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Nativel Preciado: "En la pandemia hemos visto quiénes son esenciales y quiénes son unos gorrones"

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El último libro de la periodista y escritora Nativel Preciado tiene dos inspiraciones muy distintas. Casi contradictorias. De un lado, las ganas de tramar una venganza literaria contra la élite, los ricos riquísimos, el selecto club de los poseedores de una cuenta en Suiza. De otro, la compañía de su nieto, su "salida al mundo" durante la pandemia. A él le contaba cuentos de animales, de los nobles elefantes que pueblan las planicies de un continente lejano. Con ambos elementos le salió El santuario de los elefantes (Planeta, Premio Azorín de Novela 2021), un "cuento para adultos" con moraleja incluida. 

La premisa: una pareja de millonarios españoles de origen venezolano trata de sacar su fortuna del país del chocolate y los relojes. El consejo de sus asesores es blanquear ese dinero adquiriendo un terreno en Tanzania, interesante tanto por su valor turístico como por una posible reserva de piedras preciosas. El plan es completar la inversión con el capital de amigos o conocidos, a quienes se proponen engatusar en un viaje a sus futuras posesiones. Pero, quizás por primera vez, los planes no les saldrán como estaba previsto. Y Preciado parece disfrutar haciéndoselas pasar canutas a unos personajes que no duda en calificar de villanos. 

Pregunta. La novela es muy distinta, en temática, de las anteriores. ¿Por qué Tanzania?

Respuesta. Tenía unos protagonistas desde hace tiempo, con los que quería escribir una novela, y pensé que el lugar más adecuado para situar sus ambiciones, sus excesos y sus locuras era África. Y Tanzania es uno de los países donde hay más lujo y más pobreza: ese contraste es lo que quería contar en este cuento para adultos, que busca poner en evidencia el disparate que supone el despilfarro frente a la más absoluta austeridad. Esta zona la conozco poco; conozco muchos países africanos, pero en esos no se da esta dualidad tan exagerada. No están de moda. Los ricos van a Tanzania, van a Sudáfrica, van a Botsuana, pero no van ni a Gabón, ni a Senegal, ni a Guinea Ecuatorial ni a Camerún, países que conozco más. Así que pensé: haré un esfuerzo de documentación.

P. Esa documentación no implicaba solo al país, sino a ciertas actividades de la élite.

R. Sí, pero esa élite se comporta más o menos de la misma manera en todas partes. Y luego ya lo digo en la novela, que leyendo los libros de Javier Reverte puedes viajar por África con mucha seguridad. Y se lo agradezco, porque me ha enseñado muchísimo. Hablé con él para otras cuestiones cuando estaba escribiendo la novela, prácticamente terminada, y le dije: he cometido la osadía de escribir sobre África, me gustaría que lo leyeras y que si te parece bien la presentaras. Yo habría querido que el padrino de la novela fuera él. No pudo ser [el periodista y escritor falleció en octubre de 2020].

P. Cuando hablamos de elefantes y cacerías africanas, el lector pensará en la más célebre cacería, la de Juan Carlos I, que además se menciona en el libro. ¿Cómo cree que condiciona esa referencia a la hora de acercarse al libro?

R. Es una línea solo de la novela, pero es inevitable citarlo, porque los personajes forman parte de ese círculo de potentados y todos van a lo mismo: conocen a las mismas personas, hacen los mismos viajes, cazan los mismos elefantes. Pero no quería que fuera una historia sobre el rey emérito para nada, no me motiva como personaje novelesco. Si hay una referencia es porque esa fotografía tan dramática es un punto de inflexión en la vida del emérito. Eso que definió Vargas Llosa y que está tan manido: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Bueno, pues esa foto para el rey emérito fue crucial.

