Miguel del Arco: “Cuando escucho a quienes dicen que no irán a votar, les respondo: ¿tú eres idiota?”

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“Yo soy optimista, fíjate”.

Ah, ¿sí?

“Sí. Yo soy optimista. Fundamentalmente, porque no nos queda más remedio. No soy nada derrotista. Hay que seguir luchando”.

“Optimista de la voluntad”.

“Eso es. Jamás en la vida me quedo en blanco con un actor si hay voluntad, si hay actitud. Ahí me digo: podemos seguir. Cuando escucho a mucha gente que dice: no voy a ir a votar, les digo: “¿Pero tú eres idiota?” Jamás he dejado de votar. Ni lo voy a hacer. Se dice que la izquierda está desmovilizada. Como para no estarlo. Pero hay gente que no se desmoviliza jamás. De ellos tendríamos que aprender”. 

Idiota. Del grieto idiotes (idios, de uno mismo). Los antiguos griegos aplicaban la palabra a los ciudadanos que se despreocupaban del Estado y de los asuntos de gobierno, dedicándose solo a los suyos más particulares. 

Miguel del Arco (Madrid, 1965) ha pasado un largo luto, pero está de vuelta. Y con ganas de dar la batalla.

Lleva cinco años sin dirigir una obra de teatro, pero en 2023 ha cogido carrerilla. Esta semana estrena Las noches de Tefía (Atresplayer Premium), una nueva serie de televisión basada en un campo de concentración del franquismo para vagos y maleantes (léase personas LGTBI o, a secas, disidentes). Acabará el año dirigiendo una nueva producción de Rigoletto en el Teatro Real ("¡Me pone cardiaco!", dice entusiasmado) y después resucitará Jauría, la premiada dramaturgia basada íntegramente en las transcripciones del juicio del conocido como caso de La Manada, la brutal violación en Pamplona que está en el origen de la ley del sólo sí es sí.

Jauría se estrenó en el Teatro Pavón, en el madrileño barrio de Lavapiés, en el que él vive. Hasta enero de 2021, el nombre del histórica sala incorporaba el apellido Kamikaze, la productora fundada por Miguel del Arco y otros tres hombres del teatro, que sigue activa con media docena de obras en marcha sólo este año. Lo del Pavón-Kamikaze sí que fue un “divorcio duro”, agrio y sin un ápice de frivolización. Una tragedia griega. Meses después del estallido de la pandemia, asfixiada por una decreciente financiación pública por parte del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, la iniciativa echó el cierre pese al cariño del público y el reconocimiento de la crítica. Llegó a lograr el Premio Nacional de Teatro.

Es en la cafetería del teatro donde Del Arco charla con infoLibre mientras reconoce que la “herida” fue “profunda” y no se ha cerrado del todo. Y eso pese a la seguridad que debería brindarle ser el responsable de éxitos incontestables como El misántropo, Antígona, Ricardo III o La función por hacer, la adaptación de Pirandello que lo consagró, entre otros muchos. A pesar de todo, los fantasmas permanecen al otro lado de la pared del bullicioso bar en el que habla despreocupado y sin prisa. “Voy estando en paz. Todavía no soy capaz de entrar ahí a ver teatro como mero espectador”, dice mientras señala con la mirada. “Durante muchos años he dirigido tres y hasta cuatro montajes al año y llevo desde 2019 sin estrenar una sola función. Mi vida se paró”, dice.

Las noches de Tefía lo reactivó artísticamente. “Fue mi alivio de luto”, explica. La serie cuenta la vida de internos en la Colonia Penitenciaria Agrícola de Tefía, en Fuerteventura, a 20 kilómetros de Puerto del Rosario. El nombre puede despistar, pero en realidad se trataba de un campo de concentración que abrió sus puertas en 1954 a la luz de la ley de vagos y maleantes que el franquismo utilizó allí durante 10 años para reprimir también a los homosexuales. O los acusados de tamaño delito contra la patria.

La acción transcurre en blanco y negro en el campo, la árida isla donde los presos y sus carceleros soportan hambre, sed y todo tipo de vejaciones, y en color en el Tindaya, un cabaret imaginario donde reina la diversión y la libertad. Cuatro décadas después, uno de los protagonistas, todavía en el armario, reconstruye no sin dolor su propia supervivencia al horror y sus secuelas, todavía difíciles de verbalizar, de la mano de un inquieto periodista. 

