Cuatro años después de su anterior disco, Coque Malla (Madrid, 1969) está de vuelta con Aunque estemos muertos (Warner Music), un nuevo trabajo en el que reflexiona sobre el paso del tiempo, la muerte y, por extensión, la propia vida. "Que desaparezcan tus padres y ya no seas hijo, sino solo padre, te coloca en otro punto del tablero existencial", confiesa a infoLibre en las oficinas de su discográfica, en las que hablamos de esta y de otras muchas consideraciones varias.
¿Qué encontramos en Aunque estemos muertos?
Son varias cosas. Por un lado, un tema central es el fin de las cosas. No solo habla de la muerte, sino que habla del fin de la infancia, de la infancia de tus hijos, de la juventud que también se acaba, de las amistades y los amores. Habla de tomar conciencia, porque creo que a partir de una edad y seguramente a partir de una serie de circunstancias, en algún caso compartidas y en otros más personales, de una manera cruda y muy real de que las cosas se acaban. Entre ellas la vida, claro, así que es tomar conciencia de la muerte. Eso por un lado. Y luego, por otro, tenía unas ganas brutales de salir de la zona de confort que habíamos encontrado con El último hombre en la Tierra y Revolución, especialmente con esos arreglos maravillosos de cuerdas y vientos de mi hermano Miguel. Discos más melódicos y más dulces. Y quería salir de esa zona para experimentar, romper las estructuras y dejarse llevar por la inmediatez de lo que está pasando musicalmente en el momento. Hacer un disco no tan diseñado, estructurado y perfecto como eran esos otros dos, y hacer uno más visceral, de más improvisación no de corte clásico, sino un poco como cubista, con muchas capas y estructuras y acordes diferentes a los habituales en mis canciones. El disco tiene un clima muy diferente a lo que había hecho hasta ahora. Yo creo que nunca había hecho un disco así. Si se puede parecer a algo es más a Sueños, el libro-disco que hice con Suso Saiz hace ya unos cuantos años.
No es un disco conceptual, pero desde luego la vida y la muerte están bien presentes. ¿A partir de qué edad más o menos nos empiezan a preocupar estos grandes temas?
No es exacto, claro, no es algo matemático. Supongo que las circunstancias personales de cada uno hacen que ocurra a una edad u otra. Pero, en mi caso, pienso que la pandemia, que a todos nos pegó un hostiazo importante, nos puso la muerte muy cerca, nos puso la fragilidad como especie muy presente. Nos creíamos invencibles como especie y de repente aparece un bichito que se nos lleva por delante. Creo que eso nos ha marcado muy fuerte. Luego, en mi caso, influye la desaparición de mis padres en un período relativamente corto de tiempo, mezclada con mi propia paternidad. Que desaparezcan tus padres y ya no seas hijo, sino solo padre, te coloca en otro punto del tablero existencial. Y, por último, claro, la edad, empezar a notar que el cuerpo va como va, que te dan miedo determinadas cosas que antes no te daban miedo porque pensabas que, bah, eso le pasa a los viejos (risas).
En El saco de los sueños lo cantas bien clarito: "No nos queda mucho tiempo, ya no queda casi tiempo". Es algo que ya sabemos pero, ¿lo tenemos que decir constantemente para que no se nos olvide?
Sí. Yo creo que está bien recordarlo para aprovecharlo y para no oxidarse, no solo físicamente, sino espiritualmente. Esta canción en particular va sobre eso, sobre recordarte todo el rato que no queda tanto tiempo y dejar de postergar cosas que pueden enriquecer mucho tu vida, como puede ser un viaje, porque el tiempo pasa y se acaba.
¿Al hablar de la muerte en realidad estamos hablando de la vida?
Exactamente. Paradójicamente, todas estas reflexiones han generado un disco con una vitalidad tremenda, con una energía brutal. Es de mis discos que más energía tiene, también porque está grabado con la banda tocando en directo. Hay canciones más pausadas, oscuras e hipnóticas, pero hay otras con una gran vitalidad. Es interesante que lo que ronda el disco en las letras sea el paso del tiempo, el deterioro, la muerte, el miedo a la tragedia, pero la energía sea súper bestia.
