Al igual que en todos los ámbitos de la cultura, siempre hay algunos nombres que resuenan más que otros. En la historia del arte, y en concreto en el impresionismo, esto no es una excepción. Mientras que nos pueden resultar familiares artistas como Édouard Manet, Claude Monet, Auguste Renoir o Edgard Degas, es menos probable que conozcamos los de Mary Cassatt, Berthe Morisot, Marie Bracquemond o Eva Gonzalès. La corriente del impresionismo no solo destacó por romper con las convenciones académicas establecidas, sino que también llamó la atención su notable participación femenina. Todas estas artistas, a pesar de que a día de hoy no gozan del mismo reconocimiento que sus compañeros, participaron en las exposiciones impresionistas del momento como iguales.
Es el caso de la pintora estadounidense Mary Stevenson Cassatt (1844-1926), quien comenzó su formación artística con tan solo 16 años y llegó a ser una de las artistas más populares del impresionismo. Para comprender plenamente la carrera y la trayectoria artística de Cassatt, es esencial atender a que, antes que pintora, era mujer, una realidad que le impuso numerosos obstáculos. El primero de ellos se presentó a los 21 años, cuando viajó a Francia decidida a ser pintora profesional y no le permitieron estudiar en la Escuela de Bellas Artes de París. La historiadora del arte Griselda Pollock narra en su monografía sobre la artista cómo a partir de 1874 se comenzaron a aceptar sus pinturas en los salones de la capital francesa. Gracias a estas exposiciones nació su amistad con el pintor impresionista Edgar Degas, que quedó fascinado por uno de sus cuadros en el Salón de París. Fue este mismo quien le ofreció años después renunciar a exponer en los salones para unirse al grupo de artistas independientes que en un futuro se harían llamar impresionistas.
La artista no fue la primera mujer en unirse a ellos (ese título le corresponde a Berthe Morisot), pero sí se erigió como una figura clave para esta corriente. Sus obras se incluyeron por primera vez en la cuarta exposición impresionista —en 1879—. A partir de este año, Cassatt fue una integrante imprescindible del grupo.
Pese a la profesionalidad de la artista y el reconocimiento del que gozó en la época, a día de hoy su figura no siempre se incluye en los libros de historia del arte. Además, en los textos que estudian a Cassatt la mención a Degas está siempre presente, mientras que en las obras sobre el pintor apenas se la menciona. La relación entre ambos ha sido objeto de muchas suposiciones, y aunque se ha especulado sobre un posible vínculo amoroso (cosa muy común cuando hay una relación de amistad o intelectual entre un hombre y una mujer), historiadoras como María Francisca Liaño Bascuñana lo niegan y recalcan que entre los impresionistas era tratada “como un colega más, obviando su sexo”.
Limitaciones de género en el impresionismo
El impresionismo tuvo una importante participación femenina en comparación con otros movimientos pictóricos anteriores. Sin embargo, las impresionistas se encontraron con limitaciones e impedimentos para desarrollar su creatividad con la misma libertad que los hombres. Las mujeres tuvieron dificultades para acceder a los mismos espacios que los pintores, lo que se reflejó en sus obras.
Esta corriente se caracterizó por su interés en la luz y en la técnica del plein air —que se tradujo en una proliferación de cuadros paisajísticos o de temática social al aire libre—. Al mismo tiempo, el impresionismo mostró una gran predilección por la pintura relacionada con el mundo del espectáculo o el entretenimiento como bares y cafés. Sin embargo, las pintoras se encontraron con dificultades para representar acontecimientos que se desarrollaban en el espacio público y en el exterior, ya que no estaba bien visto socialmente que las mujeres pintaran al aire libre ni que frecuentaran “espacios tradicionalmente masculinos”, como eran los espectáculos y lugares de ocio. Estas limitaciones restringieron la temática de las pintoras y las diferenciaron del resto de artistas masculinos.
Los hombres, y por ende los pintores impresionistas, eran libres de acudir a cualquier lugar sin ser juzgados —incluyendo los burdeles—. Mientras, entre lo socialmente aceptado para las mujeres no se encontraban las mismas actividades; los movimientos de las pintoras estaban enormemente restringidos. El acceso desigual al espacio público afectó a la carrera profesional de impresionistas como Berhe Morisot y Mary Cassatt. Es por esto por lo que la mayoría de estas artistas pintaban casi exclusivamente espacios que la sociedad consideraba como femeninos: los interiores de las casas, los jardines o ciertos espacios públicos como el teatro o la ópera.
Una mirada femenina en un mundo de hombres
A lo largo de los siglos hemos asistido a una “hipervisibilidad de la mujer como objetos de representación” a la vez que han sido invisibilizadas como sujetos creadores. Así lo afirma la historiadora feminista Patricia Mayayo en su obra Historia de mujeres, historias del arte.
