Literatura
La obsesión por los números redondos
Aunque la cultura es sedimento, el mundo cultural (no confundir con la cultura) necesita (o vive de) algunas sacudidas, que en el mejor de los casos son obras maestras (la aparición de un libro que revoluciona el panorama, si de literatura hablamos) y en el peor, “eventos” (terrible palabra) que nos permiten (seamos generosos) recuperar o reivindicar a autores.
Los aniversarios entran dentro de esta categoría de “arreones cuturales” tan valorados en nuestros días, fechas redondas (centenarios, medios e incluso cuartos de siglo) cuya conmemoración puede constituir una oportunidad, aunque en demasiados casos, sobre todo aquellos en los poderes públicos ven una ocasión de lucimiento político-institucional, acaban malbaratados.
En este 2016, el padre de todos los aniversarios es el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, y las perspectivas no son buenas. De hecho, las polémicas en torno a su organización han menudeado. Recordemos, por ejemplo, que en octubre de 2015, Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, alertó sobre el retraso de los trabajos de la comisión organizadora, y que a finales del pasado mes de enero, el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, mostró su inquietud: “El tiempo empieza a correr y la conmemoración de Estado no se conoce mientras que con preocupación vemos como desde el Reino Unido, el primer ministro ha comparecido para anunciar los fastos del año Shakespeare”.
Es decir: al malestar por la incompetencia propia, se sumaba el dolor comparativo que causa ver cómo otros sí han sabido hacerlo bien, o al menos mejor.
Los números redondos
A nosotros, en este texto, no nos mueve ni el deseo de establecer comparaciones odiosas ni el de sacar los colores a nadie. Nuestro objetivo es más sencillo: nos hemos preguntado en qué medida un aniversario es una oportunidad o un engorro.
Y para averiguarlo, hemos hablado con el catedrático de literatura española Jordi Gracia, que acaba de publicar Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Taurus), y es eso que nos gusta llamar “un observador privilegiado”, en este caso de los fastos del cuarto centenario de la muerte del inventor de la novela moderna; con Camilo José Cela Conde, hijo de Camilo José Cela Trulock, el hombre que desde la Fundación Charo y Camilo José Cela impulsa la conmemoración del centenario del nacimiento de CJC; y a Luis Ordóñez, autor del documental Veinticinco años después de la muerte de Jaime Gil de Biedma, un retrato coral del poeta trazado con los testimonios de, entre otros, Félix de Azúa, Benjamín Prado, Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Álex Susanna o Carmen Balcells.
Entonces, ¿conmemoraciones sí o no?
“Soy un declarado fan –se arranca Gracia– si aspiran a sacar de encima de los autores el alcanfor mezclado con la naftalina y hasta el tufo a armario cerrado: habría que hacerlo muy mal para no estimular el gusto u ofrecer la mera ocasión de disfrutar con autores como Cervantes, como Picasso, como Miró o como Buñuel, y los menciono sin reparar en si les toca o no les toca centenario de muerte o de nacimiento.”
Menos entusiasta se muestra Cela. “Las efemérides, en especial las que corresponden a números redondos como el de un centenario, comparten con esos día del libro o día de la mujer o día del niño la misma trampa de fondo: ¿a santo de qué fijar la atención sólo en un momento cuando se trata de una necesidad permanente? Todos los días deberían ser el día del libro, y todos los años habría que leer a los grandes autores.” Sin embargo, su argumentación acaba coincidiendo con la de Jordi Gracia. “Pero la otra cara de la moneda tiene que ver con ese fetichismo de la cifra redonda. Bienvenida sea si sirve como oportunidad para recuperar algo que jamás habríamos debido perder.”
Cuestión de utilidad, pues, porque bien está lo que bien acaba. “Lo fundamental es avivar la memoria y dar a conocer a las nuevas generaciones artistas y obras que, en esta sociedad del espectáculo, están condenados al olvido”, me dice Ordóñez, quien admite que en un principio las conmemoraciones parecen siempre forzadas por el calendario, pero que a veces sus resultados disipan cualquier duda. En el caso de Gil de Biedma, la edición de sus diarios por Lumen que estuvo algunas semanas como el libro más vendido de no-ficción…
“He aquí –dice Félix de Azúa del trabajo de Ordóñez en el que ofrece su testimonio– un documental que dice mucho sobre alguien del que nunca se dirá lo suficiente. Un poeta que no recibió ningún reconocimiento oficial aunque era quien más lo merecía. Reconozcámosle siempre sus lectores.”
