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Mapplethorpe, Haring, Warhol y otros amiguetes

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Con su gracia implícita, inherente, la modelo se va moviendo a estudiados saltos por el estudio. El calor es viscoso, pero ella no pierde la compostura. Va ataviada solo con un biquini, pero su cuerpo está vestido de algo más. Portando sobre el tronco los grafitis de Keith Haring, retratada por Robert Maplethorpe bajo la escrutadora mirada de Andy Warhol, Grace Jones devora la cámara. La cantante y actriz es la protagonista de una sesión de fotos sin precedentes ni tampoco consecuentes. Un encuentro único, marcado en el calendario el 28 de julio de 1984. Un lúbrico domingo neoyorquino que contó con un testigo casi inopinado, pero muy presente: el fotógrafo madrileño Javier Porto.

Durante más de tres años asistente del maestro del homoerotismo plástico, entre aproximadamente 1984 y 1987, por una mezcla de pura casualidad y un toque de magnetismo, a raíz de una visita de Mapplethorpe a Madrid, Porto (1960) expone estos días parte de sus trabajos realizados a caballo entre EEUU y España allá por los ochenta de la Movida. Aquellos iconos del pop yanqui, pero también los más excelsos vanguardistas patrios –de Almodóvar y McNamara a Alaska o Jaime Urrutia- ejercen de contenido de las casi tres decenas de fotografías que pueden verse en la galería Mondo hasta el 7 de febrero, la mayoría en blanco y negro, y todas bajo el título Semblanzas de ida y vuelta.

La muestra presenta una selección de las obras que ya pudieron verse en 2013 en La Térmica de Málaga en la exposición Los años vividos, que estaba organizada en dos apartados, los correspondientes a las fotografías que Porto tomó en el Madrid de mediados de los ochenta y las de esa sesión de Mapplethorpe en la que estuvieron presentes Warhol y Haring y donde Jones hizo las veces de imponente lienzo. En Mondo han añadido a esas imágenes otras de Nueva York, en las que en algunos casos los retratados son españoles, como el mismo Almodóvar o Carmen Maura. Y todavía, si se quisiera, habría muchas más, porque como el artista explica, entonces vivía y aún sigue viviendo con el ojo pegado a un visor.

Todo empezó para Porto “como empieza para la mayoría: primero me regalaron una cámara para la comunión, y ya con 15 años conocía a gente mayor a la que le gustaba la fotografía”. Inquieto por naturaleza, pronto comenzó a frecuentar los ambientes artísticos de la capital. Sería en la tan mítica como semiolvidada galería de Fernando Vijande, quien se autoimpuso como misión introducir en España la modernidad más ecléctica, donde conocería a Robert Mapplethorpe, que viajó a Madrid para presentar su primera exposición en el país, lo mismo que Warhol. Precisamente ante una de sus obras posa Almodóvar en una foto que puede verse en la muestra, en aquellos tiempos en los que el cineasta manchego lo que quería era cantar.

“En la galería de Vijande me lo presentaron (a Mapplethorpe) y enseguida coincidimos en muchos aspectos”, recuerda Porto. “A mí me gustaba su fotografía y yo le gustaba a él”. Tanto que, a su vuelta a Nueva York, el artista le llamó para que trabajaran juntos. Aunque ni el uno hablaba inglés ni el otro español, la comunicación, dice el fotógrafo, funcionaba. “Cuando hay buen rollo, las palabras sobran”. De todos modos, no puede dejar de rememorar aquellos años como una época de trabajo duro y, en cierta medida, frustrante. “Había mucha exigencia y él, como todos los grandes artistas, solo pensaba en lo suyo”. “Al final estaba cansado de ser el chico que lo hacía todo: 'Javi haz esto, Javi haz lo otro, cuida la casa, pon la cámara, el trípode, los focos…' Menos hacer la foto y pensar en el tema, yo lo hacía todo”.

Tras su paso por el estudio del siempre polémico artista, acusado de pornográfico, Porto no regresó directamente a España, sino que volvió a trabajar para otros fotógrafos de los que, dice, prefiere no dar nombres. De las estrellas que sí se sabe que conoció, de aquel Warhol y aquel Haring que, como el propio Mapplethorpe, murieron casi de golpe e inmediatamente después de la sesión en la que coincidieron y que él reportajeó, evoca (sorpresa) sus inflamados y ostentosos egos. “Sus relaciones se definían por el amor-odio”, resume. “Manhattan es una isla muy pequeña donde te encuentras a cualquiera por cualquier esquina, pero los grandes artistas no son precisamente uña y carne”.

De su colaboración con Mapplethorpe puede afirmar haber extraído grandes enseñanzas que él pasó por el tamiz de su propia visión, mucho más espontánea. O como él la define: “mucho más salvaje y más de la calle, más mundana, mientras que Robert lo tenía que tener todo supercontrolado”. Criado en Berlín, donde sus padres fueron emigrantes, Porto dio por cerrada aquella segunda etapa de su vida en el extranjero en 1987. Para cuando volvió a España, poco quedaba de aquella efervescencia creativa que había dejado atrás, de los desenfrenados conciertos del Rock-Ola y los artistas extravagantes de Vijande. “Cuando vine ya no quedaba nada de aquello: empezaban los tiempos del Acid”.

El Sida, que acabó tanto con Robert Mapplethorpe como con Keith Haring fue, para Porto, el desencadenante de la decadencia de aquel estallido creativo que reverberó a ambos lados del océano. Pero que, por estar recién estrenada la democracia, tuvo aquí un impacto más poderoso. “Todo era salvaje, todo era ilegal”, dice Porto. Así que a las voces que en estos días claman por una desmitificación de la Movida o, si no tanto, al menos por una revisión de las hazañas que se le atribuyen, el fotógrafo que todo lo vio les manda un mensaje: “Dirán eso porque no estuvieron. Porque la Movida fue la Movida”.

*Créditos de las fotografías verticales:

1. Grace Jones con el cuerpo cubierto de grafitis de Keith Haring en la sesión de Robert Mapplethorpe. Javier Porto | Mondo Galería. 

2. Pedro Almodóvar y Carmen Maura en Nueva York. Javier Porto | Mondo Galería.

3. Andy Warhol y su asistente Dimitri. Javier Porto | Mondo Galería.

Con su gracia implícita, inherente, la modelo se va moviendo a estudiados saltos por el estudio. El calor es viscoso, pero ella no pierde la compostura. Va ataviada solo con un biquini, pero su cuerpo está vestido de algo más. Portando sobre el tronco los grafitis de Keith Haring, retratada por Robert Maplethorpe bajo la escrutadora mirada de Andy Warhol, Grace Jones devora la cámara. La cantante y actriz es la protagonista de una sesión de fotos sin precedentes ni tampoco consecuentes. Un encuentro único, marcado en el calendario el 28 de julio de 1984. Un lúbrico domingo neoyorquino que contó con un testigo casi inopinado, pero muy presente: el fotógrafo madrileño Javier Porto.

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