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Una normativa sanitaria laxa permite a cada sala o teatro decidir la distancia de seguridad entre butacas

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Las imágenes no tardaron en hacerse virales: el domingo noche, en el Teatro Real de Madrid, parte del público que había acudido a la representación de Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi, protestaba con aplausos, silbidos y gritos de "¡Fuera, fuera!". En los vídeos grabados por la periodista Emilia Chacón y publicados en su cuenta de Twitter, se percibía también el objeto de la queja: en el paraíso, el área más lejana y barata de la ópera, no se respetaba la distancia de seguridad. La ocupación era alta, no había butacas condenadas y, por lo tanto, tampoco había posibilidad de que los espectadores dejaran la ya habitual butaca vacía de separación entre grupos. Las protestas se alargaron durante más de una hora, y obligaron finalmente a cancelar la representación. El lunes, y tras el revuelo en redes y medios, la cúpula del Teatro Real se veía obligada a convocar una rueda de prensa urgente. "El Teatro Real ha cumplido todas las normas vigentes", decían. 

Y... tenían razón. La normativa aprobada por la Comunidad de Madrid el pasado 5 de junio, que recoge las medidas sanitarias ante el covid-19 tras el confinamiento, no exige en ninguno de sus puntos que los promotores de espectáculos en directo deban establecer la distancia de seguridad entre los espectadores, una vez que estos ocupen sus localidades, siempre que lleven mascarilla. La norma dice: "En todo momento deberá garantizarse el mantenimiento de la debida distancia de seguridad interpersonal de, al menos, 1,5 metros o, en su defecto, la utilización de medidas alternativas de protección física con uso de mascarilla". Así, los requisitos que establece el Gobierno regional incluyen un límite de aforo del 75% (desde el 6 de julio), las butacas preasignadas y la mascarilla, pero nada de distancia de seguridad entre butacas. Pero lo cierto es que el Teatro Real es una excepción, y que otros muchos teatros, públicos y privados, grandes y pequeños, sí han decidido por su propio pie respetar esos 1,5 metros. 

Dependientes de la autorregulación

"El problema es el que ha comprado entradas, y una vez compradas quiere que las distancias sean mayores", defendía Gregorio Marañón, presidente del Patronado del Teatro Real, una fundación del sector público con presencia del Ayuntamiento, la Comunidad y el Ministerio de Cultura. "No es comprensible que un viajero pudiera pedir, viajando en un avión o en un tren, que les separen. En espectáculos, las normas de separación en estos momentos no están establecidas", insistía. Pero la realidad es que, aunque el aforo total del teatro fuera esa noche del 51% según la organización, los espectadores tenían motivos para extrañarse ante la falta de distancia: pese a que el Teatro Real ha limitado por voluntad propia su aforo al 65%, es uno de los pocos que no condena algunas butacas en el momento de la compra. Otras grandes salas, como el Liceu barcelonés, las dos sedes del Centro Dramático Nacional o el Teatro Español, sí lo hacen: cada dos butacas, hay una que no está disponible para la venta. Lo mismo sucede en teatros privados de Madrid, como La Latina o el Pavón Teatro Kamikaze. La política del Real, pese a ser legal, es una rareza. 

La asociación de consumidores FACUA ha instado al Ayuntamiento y a la Comunidad (los espectáculos públicos son competencia de las autonomías) a que investiguen si la ópera incumplió las medidas de seguridad durante la representación. Pero, en cualquier caso, señalan que el problema está en la propia normativa: "Las medidas que se están aplicando en la Comunidad de Madrid son deficientes, porque sustituyen la distancia de seguridad con el uso de mascarillas", defiende Rubén Sánchez, portavoz de la asociación, que señala que en otros muchos ámbitos estas normativas se consideran complementarias, no excluyentes. Los aspectos que atañen a la seguridad de los consumidores no deberían fiarse a la autorregulación de las empresas, dice, sino que deben "potenciarse desde las administraciones". En cualquier caso, Sánchez recuerda que las representaciones de Ballo in maschera continúan hasta el 14 de octubre, y que "el Teatro Real tiene que anunciar medidas para que los espectadores se sientan cómodos y seguros". En la rueda de prensa, los responsables de la ópera aseguraron que estaban "estudiando" la situación, pero no anunciaron ningún cambio en sus planes. La siguiente representación es el miércoles 23 de septiembre. 