P. La élite económica tiene un áurea de sociedad secreta. ¿Cómo se escribe sobre un ambiente tan reservado?

R. Tengo una larguísima carrera profesional, y he tenido mucho contacto con esa gente a través del trabajo. He compartido viajes, he compartido jurados de premios, he ido en jet privado... siempre por razones profesionales, porque yo ni pertenezco a esa élite ni tengo nada que ver con ellos. Y he presenciado cosas grotescas, tanto que ni siquiera las he puesto en la novela —que ya tiene cosas grotescas—, precisamente para no identificar a los personajes. Me gusta explicar cómo se comportan, de qué hablan, cómo se visten, qué quieren, cuáles son sus ambiciones. Esa era la idea inicial de la novela.

P. Los personajes de esta élite son muy distintos entre sí y tienen en ocasiones intereses enfrentados, pero hay algo que los une. ¿Qué es lo que comparte ese clan?

R. Están unidos por el poder, el dinero y las aficiones. Se conocen, comparten aficiones, comparten círculos sociales, comparten negocios, tienen la misma manera de vestir, de relacionarse con los demás, quieren emparejar a sus vástagos unos con otros... Son un clan cerrado, son pura endogamia. Y vayan donde vayan tienen acceso a esa misma clase social, porque tienen credenciales que les abren las puertas. Son pocos y se entienden bien. Aunque luego, como realmente no son buena gente, se pelean —pelean por lo mismo: por tener más dinero, por echar al otro— y se matan incluso.

P. Estos personajes son inmorales, incluso aquellos con los que es más benevolente y que acaban mejor parados. ¿Por qué ese interés en que esos personajes caigan mal desde el comienzo?

R. Porque a mí me caen mal. Es una prerrogativa del escritor: ajustar cuentas. Y es un exorcismo: a estos tipos tan miserables los voy a tratar como se merecen. Es una licencia que es muy divertida, como si hicieras vudú con ellos. El exceso de riqueza de esta gente es obsceno y es inmoral, y no tiene el menor sentido que se acumule esa cantidad de posesiones mientras el mundo está padeciendo lo que padece. Parece un discurso muy elemental. Si lo dijera un personaje carismático como [José] Mujica [expresidente de Uruguay] les parecerá a todos bien; si lo digo yo dirán que esto es buenismo. Soy partidaria de impuestos brutales a las grandes fortunas. Por mucha fundación y muchas donaciones que hagan, ¿por qué se acumulan estas fortunas? No tiene sentido. Habría que hacer un santuario no para elefantes, sino para homo sapiens, a ver si lo regeneramos y lo devolvemos a la naturaleza con más sentido del que tenemos.

P. ¿La acumulación de riqueza es inmoral en sí misma?

R. Yo creo que sí. Cuando una persona tiene mucho poder, es fácil caer en los excesos del poder. Tuve hace muchos años una conversación con Julio Iglesias, y yo le decía que a mí me gustan los muebles pequeños, las cosas pequeñas. Él decía: claro, porque no tienes las posibilidad de tener cosas muy grandes, las palmeras más grandes, las piscinas más grandes, el avión más grande. Le parecía una estupidez lo que yo decía. El mal es la insaciabilidad.

P. El movimiento antirracista ha puesto la descolonización en el debate público y, por ejemplo, en los museos europeos se aborda la devolución de obras a los países que fueron expoliados. En este libro vemos un caso claro de colonialismo del siglo XXI: unos millonarios españoles adquieren y explotan terrenos en Tanzania. ¿Qué actitud deberíamos tener los ciudadanos europeos con estas prácticas?

R. Está clarísimo que hay que destinar un porcentaje muy importante de los recursos del primer mundo a los países en vías de desarrollo, que nunca acaban de desarrollarse porque les paralizan los corruptos fomentados por la propia corrupción occidental. Dicen: es que son unos salvajes y tienen unos Gobiernos corruptos, no se puede hacer nada por ellos. No. Estos Gobiernos están fomentados por el nuevo imperialismo, que los sostiene. Y claro que es importante lo que pase en estos territorios, como se ha comprobado con la pandemia, cuando un virus muy pequeñito ha puesto patas arribas en el mundo. Ese virus tiene una relación muy clara con las tropelías que se están cometiendo en el mundo. Se está alterando el equilibrio del planeta, y si se desequilibra no solo los pobres elefantes van a desaparecer, sino que a nosotros nos afecta en el presente. Porque esta pandemia no se arregla con las vacunas y se acabó el problema. Muerto el perro no se acabó la rabia... si seguimos viviendo así de disparatadamente.

