Mafalda se queda huérfana

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Se llamaba Joaquín Salvador Lavado, pero el nombre que le dio a conocer fue el de Quino. El artista gráfico argentino ha fallecido este miércoles en Buenos Aires a los 88 años, según ha confirmado su editor Daniel Divinsky y recoge el periódico Clarín. Si el nombre al que siempre estuvo asociado fue el de Quino, el nombre al que siempre estará asociada su carrera es el de Mafalda. La niña, una pequeña revolucionaria, nació en 1964, cuando Quino cumplía una década como dibujante, y figuró en las páginas de publicaciones como Primera Plana, El Mundo o Triunfo hasta 1973, cuando el dibujante las interrumpió, según él por falta de ideas. Cerca de un siglo después, Mafalda sigue siendo leída en todo el mundo —sus libros se han traducido a más de 30 idiomas—, con especial cariño en el hispano. Al pie de sus viñetas, sus seguidores ven también la firma de su creador, en su grafía tan característica: Quino. 

Hijo de españoles exiliados, republicanos de Fuengirola (Málaga), Quino nació en Mendoza en 1932. Descubriría su vocación artística gracias a su tío Joaquín —el tocayo que obligó a ponerle el apodo, para diferenciarse—, dibujante publicitario que entretenía a los pequeños con sus garabatos. El Joaquín número dos acabó cursando Bellas Artes, que abandonaría para dedicarse definitivamente al humor gráfico. Curiosamente, el nacimiento de Mafalda tuvo un aire familiar: Quino la creó como parte de una campaña encubierta de electrodomésticos Mansfield, que no llegaría a publicarse. Mafalda se pasaría alrededor de un año en el cajón hasta que su creador decidió recuperarla, ya sin lastres publicitarios. Durante su década de vida, Quino llegaría a dibujar casi 2.000 tiras protagonizadas por la niña y por otros personajes casi tan famosos como ella: Manolito, Miguelito, Felipe, Guille, Susanita, Libertad...

Su trabajo le valió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2014. No fue, desde luego el único galardón que recibió: Quino cuenta con reconocimientos de los Gobiernos de Argentina, Chile, Francia, con La Catrina de la Feria de Guadalajara o con el Quevedos, entre otros muchos. La salud no acompañó a Joaquín Lavado en sus últimos años: los problemas de visión le hicieron abandonar el dibujo allá por 2006, y desde hace años se desplazaba ya en silla de ruedas. La muerte en 2017 de Alicia Colombo, su pareja, fue un duro golpe para el dibujante. Poco después abandonaría Buenos Aires y regresaría, con sus sobrinos, a su Mendoza natal. Atrás quedaban los años en Milán y las visitas a Madrid. Desde hacía un año había perdido prácticamente la visión.  

Murió Quino

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Los lectores homenajean a Mafalda en Buenos Aires, Argentina, el día del fallecimiento de su creador, Quino. / EFE

Mafalda odia la sopa, pero también tiene otros enemigos: la desigualdad, la autoridad, la guerra. Escuchando el noticiero en la radio o jugando con sus amigos en la calle, Quino dibuja a una niña desconfiada ante la existencia de dios, ante las normas sociales, ante las reglas del mercado. Mafalda es a veces una pequeña misántropa, pero también una optimista entusiasta. "¡Sonamos, muchachos!", alerta en una viñeta. "¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que le cambia a uno!". "¡No tengo porqué obedecer a nadie, mamá; yo soy un presidente!", le grita a Raquel —la madre, el padre nunca tuvo nombre— en otra. Ella contesta: "¡Y yo soy el Banco Mundial, el Club de París y el Fondo Monetario Internacional!". No es extraño que el dibujante tuviera que abandonar Argentina tras el golpe de Estado de 1976. Igual que el exilio había llevado a sus padres a Mendoza, a él le llevaría a Milán, donde establecería su base europea. Más tarde, en 1990, le fue concedida la nacionalidad española, y viviría durante años entre Madrid y Buenos Aires. En España, sus lectores le leerían gracias a Lumen, la primera editorial en publicar a Mafalda, primero en unos característicos cuadernillos alargados y luego en un grueso volumen titulado Todo Mafalda que se convirtió de inmediato en un clásico. 

Pese a las constantes insistencias, Quino nunca quiso recuperar las tiras de Mafalda, y solo volvió a dibujarla para campañas de cooperación y para el Gobierno argentino, tras golpe de Estado  fallido, en 1987, contra el Gobierno de Raúl Alfonsín. Entonces Mafalda volvería a hablar para decir: "¡Sí a la democracia! ¡Sí a la justicia! ¡Sí a la libertad! ¡Sí a la vida!". De hecho, la vigencia de su personaje le parecía mala señal: "No tenía intención de que Mafalda durara tanto tiempo", diría en 1999. "Yo esperaba que el mundo mejorase, pero la política liberal está convirtiendo a los ricos en cada vez más ricos, y a los pobres en cada vez más pobres". Tras despedirse del personaje, se dedicó a un humor quizás más oscuro y pesimista —no estaba ahí el idealista Felipe para hacer de contrapeso—, destinado inequívocamente al lector adulto. Permanece también este, en libros como ¡Qué presente impresentable! o ¿Quién anda ahí? Pero es probable que su público siga llegando hasta él a través de esa niña peleona con la que se sonríen tanto los niños como sus padres. Quizás más los segundos que los primeros. 

Se llamaba Joaquín Salvador Lavado, pero el nombre que le dio a conocer fue el de Quino. El artista gráfico argentino ha fallecido este miércoles en Buenos Aires a los 88 años, según ha confirmado su editor Daniel Divinsky y recoge el periódico Clarín. Si el nombre al que siempre estuvo asociado fue el de Quino, el nombre al que siempre estará asociada su carrera es el de Mafalda. La niña, una pequeña revolucionaria, nació en 1964, cuando Quino cumplía una década como dibujante, y figuró en las páginas de publicaciones como Primera Plana, El Mundo o Triunfo hasta 1973, cuando el dibujante las interrumpió, según él por falta de ideas. Cerca de un siglo después, Mafalda sigue siendo leída en todo el mundo —sus libros se han traducido a más de 30 idiomas—, con especial cariño en el hispano. Al pie de sus viñetas, sus seguidores ven también la firma de su creador, en su grafía tan característica: Quino. 

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