La música en vivo incrementó un 26% su facturación en 2023 hasta alcanzar los 579 millones de euros. Los festivales se multiplican desoyendo desde hace tiempo el runrún de la supuesta burbuja que nunca explota. Los grandes conciertos en pabellones y estadios se llenan con entradas a precios disparatados en permanente aumento porque son experiencias (maldita palabra) que hay que vivir y luego convenientemente compartir en la red social que guste a cada cual. Todo va mejor cuanto más grande, mientras las salas de conciertos pequeñas o medianas se mueven cada vez en márgenes más estrechos como consecuencia de una economía especulativa que busca el pelotazo a corto plazo en lugar de un modelo productivo que genere beneficios (económicos, artísticos, culturales) a largo plazo.
Todo este escenario se complica aún más con la llegada de la primavera, que marca oficialmente el inicio de la temporada festivalera (que en realidad es anual ya, solo varía la intensidad). Y se complica más aún por la consolidación del formato festival como la forma de ocio principal (no necesariamente musical) para toda una nueva generación (o dos). Todavía se complica otro poco más aún por las fiestas populares, que programan conciertos gratuitos regados con dinero público en literalmente todas partes. La guinda final a tanta complicación la pone el cambio en los hábitos de consumo (maldita palabra) de conciertos entre los más jóvenes, en absoluto habituados a asistir a salas y definitivamente atrapados por la promesa de fiesta, con la música como excusa y no como motivo, con montones de grupos al peso reunidos en un mismo lugar.
"Hay menos jóvenes interesados en ir a las salas porque han crecido con el modelo festival o de fiesta mayor, con esa experiencia repleta todos esos imputs constantes que reciben en un recinto al aire libre", apunta a infoLibre la gerente de la Asociación de Salas de Conciertos de Cataluña (ASACC) y directora de Curtcircuit, Carmen Zapata, quien quizás "arriesgando un poco" se atreve a hacer de socióloga o antropóloga: "Me parece que que cada vez estamos más condicionados a tener muchos y breves impactos. Eso nos pasa con quedarnos solo con el titular de las noticias, y se puede hacer un paralelismo con la música, que juega a dar muchos impactos a la vez en los festivales en lugar de un solo concierto".
Estableciendo otro paralelismo, asistir a un único concierto en una sala sería poco más o menos como sentarse a leer un libro durante un par de horas del tirón, (a poder ser) sin mirar el teléfono ni pensar en nada más, algo que es prácticamente un triunfo de la humanidad. La generación TikTok está más que acostumbrada a pasar al siguiente vídeo si en un par de segundos no le interesa el que tiene delante, y lo mismo ocurra en las plataformas de música en streaming que, indudablemente, han devaluado el ritual de la escucha musical. La falta de atención en una actividad concreta y la dispersión mental puede ser el signo de los tiempos, pero si ha vuelto el vinilo es porque una buena canción todavía significa algo. Otra cosa es que alguien de menos de treinta años la escuche entera si dura más de tres minutos, pero en realidad eso ha sido siempre así en la historia del pop: la cosa ahora es que aguante diez segundos.
Cada año es peor el verano. Hay salas pequeñas de hasta 150 de aforo que directamente cierran. Dejan de programar en junio y no vuelven hasta finales de septiembre
En este contexto, asegura Zapata que no luchan solo contra los festivales o las fiestas mayores, sino también contra ese cambio de hábitos que obliga a las salas a "intentar seducir de alguna manera a ese público que ahora mismo no está por la labor de vivir esa experiencia de un concierto teniendo al artista cerca y todas esas cosas que nosotros valoramos pero las nuevas generaciones parece que no". "La pandemia ha puesto de relieve que algunas de las generaciones que iban más a conciertos en salas se han retirado por edad y por ese efecto de sofá y plataforma, sin que haya habido un relevo generacional. Yo monto cincuenta conciertos al año y es lo que me voy encontrando", apostilla.
Concede, eso sí, que hay conciertos que en las salas funcionan muy bien y con muchísimas edades distintas de grupos muy conocidos, pero puntualiza que el problema está en proyectos más jóvenes que "pueden tener buenas críticas pero todavía no una masa de público consolidado". Ahí aparece la dificultad de "generar atracción" hacia la audiencia progresivamente más lejana cuanto más joven y que busca su satisfacción musical en otros formatos más masivos que viven su temporada alta desde abril hasta octubre, alargando la agonía de los locales cerrados (que pueden ir desde cien hasta 2.000 personas de aforo). "Cada año es peor el verano", afirma, añadiendo: "Hay salas pequeñas de hasta 150 de aforo que directamente cierran. Dejan de programar en junio y no vuelven hasta que pasan las fiestas de la Mercé a finales de septiembre. Julio y y agosto cierran porque la gente tiene ganas de estar al aire libre y le apetecen más los festivales y las fiestas mayores".
