Maternidad deseada, maternidad temida

Cuando Diana López Varela (Pontevedra, 1986) se quedó embarazada, no se sintió como se suponía que se tenía que sentir una mujer de 31 años con trabajo y pareja que no ha descartado la posibilidad de tener hijos. Pero ahí estaba ese descuido, esa pastilla anticonceptiva de emergencia que no funcionó, y de golpe la posibilidad real, material, desarrollándose en su cuerpo, de la maternidad. Una maternidad no deseada, no en ese momento, no de esa manera. Decidió abortar. Y en ese momento nacía Maternofobia (Península), un ensayo a partir de sus vivencias personales a lo largo de ese proceso, de testimonios recabados en sus redes cercanas y a través de Twitter, y de algunas referencias de la teoría feminista. 

La periodista y guionista, autora del libro No es país para coños, dibuja el retrato de una generación cuya relación con la maternidad es quizás más compleja que la de sus madres. Tener hijos sigue siendo un mandato de género, el "¿para cuándo?" sigue causando pesadillas a mujeres y hombres, pero las condiciones económicas no permiten realizarlo ni cuando se trata de algo deseado. El sueño feminista de una madre independiente y realizada en el trabajo se ha revelado en muchas ocasiones como una trampa que esconde la temida doble jornada, y la idea de la renuncia a la carrera profesional en favor de una vida familiar es de nuevo un punto de conflicto en el movimiento feminista. Hay madres entusiastas, autodenominadas malas madres y NoMo, mujeres que saben que no tendrán hijos. Aunque España tiene la segunda tasa de fertilidad más baja de Europa, con 1,3 hijos por mujer, el tema está en el centro del debate tanto público como privado. 

 

La compleja relación con la maternidad se evidencia, dice López Varela, también en el aborto. Pese a ser un derecho protegido en España desde la ley de supuestos de 1985, sigue realizándose en secreto y con cierta culpabilidad. "Cuando me pasó a mí, busqué mucha literatura al respecto, porque te sientes muy sola y muy culpable, por muy feminista que seas y por mucho que sigas que la maternidad será deseada o no será", explica en una visita promocional a Madrid. "Esa culpabilidad viene por el silencio histórico que se nos ha impuesto a las mujeres, porque nadie habla del aborto". Ella empezó, justamente, por hablar: "Para mí escribir esto fue abrir una espita: cuando pedí testimonios a través de Twitter, muchas mujeres me escribieron, y para muchas era la primera vez que lo contaban". Sus amigas se atrevieron a narrarle sus abortos. Las hijas se confesaron a las madres y viceversa. 

Esos testimonios, y los estudios que comenzó a leer para alejar el fantasma, le mostraron una realidad que no era la que le habían pintado. Quienes abortan no son adolescentes asustadas o mujeres desfavorecidas. Al contrario: el perfil medio es el de una mujer de 29,1 años, con estudios secundarios o superiores, trabajadora por cuenta ajena. La mitad de ellas no tenía hijos, y el 63,4% se sometía a la intervención por primera vez. Las interrupciones voluntarias del embarazo a menores suponen solo el 3% del total. "Desgraciadamente, las mujeres desfavorecidas son las que menos abortan, porque no tienen los recursos económicos para hacerlo ni seguramente el apoyo social", analiza la periodista. Abortan quienes pueden permitírselo, dice, "como ha ocurrido siempre".

De hecho, casi 9 de cada 10 abortos se realizan en clínicas privadas. La patronal lo explica argumentando que son derivaciones de la sanidad pública, pero López Varela objeta: "Yo he encontrado pocos casos: la mayoría van por hartazgo, no con un volante, es gente que para no ser humillada coge 400 euros o 600 euros y se va a la privada". Es lo que hizo ella después de que su ginecóloga le propusiera usar pastillas abortivas, aunque el propio Servizo Galego de Saúde no recomendaba este método pasadas las 8 semanas de gestación, lo que sería su caso, debido precisamente a los retrasos del sistema sanitario: su primera visita fue a las cinco semanas, se programaría el uso de las pastillas para pasadas las diez. Como otras, ella desistió y concertó una cita en la privada. 

Uno de los motivos que causan el retraso de la maternidad, incluso cuando esta es deseada, es la precariedad y la conciliación laboral, dos cuestiones muy presentes a lo largo de todo el volumen: "La edad media a la que nos emancipamos en España está a los 29 años, y a esa edad ya deberíamos tener hijos y estar reproduciendo el sistema de pensiones, pero no: a esa edad estamos en casa de nustros padres". Por eso encuentra injusto que se culpe a las mujeres que retrasan o descartan ser madres de la insostenibilidad del sistema de pensiones. "Antes de hacer eso hay que darle trabajo a toda esa gente de entre veintipico y treintaipico años que está viviendo de sus padres o sus abuelos", critica. Los niños nacidos en situaciones de precariedad, señala, solo "perpetuan la espiral de la pobreza", y más cuando se recortan los servicios públicos que deberían hacer posible su cuidado. 