Hablemos de Bla, bla, bla. Una canción más pausada que se queja del ruido de tanta cháchara y tanta opinión en general, y de algo a su vez muy particular. La letra dice así: "Todo lo que escucho es un 'bla, bla, bla, bla' aburrido. Ya no escaparemos de este 'bla, bla, bla, bla' sin sentido. Y morirán la poesía y la ciencia ficción, y brillarán los policías. Jueces de juguete, sabios de salón, no sabéis quien soy (...) Ya no hay canciones, ni sentido del humor, y todo el mundo es un artista".
Esta canción nace especialmente de la preocupación por la persecución moral contra el arte. Es decir, toda esa corrección ética que quieren algunos y algunas aplicarle a algunas obras, películas, libros, canciones... a través de denuncias y de gente que acaba en los juzgados por haber cantado determinadas cosas o haber escrito determinados libros. A mí eso me aterra, me parece de un nivel de estupidez y pensamiento casi medieval que hay que recordar continuamente y hacerle ver a esta gente que está haciendo el imbécil porque la ficción es ficción y la ficción tiene que ser terreno salvaje. Además, estoy convencido de que la ficción y la cultura no generan pensamiento, sino que son una plasmación de lo que está ocurriendo. Yo no creo que las canciones, el arte, las películas, influyan en la sociedad, sino que son un reflejo de ella, son una plasmación abstracta de lo que nos pasa en nuestro subconsciente, con lo cual, entrar a juzgarlas moralmente y, por supuesto, a denunciar esas creaciones, es lo peor que podemos hacer porque nos cargamos el arte. Y da miedo, porque incluso artistas... no voy a dar nombres pero hace poco escuché a un artista que decía 'no, es que esto ya no se puede cantar y por eso he cambiado la letra'. Si este mensaje de persecución moral del arte cala en los propios artistas, estamos jodidos. Se puede cantar lo que a uno le dé la gana porque por definición el arte no es concreto, no es literal, y viene de muy profundo, y en el subconsciente no somos buenos, ni somos feministas, ni somos antirracistas, sino que tenemos oscuridad y contradicciones. Puedes hacer arte moral, pero no tienes la obligación de hacerlo. Puedes hacer películas sociales como Ken Loach, que es un genio, pero es su elección y no estamos todos obligados a dar lecciones de moral a través de nuestra obra. No está para eso.
Muchos dicen eso de que quien no se dé cuenta de que ya no se pueden cantar ciertas cosas no ha evolucionado con los tiempos.
Pues eso a mí me da mucho miedo ese pensamiento. Me da terror y hay que combatirlo con libertad creativa.
¿Has tenido más libertad creativa que nunca en este disco?
En algún sentido sí. Yo creo que siempre me he sentido libre creativamente, pero la sensación de intentar generar un sonido y unos acordes y unas estructuras que nunca había probado te genera una excitación brutal y te hace sentir que estás empezando. Porque realmente estás empezando en un terreno nuevo en el que nunca te habías metido. La sensación de libertad creativa ha sido inédita, casi diría.
Has mencionado lo de salir de la zona de confort y he leído que citas a Radiohead como inspiración para este giro. ¿En qué sentido?
Concretamente The Smile, el grupo paralelo de Thom Yorke y Jonny Greenwood de Radiohead. Pero no creo que la gente escuche estas canciones y piense en Radiohead, aunque puede haber alguna que te lleve a eso por pura influencia musical. Yo no puedo evitar que en muchas de mis canciones escuches y sientas al aroma del rock n' roll de los Rolling Stones, pero en este caso casi ha sido la influencia más filosófica que directamente musical y que te recuerde a sus discos, entre otras cosas porque es dificilísimo reproducir eso. Pero sí ese espíritu de continua búsqueda y de salirse del carril para que pasen cosas, como descarrilar un poco el tren para que la canción sea sorpresiva continuamente. No a su nivel, porque ese nivel lo tienen ellos y nadie más en el mundo. Thom y Jonny creo que son los artistas más experimentales, libres y creativos de la historia del pop, seguramente con David Bowie. Y, bueno, algo se te queda y si pones en práctica esa idea de ir saliéndote del carril pasan cosas. No te pasa lo que les pasa a ellos, pero te pasan tus propias cosas y eso es súper excitante y novedoso.