Antes agosto era un momento valle que sabías que tenías en el año y ya está, pero es que eso se ha convertido en un momento valle de tres meses largos
"Ahora mismo estamos con miedo a los veranos cada vez más largos que tenemos en todos los sentidos", admite a infoLibre Javier Olmedo, director general de Madrid en Vivo, la asociación de salas de conciertos de la capital, dibujando un panorama calcado al catalán al explicar que "la estacionalidad que lleva a la gente a querer estar al aire libre y la hipersaturación de festivales y fiestas populares a partir de San Isidro provoca que las salas tengan un bache muy malo casi desde mayo hasta octubre". Según cuenta, antes el verano de las salas se limitaba a agosto y era el "momento del cierre que aprovechabas para dar vacaciones a la gente, una mano de de pintura" o cualquier otra necesidad del local: "Era un momento valle que sabías que tenías en el año y ya está, pero es que eso, desde la perspectiva de Madrid, se ha convertido en un momento valle de tres meses largos".
Para Olmedo, la solución es no pisarse unos a otros y desarrollar "unas políticas culturales favorecedoras del tejido cultural" ya que, tal y como destaca, a todo lo anterior se suman también los macroconciertos de estadio, que esta temporada son más de una docena solo en la capital. "Tiene que haber una política cultural de trabajar con el pequeño circuito, de cuidar ese tejido cultural, porque nosotros somos los que damos la salida a los artistas locales y nacionales. Hay que buscar un equilibrio para que sea posible la convivencia, quizás investigar fórmulas de coproducción con festivales o hacer cosas contando con las salas, pero no podemos estar hundidos tres o cuatro meses en una contraprogramación que es una locura", plantea.
Es política cultural, no solo dar el pelotazo puntual, que es muy cortoplacista, y estar en la foto para salir en la prensa. Tiene que haber un apoyo y un recorrido cultural cuidando el sector y todo el nicho artístico
Y aún continúa: "Estoy a favor de que ocurran muchas cosas y que puedan dar mucha visibilidad a una ciudad como Madrid, pero protegiendo a los más endebles y los más pequeños que son las salas de conciertos del sector de la música en directo. Es política cultural, no solo dar el pelotazo puntual, que es muy cortoplacista, y estar en la foto para salir en la prensa. Tiene que haber un apoyo y un recorrido cultural cuidando el sector y todo el nicho artístico, así como a los propios vecinos ofreciéndoles unos conciertos de calidad a unos precios razonables. Porque los vecinos de una ciudad no tienen por qué estar pagando 200 euros para ir a un concierto que además es internacional y no local. A lo mejor no hay tanto público y los precios de esos grandes conciertos no son nada baratos, no tienen nada que ver con la política de precios que llevamos desde las salas de conciertos, donde un ticket medio está en 10 o 12 euros".
El presidente de la Asociación de Promotores Musicales (APM), Albert Salmerón, reconocía en la presentación de su Anuario de la Música en Vivo 2023 que en los medios de comunicación aparece el "gran éxito de las grandes citas, que son muchísimos tickets, pero solo unos pocos conciertos", mientras hay otros muchísimos recitales, principalmente en salas, en los que "cuesta vender las entradas". También defendió que si el público se acostumbra a ir a conciertos grandes es más fácil que acabe yendo a salas, aunque eso puede perfectamente ser más un deseo que una realidad a la vista de los gustos de las nuevas generaciones. "Es más fácil que accedan a la música en vivo a través de las grandes estrellas. Pero las salas son un espacio a proteger. Cada vez que se cierra una sala se cierra un espacio que es muy difícil que se vuelva a reabrir en algunas ciudades", planteaba Salmerón.
