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Cuando la música yanqui invadió España

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La primera vez que la prensa se hizo eco del gusto de los españoles por los ritmos musicales originarios de Estados Unidos fue en 1865. Entonces el público disfrutaba de los minstrels shows, un tipo de teatro musical cómico que se había popularizado en Norteamérica a finales del siglo XIX al unir la ópera inglesa con la tradición musical afroamericana. Desde aquellas primeras incursiones en la cultura yanqui, y hasta la fecha, la música estadounidense no ha dejado nunca de influir, e incluso dominar, el panorama musical español. Su presencia no disminuyó durante los duros años de la Guerra Civil ni tampoco con el resurgir folclórico en la dictadura franquista, que veía en los ritmos producidos allende los mares una extravagancia y un exotismo poco tolerables.

“Una cosa es la lectura política [de la historia] y otra es el proceso habitual de la industria del entretenimiento y de las actividades culturales”, sostiene el escritor y promotor artístico Ignacio Faulín (Logroño, 1961) que ha estudiado casi un siglo de influencia de la música norteamericana en España en su libro ¡¡Bienvenido Mr. USA!! La música norteamericana en España antes del rock and roll (1865-1955) (Milenio). La idea de repasar el legado musical yanqui surgió mientras Faulín, antiguo director del festival Actual de Logroño, elaboraba una tesis doctoral sobre la Beatlemanía y vio la necesidad de contar de manera rigurosa la antesala de aquella revolución musical y social que protagonizó el grupo de Liverpool.

De esta forma, el autor ha recuperado de manera minuciosa y detallada, casi año por año, una historia poco conocida sobre los hot clubs en ciudades como Madrid o Barcelona; las actuaciones en España de artistas de la talla de Josephine Baker, en los años treinta, o Louis Armstrong, en los cincuenta; la fundamental labor editorial de Augusto Algueró o de revistas como Ritmo y Melodía. Así, hasta cerrar el primer volumen (de lo que pretende ser una serie) en el año 1955, cuando la Columbia española publicó el sencillo 'Rock around the clock', de Bill Haley and his comets, considerado como el primer éxito de rock and roll.

Fuerte presencia, pero público minoritario

“Los ritmos norteamericanos estaban por debajo, en cuestión de aceptación popular, del cuplé, la zarzuela o la revista. Pero eso no le resta importancia, por ejemplo, a la influencia que tuvieron el cakewalk o el charlestón”, replica Faulín sobre el éxito de estas composiciones. “Era minoritario igual que hoy en día a la gente le puede gustar un determinado género menor. El Manuel Carrasco de la época podría ser Juanita Reina o Celia Gámez; y el grupo indie actual León Benavente, sería el equivalente a los que entonces tocaban ritmos norteamericanos”.

En la década de los treinta, el cakewalk y el charlestón dominaban la escena “hot” de grandes ciudades (encandilando a amantes del jazz confesos como Ramón Gómez de la Serna), conviviendo con el cuplé, la copla, la revista, la opereta o la zarzuela; incluso artistas castizos recurrieron a recursos musicales estadounidenses buscando una pátina de cosmopolitismo y modernidad. El éxito del jazz llegó también a otros campos de la cultura, como puso de manifiesto La melodía del jazz band, una comedia en tres actos escrita por Jacinto Benavente y estrenada en 1930. La  introducción de este género (y posteriormente del swing, el mambo o el cha cha cha) se produjo a través de una élite social, económica y cultural, que contó con el apoyo de los medios de comunicación y de la vital labor de una incipiente industria discográfica. Sellos como la Columbia española o La Voz de su Amo encontraron su eco en las sección de crítica discográfica de periódicos como El Sol, a principios del siglo XX; y posteriormente, con la aparición del vinilo en 1952, la escena experimentó una pequeña revolución que dio origen a nuevas casas como Zafiro, Hispavox, RCA u Odeón, que recogieron el testigo en la publicación de éxitos estadounidenses.

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Sin embargo, lo que más destaca Faulín es la pervivencia de la influencia musical estadounidense durante la Guerra Civil y el franquismo. Contra lo que podría pensarse, y pese a que la actividad discográfica se frenó casi por completo durante la contienda, el trabajo de las orquestas jazzísticas continuó con agrupaciones como la Orquesta Jazz Ibarra, integrada en la UGT, que ofreció en 1936 un concierto a beneficio de los milicianos en el frente de Somosierra; o en las Brigadas Internacionales, cuyos integrantes compusieron temas como 'On the Jarama Front' o 'Join in the Fight', que entre 1961 y 1962 editó el sello estadounidense Folkways con el título de Songs of the Spanish Civil War. “En esa época estaban de moda las orquestas de swing y el claqué. Todo eso se mantiene en ciudades como Madrid y Barcelona durante la Guerra Civil. Los teatros no descansaban, la gente salía. Por ejemplo, Una noche en la ópera, de los hermanos Marx, fue muy popular entonces, compitiendo con películas nacionales como las de Imperio Argentina”.

La tendencia, sostiene el autor de ¡¡Bienvenido Mr. USA!!, se mantuvo durante la dictadura franquista con la misma intensidad a través de los canales habituales de difusión: la prensa, las partituras, el cine, la radio y los discos. “Durante el franquismo, los ritmos norteamericanos llegan igual que al resto de los países, pese a que en el imaginario de la época han pervivido Concha Píquer o la copla. En los años cuarenta y cincuenta hasta se crean tribus urbanas o culturas juveniles, como los pollo swing o las chicas topolino”, abunda Faulín. A las chicas topolino, más liberales y  modernas que los abnegados modelos que proponía la Sección Femenina, dedicó Carmen Martín Gaite buena parte de su ensayo Los usos amorosos en la posguerra española (Anagrama). Sin embargo, la censura intentó desterrar vocablos extranjeros, como jazz, swing o ballet de los periódicos; pero la cerrazón inicial del régimen hacia los géneros estadounidenses se suavizó progresivamente según las exigencias de la política exterior. Aunque la música producida en EE UU padeció los mismos problemas del resto del mundo del espectáculo respecto a la censura, la intención de marginarla resultó un fracaso.

Actualmente, Faulín prepara la siguiente entrega de lo que pretende ser un estudio concienzudo de la música popular en España hasta la actualidad, dejando patente que la península Ibérica no fue un oasis en la colonización cultural norteamericana. Y la tendencia, valora el autor, continúa a día de hoy: “La hegemonía sigue siendo suya. Ellos tienen la historia, los grandes clásicos, y la industria. Siguen liderando el género pop, y en el resto de países se crean artistas a imagen de los estadounidenses”. “Hay muchos periodistas que durante el periodo que he estudiado denostaron los ritmos norteamericanos, pero una cosa es lo que ellos escribían y otra, la realidad. Y, al final, siempre ha habido una industria, ya que la música popular es arte, pero también negocio”.

La primera vez que la prensa se hizo eco del gusto de los españoles por los ritmos musicales originarios de Estados Unidos fue en 1865. Entonces el público disfrutaba de los minstrels shows, un tipo de teatro musical cómico que se había popularizado en Norteamérica a finales del siglo XIX al unir la ópera inglesa con la tradición musical afroamericana. Desde aquellas primeras incursiones en la cultura yanqui, y hasta la fecha, la música estadounidense no ha dejado nunca de influir, e incluso dominar, el panorama musical español. Su presencia no disminuyó durante los duros años de la Guerra Civil ni tampoco con el resurgir folclórico en la dictadura franquista, que veía en los ritmos producidos allende los mares una extravagancia y un exotismo poco tolerables.

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