Miguel Ríos: “Hemos consentido la corrupción sin protestar demasiado”

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En 2011 se perdió un músico. Justo entonces, nacía un escritor.

Miguel Ríos, que se despidió hace dos años del público que le ha seguido en las carreteras del rock y de la vida a lo largo de cinco décadas con un concierto en Guanajuato, el último de su gira de despedida Bye, bye Ríos: rock hasta el final, se puso de largo nuevamente ante la audiencia esta semana, esta vez encarnado en su nueva faceta, con su primer libro bajo el brazo: Cosas que siempre quise contarte (Planeta). El libro es un libro sobre viajes por el mundo, sobre España. Va de sexo, drogas y rock'n' roll, de mujeres y de fútbol. De amigos, enemigos y proyectos y sueños. De escenarios y público. Su protagonista, habrán adivinado, se llama Miguel Ríos quien, humilde, dice que le parece un “insulto” ser calificado de “escritor”. No hacia él, claro, sino a los otros.

Este nuevo trayecto alejado del micrófono, emprendido en la intimidad de sus hogares granadino y madrileño, cuenta que lo inició hace ya “seis o siete años”. “Un día tonto me comprometí a hacer unas memorias”, recuerda. “Pasó ese momento, pero luego llega la jubilación y me encuentro con tiempo”. Desde entonces, se ha dedicado a echar la vista atrás a lo que guarda en sus recuerdos, lo que queda en Internet y en los muchos archivos audiovisuales o lo plasmado en más de dos centenares de cartas que envió en su juventud a uno de sus cuñados para reconstruir el relato de una vida inusual. Lo ha hecho “por el afán diario de seguir trascendiéndote a ti mismo”, y por “currar, por hacer cosas que puedan servir a la sociedad”.

Un Fraga que se marcha airado de uno de sus conciertos, una mujer madura por la que se deja seducir, unos tiempos de estrecheces económicas y abundancia de ilusiones, una Rocío Durcal que le gustaba “más que comer con los dedos”, partidos de fútbol que no hubieran surgido “ni del más desaforado de mis sueños” con Di Stéfano, “mi ídolo indesbancable”… Las anécdotas plagan las más de 360 páginas de esta autobiografía con hechuras de novela. "Aunque yo hubiera escrito más”, cuenta a infoLibre el músico. “Siempre se quedan cosas, pero no sé si ninguna sustancial. Al final me veía obligado a ir al grano, pero creo que no se han quedado fuera cosas significativas. Quizás sí anécdotas puntuales”.

Iniciado en la lectura en su época de juventud –recuerda en sus memorias cómo en su casa paterna jamás vio un libro en las estanterías- Ríos asegura no haberse preparado para la escritura, en la que se ha revelado desenvuelto y divertido. “Es simplemente la voz que yo tengo”, asegura. “Aunque quizá un poco más pulida, porque tienes tiempo de buscar la adjetivación". Primero y ante todo rockero, Ríos ha pasado buena parte de su existencia ligado al activismo político, notoriamente durante el mandato de Zapatero, asociado a aquello que se llamó El clan de la ceja. Subraya en varias ocasiones que su corazón está a la izquierda. Más de lo habitual. “Hubo mucha inocencia en el despertar a la política activa, como ir a cantar en mítines y cosas así”, confiesa.

“En los últimos años setenta y en los ochenta el ambiente te exigía estar dentro de la efervescencia de un país tanto tiempo reprimido. Hasta entonces yo siempre había sido un nómada, así que no estaba implicado, pero a partir de ahí nos entregamos en cuerpo y alma a los movimientos de izquierda. Pero la política es una profesión, y la ideología suele pasar a un segundo término cuando se trata de la supervivencia en el cargo", opina, en todo momento locuaz y desenfadado."Apoltronarse en el poder hace que se pierda la perspectiva de la calle”, añade, insistiendo en que, de eso, no solo tienen la culpa los políticos. O al menos no toda. “Siempre hay paños calientes con la corrupción, hay un tipo de lenguaje a medio camino de la condena que tendría que ser más tajante. Hemos consentido lo que pasa sin protestar demasiado”.

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De los malos momentos plasmados en el papel, Ríos (Granada, 1944) subraya uno especialmente complicado: las semanas que pasó en la cárcel de Carabanchel por fumarse un porro. “Fue el momento más jodido de mi vida”, reconoce. “Un día me encuentro metido en un sitio donde en el franquismo se llevaba a torturar, con mazmorras medievales. Fue una situación para la que no estaba preparado”.  Aunque le dieron residencia en el calabozo, asegura que su relación con las drogas nunca fue una de dependencia. “He sido un tipo para el que la única cortapisa era que no me jodiera la garganta”, relata. “Nunca me he metido mucha cocaína, porque luego cantas como el culo, y la heroína me di cuenta inmediatamente de que era algo que no venía conmigo”.

Quienes siempre le acompañaron fueron las mujeres. "Tuve suerte de ser elegido por alguna”, apunta entre risas, “pero hombre, me hubiera gustado más”. En primera línea, la madre de su hija y su actual compañera. “A nivel humano con ellas siempre he intentado ser lo más honesto posible”, afirma, “lo más compañero”. Cuando todavía soñaba con ser músico, cuando el camino aún serpenteaba en el horizonte, tuvo la fortuna de caer casi por casualidad en la radio y de ahí –algunas vicisitudes más mediante-, a la popularidad. “Ahora las largas carreras están condenadas al fracaso”, cree el intérprete de temas como el Himno de la Alegría o Popotitos, que se lamenta de la decadencia de la industria, espoleada por medidas contraproducentes como el ivazo. “Ahora van a ser más de pico, porque los medios están más dispersos, y ahora se vive más por impulsos”.

A sus 69 años, jubilado voluntariamente, dice no tener ningún plan por delante más allá de que la existencia “pase lo más agradable posible”. “Los últimos planes ya me salen encarrilados, por ejemplo cuando me invitan a cantar por un banco de alimentos o por los saharauis. Yo ya no me quiero inventar nada que no sea estar vivo y disfrutar. Vivir la vida sin orejeras”.

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