Es lo que las conmemoraciones fuerzan o facilitan: el reconocimiento. Pero sus efectos pueden ser mucho más amplios, a la par que menos evidentes. Así, el biógrafo de Cervantes cree que la efeméride puede aportarle a Don Miguel “la posibilidad de liberarlo de la lata patriótica y ceremonial que soporta su obra y su persona hace tantos años, siendo él y la mayor parte de su literatura la cosa menos ceremoniosa, adiposa, rimbombante y pedantesca de la historia de nuestra literatura entera y parte de la extranjera”.
Y el hijo de Cela sostiene que el único sentido que tiene, a su juicio, la conmemoración de su centenario es el “poder recuperar al escritor de talento dejando de lado todo lo demás. Camilo José Cela fue un escritor extraño, cuya dimensión digamos popular llegó mucho más lejos que la de novelista. Por así decirlo, hubo un tiempo en el que su figura atraía incluso a quienes no habían leído nunca ninguna de sus páginas y se quedaban en la anécdota banal. A la larga, ese hecho le llevó a morir de éxito, a que sus obras pasasen a un segundo plano y en buena medida quedasen en el olvido. El Cela-escritor quedó devorado por el Cela-personaje”.
Un lavado de cara
Concretamente en el caso de Cela, que fue un hombre especialmente polémico, de larga y a veces contradictoria vida, puede existir la tentación del fijar para la posteridad una imagen menos… digamos controvertida, de borrar los aspectos menos amables de su biografía. Y, ¿qué mejor regalo para la celebración de los 100 años de su nacimiento que ese lavado de cara? Le pregunto a su hijo si la tentación existe. “Pues claro que puede existir esa tentación. Pero los lavados de cara son inútiles. CJC fue quien fue, con sus facetas múltiples y en ocasiones contradictorias. Sin embargo eso se aplica sobre todo al Cela-personaje. No se puede redimensionar al Cela-escritor. Tiene la dimensión, gigantesca por otra parte, que alcanzó gracias a sus novelas cruciales, a sus libros de viajes, a sus apuntes carpetovetónicos… También existen, por supuesto, obras de CJC que no dan la talla. Esas desde luego no hay que intentar redimensionarlas por la razón bien simple de que no merece la pena hacerlo.”
Su propuesta concreta es ésta: dejemos de lado las grandes novelas muy conocidas, “con recuperar maravillas como Mrs Caldwell habla con su hijo, Oficio de tinieblas, Toreo de salón, su primer libro de memorias (La rosa) o los cuentos al estilo de El gallego y su cuadrilla es suficiente para abrir a los lectores de hoy un mundo literario que ni siquiera imaginaban”.
De festejos y admiraciones
Recuerda Jordi Gracia que “el Cervantes de 30 años quiso rematar un libro suyo con el elogio de quien tenía por gran escritor, Diego Hurtado de Mendoza”, y que lo último que escribió, cuarenta años más tarde, fue “un elogio de sí mismo exagerado e irónico, como invitado del Emperador de la China, que le ha escrito una carta en "lengua chinesa": pura fiesta y a la vez noticia de su buena fortuna, porque en efecto andaba ya traducido entonces al inglés y al francés”.
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Todo lo cual nos da noticia de un Miguel menos lúgubre y desgraciado del que habíamos conocido, que es el que él nos presenta en su biografía. Por eso me atrevo a preguntarle qué pensaría si, a través de un agujero del tiempo, estuviera viendo lo que aquí se ha preparado para rendirle homenaje… o las polémicas suscitadas por lo que ha dejado de hacerse.
“A él le hubiese parecido todo estupendo –afirma Gracia–, y puro material para escribir un segundo Viaje del Parnaso cargado de sorna y de caricaturas sobre las múltiples ocupaciones que han mareado a Rajoy y le han impedido dedicarse a tontada tan grande como celebrar a Cervantes: podía haber sido mucho peor, con el manco por allí, los tercios por allá, y todo a mayor gloria de la nación más antigua del universo todo...”
Cela Conde, por su parte, nos pide aclaraciones. “Hubo tantos Camilo José Cela y tan opuestos entre sí que no basta con una respuesta sencilla. ¿A qué “él” nos referimos? ¿Al Cela jovencísimo, iconoclasta y enemigo de cualquier academicismo? ¿Al que se complacía mucho más tarde con los premios?” Su propuesta para esbozar una respuesta es ésta: “Busquemos un máximo común divisor que los abarca a todos ellos: el del escritor que cuidaba con mimo cada palabra. Ese Camilo José Cela y la mujer que tuvo a su lado desde La familia de Pascual Duarte a Mazurca para dos muertos, Charo, serían felices cada vez que un joven lector, gracias al centenario, abra por primera vez cualquiera de los libros que escribió CJC entre esos dos citados y se quede atrapado por su magia”.