De un tiempo a esta parte, la palabra "Panamá" se ha incorporado a nuestro inventario de palabras mágicas y otros abacadabras porque su mención ha dejado de aludir a un país, de mencionar un istmo, de nominar un canal… En el imaginario popular, "Panamá" no es un país, sino un paraíso. Fiscal, eso sí, es decir: un jardín de delicias ciertamente particular en el que residen no tanto gentes como agentes, y también dineros.
Lo cual es verdad sólo en parte, una parte que tiene (además de pruebas policiales irrefutables) poderosos argumentos históricos y literarios construidos no tanto por los panameños como a pesar de y sobre ellos. Y quien quiera conocerlos puede hacer un cursillo rápido con tres novelas de Juan David Morgan, que ha hecho suya la tarea de escribir la historia de Panamá desde la Independencia y la construcción del primer tren transoceánico en obras que recrean instantes clave como Con ardientes fulgores de gloria (la Independencia de Panamá), El caballo de oro (la construcción del tren entre el Atlántico y el Pacífico) y Entre el honor y la espada (sobre el pirata Morgan).
Desde luego, no se trata aquí de hacer un curso de literatura panameña, tarea que no está a mi alcance, apenas me propongo rescatar algunas referencias, ofrecer un listado necesariamente incompleto, que quizá despertarán la curiosidad de los lectores y les ayudarán, quizá, a conocer ese país. Al fin y al cabo, si bien la literatura no es historia, la historia no se entiende sin su recreación literaria. Hagámoslo con un puñado de apuntes.
Viene de Panamá
Dictaminó Rodrigo Miró (quien hoy da nombre al principal galardón de literatura de ese país) y me recordó José Luis Rodríguez Pittí, que el primer cuento propiamente panameño lo escribió un español, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Es la peripecia de un llamado Andrea de la Roca, y forma parte de la Historia General y Natural de las Indias, obra de 1535.
Eso sí, aunque cronológicamente es la primera, Rodríguez Pittí la trajo a colación tras evocar la aportación de Félix Lope de Vega, quien en La dama boba (1613), acto tercero, nos brinda un poema en forma de baile que empieza así:
Amor, cansado de vertanto interés, en las damas,y que, por desnudo y pobre,ninguna favor le daba.Pasóse a las Indias,vendió el aljaba,que más quiere doblonesque vidas y almas.Trató en las Indias Amor,no en joyas, seda y holandas,sino en ser sutil tercerode billetes y de cartas.Volvió de las Indiascon oro y plata;que el Amor bien vestidorinde las damas.
"¿De dó viene, de dó viene? / Viene de Panamá", preguntan y responden una vez y otra los protagonistas de Lope. "El estribillo en la comedia de Lope de Vega dejaba sentado que 'venir de Panamá' implicaba un regreso de la tierra donde las picardías se premiaban con renombre y prestigio", analiza Damaris E. Serrano, de la Wright State University. Del baile rimado se colige que las prácticas económicas del istmo son desde antiguo generadoras de sueños.
Una historia del siglo XX
La República panameña se fundó en 1903. "Wall Street planificó, financió y ejecutó la independencia de Panamá", afirma el abogado panameño Ovidio Díaz Espino, autor de El país creado por Wall Street: la historia no contada de Panamá, donde sostiene que todo fue fruto del secuestro de la política exterior del presidente Theodore Roosevelt, confiscada por magnates financieros y comerciales estadounidenses, deseosos de asegurarse las ganancias que rendiría el canal interoceánico.
Ni que decir tiene que la relación entre ambos países ha dejado huella literaria. Así, los acontecimientos del 9 de enero de 1964, Día de los mártires, cuando un movimiento popular reclamó la presencia de la bandera panameña en el territorio conocido como la Zona del Canal, y la invasión de EEUU el 20 de diciembre de 1989, han producido, asegura Damaris E. Serrano, "una cadena –aún actuante– de textos de todo tipo: desde poemas donde las luces siegan la vida (Invasión USA 1989, de Bertalicia Peralta), hasta el relato angustioso del habitante del barrio más pobre de la ciudad, El Chorrillo, cuando ve derretirse –literalmente– a su vecino en los balcones bombardeados por sofisticadas armas (Héctor Collado, Entre mártires y poetas, 2000)".
El canal es, obviamente, un elemento central cuya trascendencia política y comercial miles de españoles calibraron gracias a Panamá, Panamá (1977), novela de Alberto Vázquez-Figueroa en la que un grupo terrorista amenazaba con volar la infraestructura. 40 años más tarde, hace apenas unos meses, el autor canario volvió a ese mismo escenario con Rumbo a la noche. "Lo que se plantea en la novela, con mucha intriga, misterios y asesinatos, es qué pasará si un día deja de funcionar el canal –asegura–. Sería una tragedia mundial si no hay comunicación entre el Pacífico y el Atlántico. Es increíble que podamos mandar una nave a Marte y no seamos capaces de mandar un barco desde el Pacífico al Atlántico sin pasar por esclusas y sin tener que tardar semanas en un proceso complicadísimo. No se entiende por qué no se plantea una nueva vía interoceánica por la que se pueda pasar sin problemas en pleno siglo XXI".