¿Qué pueden aportar la cultura, la música y tus canciones en particular en este mundo en guerra constante? ¿Pueden aportar algo? ¿Qué te gustaría aportar al mundo con Aunque estemos muertos?
Espero que sí puedan aportar algo. Yo persigo la belleza continuamente, y si la persigo es para luego poder ofrecérsela a los demás y que los demás experimenten la belleza un ratito. Creo que esa es la tarea de un artista, perseguir la belleza todo lo que pueda. Belleza y algo de lucidez, entendiendo la lucidez como que el caos forma parte también de ella. Entender el caos, aceptar el caos y la contradicción. Esto entronca con lo horrible de querer pretender que en las películas, las canciones y tal seamos buenos como decíamos antes. No somos buenos todo el rato. Somos buenos y malos, ruines, y eso debe aparecer también en la obra de un artista.
Tenemos una gira por salas ya mismo para presentar este nuevo álbum. Ya que está esa importancia sobre el paso del tiempo, ¿cómo llevas tú la carretera con el paso de los años?
Las giras me rejuvenecen. De hecho, creo que he envejecido bastante en este año y medio que he estado sin tocar (risas). A mí lo que me afina y me pone totalmente a tono es estar de gira, subirme a la furgoneta con mis compañeros, mis músicos y estar en hoteles, el caos y la locura. No me quita energía, ni me cansa, ni me agota, al revés, me la da, sobre todo porque al final de la noche hay un concierto y me subo al escenario.
Tener una banda siempre ha sido como el secreto de la eterna juventud. Las pandillas las tenemos de jóvenes y luego las vamos perdiendo a lo largo de la vida.
Claro. Yo estoy convencido de que el acto físico de subirse a un escenario y tocar música, tocar un instrumento con otra gente te mantiene joven. Y lo digo mental y físicamente. No hay más que ver a los Rolling Stones y a Mick Jagger pegando botes (risas).
¿Ha cambiado lo que es el éxito para Coque Malla desde Los Ronaldos a lo largo de estos casi cuarenta años?
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El joven Coque estaba en un país muy cutre con una industria musical muy cutre, y sus sueños adolescentes eran irrealizables en esa España de entonces. El éxito que yo estoy viviendo ahora se está produciendo en una España que tiene una industria mucho más en forma y, por lo tanto, lo estoy disfrutando muchísimo más que aquel éxito de Los Ronaldos. No sé exactamente qué es el éxito, pero sí que sé que este éxito es de mucha más calidad que aquel.
No todo es ser número 1...
Y tampoco tuvimos tantos números 1 Los Ronaldos, eh, tuvimos uno. Éramos un poco orquesta de lujo, en cambio yo ahora no. Yo ahora voy a un auditorio y se llena con la gente pagando la entrada y sabiéndose las canciones, no solamente la que está sonando en ese momento en Los 40 Principales. Este es un éxito de mucha más categoría y mucho más llevadero, porque además yo voy por la calle y la gente no me conoce, pero los teatros están llenos, mientras que antes era al revés, era súper famoso pero Los Ronaldos poníamos un concierto con entrada pagada e iban cuatro. Sí, tocábamos en plazas al aire libre, pero era gratis. Esta es otra cosa, ahora mola más.
Cuatro años después de su anterior disco, Coque Malla (Madrid, 1969) está de vuelta con Aunque estemos muertos (Warner Music), un nuevo trabajo en el que reflexiona sobre el paso del tiempo, la muerte y, por extensión, la propia vida. "Que desaparezcan tus padres y ya no seas hijo, sino solo padre, te coloca en otro punto del tablero existencial", confiesa a infoLibre en las oficinas de su discográfica, en las que hablamos de esta y de otras muchas consideraciones varias.