como un personaje marginal, un ser especial”.
En paralelo a su poesía, cultiva el ensayo. La crítica literaria. “Aporta con ella una mirada fresca de creador que se interesa por otros creadores”, señala el literato Antonio Rivera Taravillo. “Pero no tiene el vicio de ser profesor, y su crítica no está condicionada por elementos ajenos a la creación”.
Los españoles que más le interesan, por el trato que mantiene con ellos, son los de su generación, la del 27, "que él prefiere llamar la generación del 25”.También se fija en los franceses, como André Gide; en ingleses como Robert Browning, sobre todo en Elliot. De sí mismo también habla, y lo hace “de manera clara y sencilla: vuelca con llaneza su creación personal y como poeta, porque vida y obra están en Cernuda íntimamente unidas”.
Al caer la tarde, absorto / tras el cristal, el niño mira / llover. La luz que se ha encendido / en un farol contrasta / La lluvia blanca con el aire oscuro. (Desolación de la quimera, 1962)
Cercano a una vejez en la que nunca se llegó a adentrar, muerto a los 61 años en México, el poeta, en su eterna y muy consciente evolución, vira entonces hacia el concepto, cambia forma por fondo, música por ideas. A partir de aquel año 1963 comenzará su nueva vida, como referente de poetas. “Es un maestro indiscutible”, sentencia Jacobo Cortines.
El Grupo Cántico de Córdoba, con Pablo García Baena; la generación del 50, la de Francisco Brines o José Ángel Valente; o los novísimos, como Pere Gimferrer o Luis Antonio de Villena, todos adeudan a Cernuda, cada uno habiendo tomado lo suyo de un periodo o un estilo. “No hay poeta que no haya encontrado algo en Cernuda”, dice Rivera Taravillo.
“Con su trasfondo becqueriano, también de la poesía ascética de los clásicos del siglo de oro, con su musicalidad y su contacto directo con el lector fue abriendo camino a los poetas posteriores”, remacha el también poeta Cortines, declarado seguidor del sevillano. “Cernuda fue un hombre con una autoexigencia extraordinaria, una persona muy volcada en su vocación, por la que dejó de lado los gozos de la vida. Un hombre solitario, de carácter difícil. Alguien que se entregó por entero a su poesía y a su obra”.
Va la brisa reciente / por el espacio esbelta, / y en las hojas cantando / abre una primavera. (Primeras poesías, 1924-1927)