"La seguridad es lo primero"

Pero el problema no es solo madrileño. La normativa catalana expone que en los espectáculos debe establecerse "una superfície de seguridad de 2,5 m2 por persona", pero esta puede reducirse si se dan otras tres condiciones: que se lleve la mascarilla, que los asientos estén preasignados y que se establezcan protocolos para evitar las aglomeraciones en los desplazamientos. Es decir, que en la práctica, la distancia entre butacas podría no respetarse. En el Liceu barcelonés, homólogo en importancia al Teatro Real, están listos para iniciar la temporada a un 50% del aforo, el máximo que permite la Generalitat. Al adquirir las entradas, el espectador puede ver que cada dos asientos hay una butaca condenada, para respetar la distancia. Con este sistema Pero ¿si las circunstancias mejoran y la normativa permite ampliar los aforos? Fuentes del Liceu aseguran a este periódico que en ningún caso se ocuparían de nuevo esas butacas condenadas mientras dure la crisis sanitaria, porque "la seguridad es lo primero". Los otros teatros consultados por este periódico tampoco se plantean modificar su protocolo de seguridad hasta que no mejore sustancialmente la crisis sanitaria. 

La polémica del Teatro Real llega en plena campaña del sector de los espectáculos en directo y los eventos para reclamar medidas institucionales que rescaten al sector. Por eso, el revuelo no ha caído bien entre otros promotores. "Estamos haciendo todos un esfuerzo por demostrar que la cultura es segura, e imágenes como esa nos van a la contra", defiende un trabajador teatral, responsable de una sala de tamaño medio, que prefiere hablar desde el anonimato. "La inmensa mayoría de las salas estamos respetando la distancia. Si no lo hiciéramos, claro que subiría el aforo, pero nosotros lo que queremos es que los espectadores vuelvan, se sientan cómodos y sepan que este es un espacio donde pueden estar tranquilos". El propósito lo comparten otras industrias, como las del cine: las salas se comprometieron, en un protocolo de buenas prácticas, a bloquear automáticamente para la venta "las butacas que no cumplan con los criterios de distanciamiento físico".

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¿Discriminación clasista?

Algunas imágenes tomadas por los espectadores del Teatro Real el domingo noche alertaban sobre otra realidad: mientras que la distancia en la zona del paraíso (la más barata) brillaba por su ausencia, en el patio de butacas (la más cara) sí se apreciaban varias butacas condenadas. ¿Un caso de discriminación clasista? Los responsables de la ópera lo negaban: "Para el Teatro Real, todos los espectadores nos merecen el mismo respeto, tienen la misma condición, tenemos el mismo sentido de servicio". Lo que había ocurrido, según la organización, era simplemente que de manera azarosa se habían comprado más entradas para el paraíso que para el patio de butacas. En el estreno, defendían, el patio de butacas estaba lleno. Así, el límite de aforo del 65% se calcula de manera global, y no por áreas, de manera que una puede estar ocupada al 100% y otra al 10%. Rubén Sánchez, portavoz de FACUA, desconfía: "¿Es casualidad que en las zonas más caras hubiera distancia, y se vieran butacas bloqueadas por el teatro, y en las zonas baratas no? ¿Justo ha coincidido así? Nosotros pedimos que se investigue si ha habido discriminación". 

La protesta del público pone de manifiesto un nuevo caso de tensión entre las medidas de seguridad para hacer frente al covid-19 —en un momento en el que Madrid ha confinado, además, a 37 zonas sanitarias— y las prioridades económicas. Aunque el Teatro Real cuente con participación pública, esta supone solo el 25% del presupuesto total según los representantes del Patronato. La ópera madrileña fue la primera del continente en reabrir tras la cuarentena que paralizó buena parte de Europa, entonces con un 50% del aforo, que se aumentó cuando la Comunidad de Madrid lo permitió y ahora puede superar las 1.000 personas por representación. El Real tendrá que devolver las entradas de la representación cancelada, y reembolsará también las de aquellos asistentes que vivan en las zonas sanitarias confinadas. Las fuentes consultadas aseguran que disminuir el aforo de nuevo para asegurar la distancia entre butacas no sería "viable" económicamente. Pero el público lo tenía claro el domingo cuando, en una protesta espontánea, gritaba: "¡Seguridad, seguridad!". 

Las imágenes no tardaron en hacerse virales: el domingo noche, en el Teatro Real de Madrid, parte del público que había acudido a la representación de Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi, protestaba con aplausos, silbidos y gritos de "¡Fuera, fuera!". En los vídeos grabados por la periodista Emilia Chacón y publicados en su cuenta de Twitter, se percibía también el objeto de la queja: en el paraíso, el área más lejana y barata de la ópera, no se respetaba la distancia de seguridad. La ocupación era alta, no había butacas condenadas y, por lo tanto, tampoco había posibilidad de que los espectadores dejaran la ya habitual butaca vacía de separación entre grupos. Las protestas se alargaron durante más de una hora, y obligaron finalmente a cancelar la representación. El lunes, y tras el revuelo en redes y medios, la cúpula del Teatro Real se veía obligada a convocar una rueda de prensa urgente. "El Teatro Real ha cumplido todas las normas vigentes", decían. 

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