Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) tiene algo de místico. Cada vez que escribe un libro deja un ejemplar dedicado en la cripta del monasterio de Montserrat, en la comarca catalana del Bages, para que alguien lo recoja. También tiene algo de antropólogo. Conoce de primera mano la crueldad que provoca lo que llama “mal cotidiano”, el lado más visceral y miserable de las personas. Esta última faceta se la debe, en parte, a dos décadas de trabajo como mosso d'Esquadra. Asegura que la realidad de la gente es muy “contradictoria” y que dentro de la misma persona hay “todas las posibles”, una suma de individuales, como una matrioska rusa. Todo lo que ha aprendido sobre las pulsiones más bajas del ser humano lo ha volcado en sus novelas, cuatro hasta el momento, y que le han revelado como una promesa de la novela negra. Con la segunda, La tristeza del samurái (Alrevés, 2011), se convirtió en bestseller en Franciabestseller, donde también es conocido como “el escritor del dolor”. Sin embargo, Del Árbol deja clara una cosa, nunca ha utilizado los casos que vio para sus novelas.
Un millón de gotas (Destino, 2014) destripa la vida de una familia marcada por la fatalidad, la venganza y el sentimiento de culpa. “Mi pretensión era la de acercarle al lector la idea de que puede hacerse un thriller español, con el aspecto trágico y quijotesco que nos caracteriza”, explica. Aparecen, entonces, personajes como Gonzalo Gil, un abogado matrimonialista y mercantil demasiado honesto para esa profesión, y cuya vida se trastoca tras el suicidio de su hermana Laura. Ésta, subinspectora de policía, es acusada de haber torturado hasta la muerte a un mafioso ruso, quien años antes había asesinado a su hijo de seis años. La trama, situada en la ciudad de Barcelona a principios de los 2000, se intercala con la historia de la Unión Soviética de los años treinta y la vida de Elías Gil, padre de ambos y por aquel entonces un joven ingeniero entusiasmado con el comunismo que viaja a Moscú para terminar sus estudios.
Ver másBuenos comienzos
La novela se va desarrollando de una manera casi cinematográfica, gracias a las puntillosas descripciones tanto físicas como psicológicas que hace Del Árbol. La sed de venganza se convierte en uno de los motores principales, primero la de Laura con el mafioso ruso, después la de Gonzalo con quienes provocaron el suicidio de su hermana. “Hay dos tipos de venganza, la de acción/reacción, que es la más animal, y la que se convierte en un motor de vida. Es ésta última la que me interesa en Un millón de gotas”, arguye el escritor catalán. La ingenuidad, "denostada", según Del Árbol, “porque se confunde con la tontería”, está también muy presente en la novela. Sobre todo, en el personaje de Elías, quien piensa en el régimen soviético como un ideal político e idolatra la figura de Stalin. De hecho, esa inocencia pervivirá en Elías incluso después de ser deportado a la isla de Nazino, en Siberia, acusado de trostkista.
La historia de Nazino llegó a manos de Víctor del Árbol cuando ya llevaba escrita la mitad de la novela, de 700 páginas, y tuvo que volver a reescribirla para incluir el drama de aquel gulag. Durante la década de los treinta, una gran hambruna provocó un éxodo masivo desde las zonas rurales hacia las ciudades. Stalin decidió “limpiar” Moscú y Leningrado de ciudadanos “socialmente dañinos” para el régimen soviético. A la isla de Nazino llegaron más de 6.000 personas, entre detenidos y criminales condenados que habían sido deportados para aliviar la congestión de las cárceles. Entre todas ellas, en la versión novelada de Del Árbol, también iba Elías. A aquella tortura sólo sobrevivieron 2.200 personas y muchos denunciaron casos de canibalismo.
Un millón de gotas contribuye a afianzar esa idea de que Barcelona y novela negra son el maridaje perfecto. Por sus calles han discurrido las tramas de Vázquez Montalván y Eduardo Mendoza, entre muchos otros. Ahora lo hacen también los personajes de del Árbol, quien asegura que este prolífico matrimonio se debe, en buena parte, a su diseño urbanístico: “Barcelona está llena de esquinas y en cada una de ellas, hay una historia. Incluso si te fijas en la gente de las esquinas, son auténticos personajes de novela negra. Es una ciudad llena de manchas”, explica. El género negro es para este escritor un recurso para exponer “las contradicciones del ser humano desde el dolor”, además de mostrar lo que llama “río subterráneo de la realidad”: la corrupción, el blanqueo de dinero o la pederastia.
Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) tiene algo de místico. Cada vez que escribe un libro deja un ejemplar dedicado en la cripta del monasterio de Montserrat, en la comarca catalana del Bages, para que alguien lo recoja. También tiene algo de antropólogo. Conoce de primera mano la crueldad que provoca lo que llama “mal cotidiano”, el lado más visceral y miserable de las personas. Esta última faceta se la debe, en parte, a dos décadas de trabajo como mosso d'Esquadra. Asegura que la realidad de la gente es muy “contradictoria” y que dentro de la misma persona hay “todas las posibles”, una suma de individuales, como una matrioska rusa. Todo lo que ha aprendido sobre las pulsiones más bajas del ser humano lo ha volcado en sus novelas, cuatro hasta el momento, y que le han revelado como una promesa de la novela negra. Con la segunda, La tristeza del samurái (Alrevés, 2011), se convirtió en bestseller en Franciabestseller, donde también es conocido como “el escritor del dolor”. Sin embargo, Del Árbol deja clara una cosa, nunca ha utilizado los casos que vio para sus novelas.