Entre medias, el final de la explotación estadounidense del canal tocó a su fin y las potencias mundiales quisieron asegurarse una situación ventajosa para el día en el que eso ocurriera, el 31 de diciembre de 1999. Los espías y los escritores que reflejan lo que nadie más nos cuenta estaban de enhorabuena…
"La tarde del viernes se había desarrollado con toda normalidad en el Panamá tropical hasta que Andrew Osnard irrumpió en la sastrería de Harry Pendel y pidió que le tomasen las medidas para un traje. Cuando Osnard irrumpió en el establecimiento, Pendel era una persona. Cuando se marchó, Pendel no era ya el mismo".
Así empieza El sastre de Panamá, que no se cuenta entre las mejores de John Le Carré pero que, dijo José María Guelbenzu, nos habla del mundo contemporáneo porque en ella encontramos "una de las características más definitorias de la vida moderna: la inseguridad. La convivencia con la inseguridad como algo inevitable en el mundo actual".
Los generales, y quienes les escriben
En 1976, Graham Greene viajó a Panamá donde conoció al general Omar Torrijos. Su amistad le permitió integrarse en la delegación panameña que acudió a la firma del Tratado de Devolución del Canal entre el presidente Carter y el propio Torrijos.
"Greene encontró en Torrijos a un hombre cercano –escribió Antonio García-Maldonado–, comprometido sobre todo con una causa que parecía incontestable: la devolución del Canal y la Zona que lo bordeaba (bajo soberanía de EE UU), causa por la que estaba dispuesto a ir a la guerra". Fruto de esa admiración es un libro, Getting to Know the General. The Story of an Involvement (publicado en España por Capitán Swing), en el que el británico renuncia a toda capacidad crítica (ni siquiera se pregunta por la proliferación de bancos), algo "humanamente comprensible, aunque intelectualmente peligroso, y en muchos casos deshonesto".
No es Torrijos el único general muy literario de la reciente historia panameña. Manuel Noriega, depuesto por los estadounidenses en el 89 y fallecido hace unos días, también tuvo quien le escribiera.
Jorge Eduardo Ritter, abogado y académico, lo hizo en Los secretos de la Nunciatura, cuyo subtítulo es "Drama y comedia de un país invadido". La obra conoció un gran éxito de ventas, pero al cabo de un tiempo Ritter quiso que se dejara de publicar, "pues a más de consideraciones históricas y mi testimonio personal de aquellos años, contenía algunas especulaciones sobre lo que habría de suceder en el juicio que se le siguió a Manuel Antonio Noriega. Y unas se cumplieron, pero otras no".
Noriega aparece también por las páginas de Cicatrices inútiles, de Juan David Morgan, para quien lo esencial no fue el ex general sino su relación con la CIA "y su derrocamiento a través de una invasión armada. Es lo único que explica que sobre Noriega se hayan escrito más libros que sobre Omar Torrijos Herrera, personaje de mucho más trascendencia".
Al cabo
Ver másLa heroína en la que nunca piensas
Cuando pregunté en el patio de Twitter por novelas ambientadas o relacionadas con Panamá que hubieran gustado a quienes tienen a bien seguirme, Paco Pérez Galán sugirió El sastre…; Víctor Serrano, Tierra, de Marta Sarramian, y Germán Gullón, La orilla oscura, de José María Merino.
Rodríguez Pittí me pió una buena selección. La más reciente, Ilona llega con la lluvia, del colombiano Álvaro Mutis. Y de autores panameños, Nalu nega, de Alfredo Cantón; Lágrima de dragón, de Consuelo Tomás; Vida que olvida, de Justo Arroyo; El guerrillero transparente, de Changmarín; Crónicas de caracoles, de Consuelo Hernández; Loma ardiente y vestida de sol, de Rafael Pernett y Moráles, Plenilunio, de Rogelio Sinán; Las noches de Babel, de Ricardo Miró; Pueblos perdidos, de Gil Blas Tejeira... En el texto citado de Damaris E. Serrano encontrarán muchas más.
Sin embargo, Rosa María me respondió preguntando si no me habían parecido novelescos los últimos acontecimientos… Novelescos lo son (y en infoLibre lo saben bien). Tanto, que quizá un día merezcan una novela.
De un tiempo a esta parte, la palabra "Panamá" se ha incorporado a nuestro inventario de palabras mágicas y otros abacadabras porque su mención ha dejado de aludir a un país, de mencionar un istmo, de nominar un canal… En el imaginario popular, "Panamá" no es un país, sino un paraíso. Fiscal, eso sí, es decir: un jardín de delicias ciertamente particular en el que residen no tanto gentes como agentes, y también dineros.