Cassatt, en un contexto en el que las mujeres eran vistas como objetos de deseo y rara vez como sujeto, fue capaz de subvertir los estereotipos de su época y caracterizarse por incluir una forma de representación femenina diferenciada del resto de pintores impresionistas. Los artistas de la época perpetuaban una imagen pasiva de la mujer, que se limitaba al papel de madre, esposa y ama de casa o que era un “objeto” para el disfrute del hombre. Esto está presente en muchos de los cuadros de bailarinas de Degas o en otros como Acostándose y Desnudo de espaldas, leyendo, en El almuerzo sobre la hierba y Olympia de Manet o Desnudo reclinado y Lise a orillas del Sena de Renoir.
Por su parte, Cassatt rompió la relación de sumisión que perpetuaban el resto de pintores impresionistas: las mujeres que pinta no son objetos sexuales. Las retrató como sujetos, para ella eran algo más que madres y amas de casa, y podían hacer más que cuidar niños y tareas del hogar. Las pintó leyendo el periódico —como en Leyendo Le Figaro— o conduciendo un carro de caballos —Una mujer y una niña conduciendo—, acciones impensables en la época a la par que emancipadoras.
La pintora también fue conocida por retratar la maternidad de una manera diferente al resto de impresionistas. De por sí este no fue un tema que exploraran en exceso los pintores, pero fue una temática que caracterizó la obra de esta artista. Cassatt pintaba a sus modelos en un rol típicamente femenino sin caer en la idealización o el reflejo de estereotipos. A menudo la representación de la maternidad conllevaba mostrar a las madres en una actitud de abnegación y sacrificio, absolutamente envueltas en el cuidado de los hijos. Esto no ocurre en las obras de Cassatt. Diversas historiadoras como Patricia Mayayo o Griselda Pollock han encontrado en sus pinturas una pretensión de dignificar la maternidad o el orgullo del papel de madre. Esto se puede ver en cuadros como Leyendo Le Figaro —donde Cassatt pinta a su madre en una actitud independiente, sin sus hijos, y desafiando las convenciones de género de su época— o en Maternidad —obra donde aparece una madre amamantando sin que su cuerpo se cosifique—. En sus cuadros las figuras femeninas eran representadas como personas capaces, ocupando un papel activo en la vida cotidiana y en el cuidado de sus hijos.
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En definitiva, el trabajo de Cassatt fue innovador en su tiempo. La representación de las mujeres en sus cuadros y la importancia que tuvo en la corriente impresionista hacen que sea una pintora remarcable. De hecho, la historiadora del arte Maria Teresa Alario Trigueros explica en su artículo Cuando los otros importantes eran siempre "ellas" cómo Cassatt es un reflejo de los avances feministas que se estaban dando a raíz del Congreso Internacional sobre los Derechos de la Mujer celebrado en París en 1878.
El legado de Cassatt
A pesar de la clara importancia de Mary Cassatt en las exposiciones impresionistas del siglo XIX, del reconocimiento que obtuvo en vida y de su talento, esta es una de las muchas pintoras que la historia del arte ha olvidado. Su aportación al impresionismo y su carácter rompedor parecen no haber sido suficientes para preservar su figura.
Rocio de la Villa, catedrática de estética y teoría del arte y comisaria de la exposición Maestras del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, explica a infoLibre el borrado progresivo que se hace de artistas como Cassatt. La comisaria denuncia cómo “a pesar de que fueron reconocidas y valoradas”, la aportación de las pintoras “con los años se va recortando o eliminando de los libros”. También añade que “el siglo XIX era un siglo muy misógino en el que las mujeres cada vez se organizaban de manera más fuerte por conseguir el sufragio, se incorporaron al trabajo…” y esto puede haber sido uno de los motivos por los que el borrado de las artistas ha sido “muy intenso”. Finalmente, reivindica que las mujeres “estudiemos nuestra propia historia” porque “el relato que nos han contado es falso”, y es que en la mayoría de libros sobre historia del arte faltan muchas mujeres, entre ellas Mary Cassatt.
Al igual que en todos los ámbitos de la cultura, siempre hay algunos nombres que resuenan más que otros. En la historia del arte, y en concreto en el impresionismo, esto no es una excepción. Mientras que nos pueden resultar familiares artistas como Édouard Manet, Claude Monet, Auguste Renoir o Edgard Degas, es menos probable que conozcamos los de Mary Cassatt, Berthe Morisot, Marie Bracquemond o Eva Gonzalès. La corriente del impresionismo no solo destacó por romper con las convenciones académicas establecidas, sino que también llamó la atención su notable participación femenina. Todas estas artistas, a pesar de que a día de hoy no gozan del mismo reconocimiento que sus compañeros, participaron en las exposiciones impresionistas del momento como iguales.