Hablar del franquismo en este país sigue siendo un problema y en estos tiempos, más

Hablar del franquismo en este país sigue siendo un hándicap y un problema. Y en estos tiempos que corren, todavía más”, explica Del Arco sin medias tintas. 

Preguntado por si hay ya muchas películas y series que abordan la guerra y el franquismo, niega tajante: “Este tema es desconocido, o lo era al menos para mí. No se sabe que había colonias penitenciarias, campos de concentración a los que Franco cambió la nomenclatura a partir de 1954 cuando se esforzaba por pertenecer a la comunidad internacional”. 

La acción se sitúa en 1962. “Coinciden los turistas que llegaban al calor del Spain is different de Fraga; y la represión, que siguió siendo la misma hasta el último día. Ahí está la galería de invertidos de Carabanchel, que estuvo abierta casi hasta la Transición. Sobre eso hemos edificado nuestra democracia. Sobre eso seguimos estando vivos. Los vencedores de la guerra siguen estando absolutamente en el poder sin que nadie les haya dicho que aquello no estuvo bien”, lamenta. 

Los vencedores de la guerra siguen estando en el poder

Pero, ¿siguen realmente en el poder? Sin negar los avances, Del Arco ve una cierta continuidad de élites, acaso más cultural pero patente, simbolizada a la perfección en la enorme lona desplegada en Madrid por Vox, en la que tira literalmente a la papelera el feminismo, los derechos LGTBI, al Partido Comunista o a la Agenda 2030, un consenso europeo: “Más allá de la Transición, a los aplastados por el franquismo se les dijo: ahora vivimos todos en un país democrático, nosotros vamos a seguir viviendo igual de bien que en los últimos 40 años. Vosotros haced lo que podáis”. 

El director de teatro no paga con la misma moneda y, por eso, reivindica el derecho democrático de todas las ideologías a manifestarse. El de los de la lona de Vox en 2023 o el de la derecha y los obispos en 2005, cuando “Rajoy o el presidente del Foro de la Familia animaron a que un millón y medio de personas saliera a la calle con los obispos a la cabeza” contra el matrimonio homosexual, un momento histórico que también recoge la serie. O, más recientemente, la enorme oposición a la ley trans, un asunto (el del reconocimiento de una persona por su género afirmado) que también sale en el campo de concentración de Tefía. 

“Quizás es más fácil hablar de la guerra civil porque nos hemos acostumbrado a establecer una cierta equidistancia entre dos bandos que se peleaban, olvidando lo que fueron luego 40 años de régimen brutal que se dedicó a legitimar un golpe de Estado, barrer cualquier tipo de disidencia política, imponer una ley del silencio que seguimos teniendo ahora mismo… Se dice que el franquismo hizo algunas cosas bien y fueron exactamente esas. ¡Las hizo de maravilla!”

Por eso Tefía está a la vez tan lejos y tan cerca. “Me parece terrorífico que se vaya contra derechos fundamentales que en absoluto van a modificar tu propia vivencia. Por eso, discursos como el de Zapatero en las Cortes en 2005 [“No estamos legislando, Señorías, para gentes remotas y extrañas. Estamos ampliando las oportunidades de felicidad para nuestros vecinos y a la vez estamos construyendo un país más decente, porque una sociedad decente es aquella que no humilla a sus miembros] se convierten en un acto subversivo y muy emocionante”, explica. 

No se trata de ver el vaso medio lleno o medio vacío. “Puedes estar en desacuerdo en algo concreto, pero los avances son manifiestos. Cuando oigo a Miguel Bosé diciendo que en los años 80 tenía más libertad de expresión que ahora, le digo: ‘Dale una vuelta. Vete al rincón de pensar, chato, que es completamente absurdo’”, advierte. 

Tenemos que seguir vigilando para que no reaparezcan de repente las bestias

De igual forma, esa “elasticidad” que España demostró siendo el tercer país en aprobar el matrimonio homosexual, o en otros avances que parecían imposibles, “puede cambiar de la noche a la mañana. Por eso tenemos que seguir vigilando para que no reaparezcan de repente las bestias. Y a las pruebas me remito. La lucha por los derechos fundamentales nunca puedes darla por hecha”.

