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La pasión de Agustín García Calvo

La última vez, dice la actriz, directora y dramaturga Ester Bellver, que se estrenó de manera profesional una obra del escritor Agustín García Calvo fue en el año 2000, cuando La Abadía puso en pie La baraja del rey don Pedro con dirección de José Luis Gómez. Entonces el autor, fallecido en 2012, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática. Y hasta hoy, cuando Bellver, discípula de García Calvo, asistente durante 15 años a sus tertulias y una de sus principales valedoras, lleva a escena Pasión, una de la veintena de las piezas teatrales que dejó su "maestro". Lleva una década empujando para que volviera a los carteles esta obra, y más tiempo aún tratando de que llegase cualquiera de las del escritor. Pero las artes escénicas le huían. Hasta el punto de que también este estreno ha sido casualidad. Agustín García Calvo, apunta, lo llamaría "maravilla". 

Ernesto Caballero, director saliente del Centro Dramático Nacional (CDN), propuso originalmente a Bellver participar en el laboratorio Rivas Cherif, un proyecto de investigación lanzado por este teatro, pero para montar una versión escénica de Rebelión en la granja. Con el texto escrito y los actores ya comprometidos, se encontraron con una sorpresa: la todopoderosa plataforma de streaming Netflix había comprado los derechos para llevarla al cine. Hubo que improvisar, y entonces Bellver se sacó de la manga esta obra, que durante tanto tiempo había soñado llevar a las tablas. "La suya es una obra maravillosa  pero que está como marginada: no la conoce ni el público ni el oficio", protesta. "Y como Ernesto se ha ocupado tanto de potenciar la dramaturgia contemporánea, le propuse que terminara con el broche de oro de darle una oportunidad a Agustín". Y aceptó. 

Pasión (hasta el 5 de mayo en el CDN) es una buena muestra del excéntrico genio creativo de García Calvo. En ella se cuenta la historia de Enrique, un deportista dedicado al noble arte de la cucaña, a punto de hacerse con el más alto logro en su disciplina: el gallo de oro. La pieza está escrita en verso, pero en el verso del teatro griego, muy lejos del octosílabo del Siglo de Oro al que está acostumbrado el teatro español. "Aquí es donde está verdaderamente el ritmo, la música, mientras que lo otro es una cosa machacona en la que hay que evitar el rengloneo", defiende Bellver, que fue alumna de rítmica del dramaturgo en La Abadía. Mientras en el teatro se impone "la moda de acercarlo al cine, a algo realista y cotidiano", él defiende "el artificio", el teatro como carnaval, como sátira. Por algo el subtítulo de la pieza es Farsa trágica: "Farsa, porque el bufón es el rey de poner en solfa al poder", explica la directora, "trágica, porque está en juego la vida de alguien". 

Tras la trama aparentemente cómica del héroe de la cucaña se esconde una de las principales obsesiones del autor, abordada también en su poesía y en sus ensayos: la ambición y el triunfo como trampas, el ego como principal autoridad y cárcel. "Todos tenemos nuestra propia cucaña, que es llegar a la meta más alta", dice Bellver, que ha bebido del pensamiento netamente libertario del escritor. "Eso generalmente termina en una caída fatal. Bien porque no cumple las expectativas o porque no lo logras. Y porque, como dice la madre de Enrique en la obra, uno 'vive desvivido', vive con su objetivo en un futuro y mientras se pierde todo lo que está pasando aquí y ahora". García Calvo veía los honores casi como un engorro, cuenta Bellver, y si aceptó sus tres premios nacionales (hay que sumar el de Ensayo y el de Traducción) fue por insistencia de su "compañera de vida y obra", la poeta Isabel Escudero. "Vivimos aplazados, el sistema nos hipoteca y nos esclaviza con promesas de futuro". Lo dice la actriz, pero podría haberlo dicho su maestro. 

Bellver apunta que el escritor "rechazaba ese tipo de reconocimientos con los que pacta la realidad". Su oposición al poder fue total, cuenta, primero frente al franquismo, por lo que perdió su cátedra —en 1965, junto a Enrique Tierno Galván y José Luis López-Aranguren— y acabó exiliado en Francia, desde donde regresó solo a la muerte del dictador. "Pero él se ha opuesto al poder en todo momento", indica la directora. "No es tampoco un premio de tanto bombo", escribió sobre el Premio Nacional, con cierta guasa, "que por él corra yo serio peligro de quedar integrado al Aparato Cultura del Régimen, contra el cual me he pasado tantos años peleando y escurriéndome (...), y contra el cual Aparato seguiré hablando y combatiendo mientras me quede salud en estos huesos". El poder político no era el único contra el que se revolvía: jamás aceptó aparecer en televisión y rehuía también a los demás medios. 

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Ese rechazo suyo ha generado un cierto olvido por parte de la propia profesión o de las instancias que le premiaron. "A Agustín le daba un poco de alergia todo esto, pero es increíble que ni con el pretexto de la muerte el mundo de la cultura organizara algún homenaje o estrenara alguna obra", se lamenta Bellver. Ante la imposibilidad de montar una de sus piezas mientras vivía el escritor, ella le regaló Todas a la una, un mosaico de sus escritos que llevaba ella sola a escena y que él pudo ver antes de morir. Pese al reconocimiento que existe de su trabajo, cuenta, todo lo del escritor ha sido "muy difícil de vender": "Es lo que le pasa a los grandes, supongo, que no se les reconoce en su momento, como le pasaba a Valle-Inclán, que decían que era un teatro irrepresentable". La comparación no se le antoja excesiva, al contrario: "Agustín es el dramaturgo del siglo". 

Su obra impresa resiste gracias a la editorial Lucina, fundada por él mismo y mantenida hoy por la familia, aunque su "mayor obra", el Tratado de rítmica y prosódica, que suma casi 1.700 páginas, está descatalogado debido a los altos costes de producción. Decenas de obras teatrales esperan a que alguien las caque del cajón. Entre ellas, una que la directora rescataría por encima de todas: Iliu Persis, una "tragicomedia musical en una noche", una obra que duraría siete horas y media. ¿Una locura? "La he ofrecido en varias ocasiones y todo el mundo me decía que era imposible hacer esto en España", cuenta Bellver. "Pero si esto lo hacía [el dramaturgo alemán] Heiner Müller hace décadas. 'Aquí no se hacen Mercedes', me decían. Bueno, se hacen Mercedes y se traen espectáculos como Mount Olympus, de Jean Fabre [que dura 24 horas] Estas obras están escritas aquí hace 40 o 50 años por dramaturgos como Agustín a los que no se les ha hecho ningún caso". 

 

La última vez, dice la actriz, directora y dramaturga Ester Bellver, que se estrenó de manera profesional una obra del escritor Agustín García Calvo fue en el año 2000, cuando La Abadía puso en pie La baraja del rey don Pedro con dirección de José Luis Gómez. Entonces el autor, fallecido en 2012, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática. Y hasta hoy, cuando Bellver, discípula de García Calvo, asistente durante 15 años a sus tertulias y una de sus principales valedoras, lleva a escena Pasión, una de la veintena de las piezas teatrales que dejó su "maestro". Lleva una década empujando para que volviera a los carteles esta obra, y más tiempo aún tratando de que llegase cualquiera de las del escritor. Pero las artes escénicas le huían. Hasta el punto de que también este estreno ha sido casualidad. Agustín García Calvo, apunta, lo llamaría "maravilla". 

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