Y luego está la otra pata, la de la conciliación. "La conciliación es imposible, y además todas las leyes están destinadas a que concilie la mujer", dice la autora, que a lo largo de la entrevista lanza varias veces la misma idea: "Las mujeres, que yo sepa, no tenemos hijos con unicornios". ¿Dónde están ellos en el debate, por qué se asume que será ella la que tenga que dilucidar cómo criar y trabajar al mismo tiempo? "Aunque se vea como un asunto femenino", dice, "en general se trabajan muchas horas y tenemos que conciliar todos, los que son padres y madres y los que no lo somos". Si esto no sucede, defiende, es en parte porque Gobiernos y sindicatos "rara vez se hacen cargo de las necesidades de las mujeres, en parte porque estas no forman parte de sus cúpulas". 

 

La periodista y guionista Diana López Varela. / JOSE MOSQUERA (VISUALGAL)

A López Varela le preocupa la concepción de la maternidad defendida en los últimos años por cierta parte de la izquierda, la que apuesta por el piel con piel, la crianza con apego o la lactancia exclusiva mantenida en el tiempo, prácticas que exigen en general una mayor dedicación de la madre. "A mí hay una cosa que me preocupa mucho, que es cuando izquierda y derecha se ponen de acuerdo", valora, "y en devolver a las mujeres a sus casas y que se hagan cargo del cuidado de los hijos, se ponen de acuerdo". El regreso de una concepción del cuidado de los niños descartado por las anteriores generaciones de feministas tiene que ver en su opinión con la crisis económica: "Con un mercado laboral muy diezmado, conviene mucho el discurso de decirles a las mujeres que ser madres es lo que les va a realizar en la vida, porque esto nos ahorra a nosotros los servicios públicos, que realizarán las mujeres de manera gratuita, y permitimos que los hombres no tengan que competir en el mercado laboral con mujeres que están tan o más preparadas que ellos". Defiende, además, que se ha creado una falsa dicotomía entre una concepción de la maternidad más desapegada y una menor natalidad: "Las francesas son las mujeres que menos lactan de Europa, las que más llevan a los hijos a la guardería porque tienen una red estupenda, las que más anticonceptivos toman, las que más abortos tienen... y también tienen la fertilidad más alta de Europa [1,9 hijos por mujer]".

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Pero la autora insiste en que el mayor error sería enfrentar entre sí a las madres con distintas ideas de la que tiene que ser su labor, o a madres y mujeres sin hijos. "Hay que tener en cuenta que la propaganda promaternal crea mucha frustración en mujeres que no pueden ser madres, biológica o económicamente", insiste, pero cree que en cualquier caso el peso debe desplazarse hacia las empresas y hacia los padres. Las primeras deben abandonar la "concepción patriarcal" que hace que los hombres promocionen más fácilmente si tienen hijos —"todavía se les considera el proveedor"— y que las mujeres se estanquen —"porque la única facilidad que te dan es la reducción de jornada o el traslado a puestos de menor responsabilidad"—. Los segundos tienen que dar un paso al frente: "Son los hombres los que tienen que conciliar, las mujeres ya lo hacen, aunque sufran por ello".

En los testimonios que recoge en el libro, hay una diferencia primordial entre ellos y ellas en cuanto a la idea de la maternidad: en general, ellas llevan años elaborando su posición al respecto; a ellos parece en muchos casos cogerles de primeras. Sin embargo, como insiste López Varela, las mujeres no tienen hijos con unicornios. 

 

Cuando Diana López Varela (Pontevedra, 1986) se quedó embarazada, no se sintió como se suponía que se tenía que sentir una mujer de 31 años con trabajo y pareja que no ha descartado la posibilidad de tener hijos. Pero ahí estaba ese descuido, esa pastilla anticonceptiva de emergencia que no funcionó, y de golpe la posibilidad real, material, desarrollándose en su cuerpo, de la maternidad. Una maternidad no deseada, no en ese momento, no de esa manera. Decidió abortar. Y en ese momento nacía Maternofobia (Península), un ensayo a partir de sus vivencias personales a lo largo de ese proceso, de testimonios recabados en sus redes cercanas y a través de Twitter, y de algunas referencias de la teoría feminista. 

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