Entre penumbras y cortinajes, un cuadro con un rostro enigmático recibe al visitante. ¿Por qué sonríe? Obra de Santi di Tito, es uno de los retratos más conocidos de Maquiavelo, y esa sonrisa es tan equívoca como su gran obra, El príncipe, uno de los tratados políticos más influyentes de la historia. Cuando se cumplen 500 años de su escritura, una exposición en el complejo Vittoriano de Roma constata que la obra sigue siendo objeto de las interpretaciones más dispares. ¿Es un manual para el perfecto conspirador? ¿O se limita a ser un retrato -agudo, e incluso crítico- de la convulsa política de su época? La primera lectura es la más extendida, aunque probablemente no sea la más acertada.
La imagen que ha arraigado popularmente es la de Maquiavelo (1469-1527) como maestro de maquinadores y la de El príncipe como prontuario de consejos para estadistas sin remilgos morales. A lo largo de la muestra, titulada El príncipe de Nicolás Maquiavelo y su tiempo. 1513-2013 (hasta finales de junio), que reúne manuscritos, pinturas y ediciones originales, se observa que desde el principio se leyó a Maquiavelo como adalid de la política sin ética. Entre sus lectores más devotos se cuentan Napoleón, Mussolini y Stalin, e incluso Berlusconi, que ha prologado una edición. Prueba de hasta dónde ha calado la mala fama de Maquiavelo es un videojuego que se proyecta al final del recorrido: el pensador florentino se ha convertido en un asesino a sueldo.
Contra esa tradición secular, los historiadores citados en la muestra sostienen que esa mala reputación de Maquiavelo es infundada. Uno de los más destacados es Maurizio Viroli, profesor de política en Princeton y autor de la biografía La sonrisa de Maquiavelo (Tusquets). Según Viroli, el pensador nunca ha considerado que la política pueda obrar sin respetar la ética; más bien al contrario. “En todos sus escritos Maquiavelo ha exhortado a quien quiera dedicarse a la acción política a perseguir ideales de claros valores éticos”, escribe Viroli en el libro de la exposición. De hecho, los textos del florentino desvelan los mecanismos del poder con ánimo crítico. Además, la conocida máxima atribuida a Maquiavelo -”el fin justifica los medios”- es apócrifa.
Entre los valores que defiende Maquiavelo, Viroli destaca: “La fundación de buenos órdenes políticos que puedan asegurar el bien común y el gobierno de la ley; la libertad y la dignidad de la patria; la lucha contra la corrupción política, el reconocimiento de la virtud como único título para acceder a los más altos honores; el odio hacia cualquier forma de tiranía”. Que se vayan olvidando quienes quieran tomar a Maquiavelo como coartada intelectual. “Los políticos corruptos, que invocan inmunidad o comprensión para sus delitos, proclamando que sus acciones no pueden ser juzgadas con los criterios morales habituales, no pueden de ningún modo citar en su defensa a Maquiavelo”.
La exposición busca contextualizar al pensador en la Italia del Renacimiento, y presenta las diversas interpretaciones que ha suscitado El príncipe, “una obra que no ha dejado de intrigar e interrogar a generaciones de lectores”, según señala el comisario de la muestra Alessandro Campi, profesor de historia política en la Universidad de Perugia. Varios cuadros presentan a los grandes personajes de la época (finales del XV, principios del XVI): el líder religioso Savonarola, que llegó a gobernar Florencia y fue ejecutado públicamente; el guerrero Cesare Borgia, hijo del controvertido papa Alejandro VI, patriarca de clan Borgia; y el gonfaloniere Piero Soderini, ministro de Justicia vitalicio del Gobierno de la ciudad, entre otros. Otras secciones recogen citas de lectores entusiastas de Maquiavelo (Hegel, Leopardi, Nietzsche, Gramsci) y todo tipo de productos populares inspirados en su pensamiento (desde cómics a manuales de autoayuda).
Junto a todo ello, se exhiben manuscritos, cartas, yelmos, armaduras y monedas que dan testimonio de un tiempo tormentoso, de intrigas políticas, gobiernos despóticos y repúblicas titubeantes, en el alba de la edad moderna. Un tiempo que Maquiavelo supo observar con perspicacia desde su cargo de alto funcionario en el Gobierno de Florencia; así lo prueban El príncipe y sus otros grandes textos: los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Historias de Florencia y el Arte de la Guerra, que también se muestran en la exposición. Con todo, como advierte el comisario Campi, la mejor manera de acercarse a El príncipe es “dedicar unas horas a su lectura”.
Entre penumbras y cortinajes, un cuadro con un rostro enigmático recibe al visitante. ¿Por qué sonríe? Obra de Santi di Tito, es uno de los retratos más conocidos de Maquiavelo, y esa sonrisa es tan equívoca como su gran obra, El príncipe, uno de los tratados políticos más influyentes de la historia. Cuando se cumplen 500 años de su escritura, una exposición en el complejo Vittoriano de Roma constata que la obra sigue siendo objeto de las interpretaciones más dispares. ¿Es un manual para el perfecto conspirador? ¿O se limita a ser un retrato -agudo, e incluso crítico- de la convulsa política de su época? La primera lectura es la más extendida, aunque probablemente no sea la más acertada.