Del Arco habla con pasión biográfica. La que brota del recuerdo de su padre, fallecido hace dos años, “que no estuvo en un campo de concentración pero pasó un hambre terrible, cuyo padre murió en la guerra, que nunca tuvo educación, que no pudo elegir o ser un hombre libre. Que fue aplastado”. 

También experimenta rabia por la desmemoria. Su sobrina se quedó impresionada por el sufrimiento de los actores más jóvenes, Marcos Ruiz y Patrick Criado. “Tiene 14 años y vive en Alemania. Le puse los dos primeros capítulos y me preguntó: ‘¿Pero esto ha pasado de verdad? ¿Pero esto ha pasado en España?’ Ella, como estudiante alemana, tiene absolutamente asimilada la historia de los campos de concentración y la Segunda Guerra Mundial. Como española, nada. Le pasa también a otros sobrinos”, según él. 

Si preguntas quién era Franco a las generaciones más jóvenes, probablemente no sepan decirte

“A esa generación, si les preguntas quién fue Franco, quizás no sepan decirte. Porque aquí, en España, si hablas de eso, te dirán que estás haciendo ideología”. Y eso hace que entre los más jóvenes exista hasta una autocensura, rociada de desconocimiento y extrañeza, que les hace sentirse incómodos ante ciertas imágenes como las que salen en la serie: una persona trans con un bikini con la bandera de España en el sujetador y un aguilucho en el culo en una escena entre la fiesta y la tragedia. Así lo experimentó Del Arco durante el rodaje mismo.

En el reparto, muy coral, destacan también Miquel Fernández, Roberto Álamo, Carolina Yuste, Ana Wagener o Israel Elejalde, entre otros. Antonio Rojano firma además de Del Arco el guión y Rómulo Aguillaume la codirige.

Y en el Tindaya, el cabaret imaginario, suenan influencias de David Bowie o Janis Joplin, autores que España podría haber producido a puñados si no fuera por la interrupción histórica de la guerra y la dictadura.

¿Cuál habría sido la dimensión real de Raphael en un país de libertad absoluta lejos del paraguas de la dictadura?

“¿Cuál habría sido la dimensión real de Raphael, por ejemplo, en un país de libertad absoluta lejos del paraguas de la dictadura? ¿La Vespa [el personaje de Patrick Camino] no podría haber sido David Bowie? Fuimos capaces de parir un Lorca en el 27 que hace un teatro absolutamente desconocido para el mundo. Si se hubiera extendido la fuerza arrolladora de Las Sin Sombrero, de las bases de la Segunda República… ¿qué hubiera sido este país?”, se pregunta.

Ahora se trata de otra cosa. De lo que, quizás, España pueda dejar de ser. 

Y en ese país echa de menos una mayor unidad en la izquierda “para que el mensaje sea unánime y tenga fuerza”. “Mira que intento quererle”, dice sobre Pablo Iglesias. “Me parece un tipo brillante, con una irrupción deslumbrante y un mérito tremendo. La prensa le daba como a nadie, a él y a su mujer. Como nadie, por todos lados, porque era una figura incómoda. Le reconozco que ha reconvenido el Gobierno de Sánchez hacia posiciones mucho más progresistas… pero es un bocas y está encantado de haberse conocido. Llega un momento en el que no puedes seguir haciéndote el más listo, no puedes ser más estrella, tienes que estar al servicio del pueblo. Por eso no puedo entender lo que hace contra Yolanda. O Irene, con un error que tendría que haberse reconocido con un paso atrás, haciendo que una buena ley, una gran ley, muy progresista, pase a la historia como una mala ley”, lamenta.

“Aquí [por el Pavón-Kamikaze] tratábamos a Manuela Carmena y viví con tristeza que tuviera el enemigo en casa, porque ella era un prodigio y tenerla como alcaldesa, un honor. Se la cargaron y eso me pone enfermo. Yolanda Díaz es una gran negociadora y tiene el mérito de haber puesto a 15 fuerzas diferentes de acuerdo. Y tiene energía”, confía.

“Yo soy optimista, fíjate”.

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