Reforzar esa protección pasa, por ejemplo, por ayudas públicas concretamente para las salas. "Pero aquí en Cataluña las salas están junto a festivales y fiestas mayores dentro de una línea de financiación de música en vivo que hay que repartir entre todos y solo una pequeña parte va a las salas. En ASSAC tenemos 94 salas en toda Cataluña, con lo cual se queda en una miseria", explica, añadiendo que antes del anuncio de adelanto electoral la administración catalana estaba creando una línea nueva (ahora en el aire) solo para salas que incluso contempla "la diferencia entre una de 100 personas y otra de 1500 personas, en función de su programación, actividad y aforo". "Porque una de 100, solo por el hecho de existir, de programar, aunque no cobre alquiler, aunque sea de entrada gratuita, es un tejido chiquitito que debería tener una subvención para que no cierre nunca y no deje nunca de hacer eso que le cuesta dinero solo por abrir", demanda.
De las cosas más perniciosas que tenemos en el sector es que la viabilidad de los conciertos en salas está ligada al consumo de las barras
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Ante las denuncias de artistas y bandas quejándose del endurecimiento de las condiciones para tocar en salas de tamaño pequeño y medio, Zapata argumenta que "por muy caro que le pueda parecer el alquiler a un grupo, esa cantidad no cubre los gastos de los consumos energéticos, técnicos, amortización de equipo, trabajadores de seguridad o barras". Y pone un ejemplo práctico: "Una sala de 600 tiene un personal de acceso y de seguridad obligado por ley. Si solo metes a 150 personas igualmente tienes que tener a todo ese personal contratado, lo cual es una locura. Aquí en Cataluña hemos estado mucho trabajando con Interior para poder hacer una intervención quirúrgica y modificar eso, que se vio muy claramente en pandemia con los conciertos con distancia social. Hemos estado con eso, pero como se han adelantado las elecciones volvemos al punto de salida y ya veremos con quien tendremos que negociar esto después. Siempre es volver a la casilla de salida, lo cual es bastante desesperante. Creo que se debería imponer el sentido común para intentar que los conciertos sean sostenibles".
Para conseguir esto último hay que abordar también otro asunto peliagudo: el de las barras de bebidas. Las salas de conciertos, como locales de hostelería, sacan la mayor parte de los beneficios de los conciertos no de la venta de entradas (que suelen ser para los artistas que han pagado el alquiler del local), sino de lo que se consuma en las barras. algo que Zapata reclama sacar de la ecuación. "De las cosas más perniciosas que tenemos en el sector es que la viabilidad de los conciertos en salas está ligada al consumo de las barras", lamenta, poniendo de nuevo otro ejemplo muy concreto: "Los grupos de música urbana atraen a un público muy joven que consume muy poco en las barras, por lo que sus conciertos no salen rentables aunque haya mucho público. Mientras no saquemos las barras de la ecuación de viabilidad de los conciertos seguiremos teniendo un gran problema. Si un concierto no es viable en sí mismo y no tiene una ayuda de la administración, las salas privadas no pueden hacer de benefactores".
Se muestra de acuerdo Olmedo, quien para terminar recuerda que los márgenes de beneficio son "ya inferiores que hace unos años", a lo que hay que sumar que en lugar de doce meses ahora van a trabajar a pleno rendimiento nueve. "Se hace muy difícil mantener la actividad de una sala abierta", asegura, en este contexto inflacionista en todos los ámbitos, por lo que recuerda que cuando se habla de que un grupo alquila una sala, en realidad significa que está siendo "copartícipe de una parte de los gastos, porque al técnico de sonido hay que pagarle aunque luego no vaya nadie al concierto". "Se trata de que ganen el artista y la sala para que todos podamos vivir de ello y se mantenga esta red. Si no lo conseguimos, a lo mejor no sobreviven las salas y no hay para nadie. Yo personalmente no conozco a ningún dueño de sala que se haya hecho millonario, al revés, conozco unos cuantos que se arruinaron y lo dejaron", concluye.
La música en vivo incrementó un 26% su facturación en 2023 hasta alcanzar los 579 millones de euros. Los festivales se multiplican desoyendo desde hace tiempo el runrún de la supuesta burbuja que nunca explota. Los grandes conciertos en pabellones y estadios se llenan con entradas a precios disparatados en permanente aumento porque son experiencias (maldita palabra) que hay que vivir y luego convenientemente compartir en la red social que guste a cada cual. Todo va mejor cuanto más grande, mientras las salas de conciertos pequeñas o medianas se mueven cada vez en márgenes más estrechos como consecuencia de una economía especulativa que busca el pelotazo a corto plazo en lugar de un modelo productivo que genere beneficios (económicos, artísticos, culturales) a largo plazo.