P. En la novela hay una rebelión de la tierra contra los invasores. ¿Viene esto de la experiencia durante la pandemia, donde se repitió tantas veces que el planeta nos daba una lección?

R. Creo que sí. Nadie nos libramos de que nos haya influido una situación así. No sé hasta dónde llegará el aprendizaje, pero sí hemos visto quiénes son esenciales y quiénes son unos gorrones. Quiénes son las profesiones esenciales, la gente de bien, y no solo los científicos y los sanitarios, sino a los agricultores, a los transportistas, a los que hacen el pan cada mañana. Gracias a esos funciona el mundo. Y quiénes son los gorrones que se aprovechan de todo lo útil, que no son necesarios, que son ofensivos, excluyentes, insaciables, contraproducentes. Lo mismo sucede con África, un continente lleno de riqueza: si dejasen de esquilmarlo, la industria europea se paralizaría. La tecnología que nos parece imprescindible existe porque hay un continente que produce lo que necesitamos para mantenerla.

P. Existe la idea de que el ecologismo es una preocupación de burgueses con la vida solucionada. ¿Qué piensa?

R. Son los propios africanos quienes se violentan enormemente cuando se les obliga a ser furtivos, porque les obligan los occidentales. Ellos son más conscientes que nadie del ecologismo, y no son ni ricos, ni burgueses, ni ociosos. Son muy conscientes de que tienen que defender la naturaleza y de que el medio ambiente es fundamental para su desarrollo y para llevar una vida buena. No es un problema de ricos. Al revés: a los ricos les da igual matar elefantes o destruir la Amazonía. Es tan obvio que no es un divertimento que a mí me subleva que se diga eso.

P. Hay un personaje en la novela, Antoine Kapa, un médico-gurú medio disfrazado de terapeuta y amante de las pseudociencias. ¿Qué es lo que fascina a las élites de este tipo de figuras?

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R. Había en Bilbao una llamémosle bruja que tenía clientes entre todo tipo de políticos, de empresarios... Como tienen tan pocas creencias, quizás van a ellos a que les expliquen lo que no entienden. En la alta sociedad hay sesiones de espiritismo, consultas con médiums, todo eso existe. Conocí a uno de estos médicos al que, en el momento de la conversación, le llamaron por teléfono —fijo todavía—. Lo cogió y me dijo: es Fulanita de Tal, que me pregunta si se puede aclarar el pelo. Es asombroso, les hacen consultas de este tipo. El personaje es disparatado, grotesco, pero es real.

P. En el otro extremo están los discretos gestores de los negocios, más aburridos pero igualmente en la sombra e igualmente presentes.

R. Otra estirpe de gorrones. Son gente que vive del dinero ajeno, de los excesos ajenos, y maquinan el mal: cómo tratar de evadir la ley o las buenas intenciones. Tendrán mucho prestigio, pero viven para el mal.

El último libro de la periodista y escritora Nativel Preciado tiene dos inspiraciones muy distintas. Casi contradictorias. De un lado, las ganas de tramar una venganza literaria contra la élite, los ricos riquísimos, el selecto club de los poseedores de una cuenta en Suiza. De otro, la compañía de su nieto, su "salida al mundo" durante la pandemia. A él le contaba cuentos de animales, de los nobles elefantes que pueblan las planicies de un continente lejano. Con ambos elementos le salió El santuario de los elefantes (Planeta, Premio Azorín de Novela 2021), un "cuento para adultos" con moraleja incluida. 

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