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La película que presagió la corrupción urbanística

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La primera escena de Las manos sobre la ciudad, del cineasta italiano Francesco Rosi (Nápoles, 1922-Roma, 2015), no puede ser más franca. Estamos en el Nápoles de 1963 y un personaje trajeado, del que más tarde conoceremos el nombre (Nottola) y la profesión (constructor), arenga a un pequeño grupo de hombres trajeados como él. Les vemos en un terraplén a un centenar de metros de los primeros edificios. "¿A cuánto se puede pagar hoy esta tierra? ¿300, 500, 1.000 liras el metro cuadrado? Pero mañana, esta misma tierra, este mismo metro cuadrado puede valer 60, 70 mil, o incluso mucho más". Su público le mira extrañado, pero Nottola lo tiene claro: "Este es el oro de hoy. (...) Nosotros solo tenemos que conseguir que el municipio traiga hasta aquí las carreteras, el agua, la luz y el teléfono". 

"A Carlos Fabra [expresidente de la diputación de Castellón condenado a cuatro años de prisión por defraudar a Hacienda] me lo imagino así totalmente, con una caña en la mano y reunido con empresarios diciendo esto vale ahora tanto y valdrá tanto", apunta Fernando Flores. Este profesor de Derecho Constitucional de la Universitat de València, coordinador del blog de infoLibre Al revés y al derecho y también cinéfilo ha dedicado un ensayo al filme de Rosi titulado como este y que lleva por subtítulo un elocuente El capitalismo: la democracia como presa (editorial Tirant lo Blanch, colección Cine y derecho). Y no deja de mostrar su asombro: "Es increíble que una película como Las manos sobre la ciudad sirva para 55 años después". Lo sabe bien: ha formado parte de la plataforma Salvem el Cabanyal que se enfrentaba en Valencia a la desaparición de un barrio entero bajo la especulación. 

El argumento sonará a los lectores: una casa del humilde barrio de Sant'Andrea se derrumba por la construcción cercana de un nuevo edificio. La empresa responsable es, casualmente, propiedad del también edil Nottola (Rod Steiger), del partido de la derecha. A raíz de este caso, la izquierda, en minoría, solicita una comisión de investigación sobre el asunto, que resulta finalmente una farsa. ¿Se puede derrotar a los poderes políticos y económicos encarnados en el constructor? Al lector quizás también le suene la respuesta. No en vano, Las manos sobre la ciudad termina con un epílogo que aclara: "Los personajes y los hechos aquí relatados son imaginados; sin embargo, es auténtica la realidad social y el contexto que los produce". 

El desconocido filme de Rosi —olvidado y muy difícil de ver, pese a ganar en su día el León de Oro en la Mostra de Venecia— ponía en práctica, de hecho, lo que él llamaría el "cine-investigación". La trama y el modus operandi de los corruptos venía de una profunda labor de búsqueda, sustentada sobre un buen puñado de entrevistas. Y no hay artificio: desde el principio se sabe quién es el culpable del derrumbamiento y del dudoso plan de desarrollo urbanístico que lo contiene. Rosi no tiene interés en la intriga, sino en el preciso relato de los acuerdos y connivencias que componen y permiten la corrupción.

"Esos eran los dos elementos que más me interesaban de la película", dice Flores, "la veracidad y la causalidad". El trabajo de Rosi, didáctico y hasta expositivo, contradice el mecanismo de pensamiento que explica el profesor: "El poder quiere hacernos creer que sus actos y las desgracias que ocasionan son irremediables o resultado del devenir natural de las cosas". El cineasta pretende demostrar lo contrario y mostrar quiénes son esas manos que están sobre la ciudad. 

Pero las actuaciones de Nottola —y las de su partido, y las de la fuerza de centro que primero les critica y luego les apoya, y las de sus socios...— no son solo una descripción al detalle de los chanchullos del ladrillo. También son extrapolables a procesos menos particulares. "El sistema capitalista se lleva por delante, con el valor del beneficio, otros valores que son además los democráticamente decididos. Porque es el Estado de Derecho se rige por la pluralidad, los derechos de las personas, la no arbitrariedad… y todo esto se vulnera por el negocio", apunta Flores. La ciudad se convierte en símbolo de la sociedad, y, a la vez que Rosi denuncia su conquista por los poderes económicos, se vuelve precursor del concepto de "derecho a la ciudad". "En el filme no queda constancia de acciones que representen la reivindicación de ese derecho. En realidad, es la propia película la que lo exige", analiza el profesor Un derecho que no pasa solo por reclamar los recursos de la ciudad, sino por "el derecho a hacer una ciudad diferente". 

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O a pensarla siquiera. Porque Flores denuncia que la ideología del desarrollo y el beneficio coloniza también las mentes: "El capitalismo no es solo un sistema económico, sino cultural que ha afectado a cómo pensamos, cómo nos relacionamos entre nosotros". Nombra a los filósofos Laval y Dardot, que han descrito el neoliberalismo como "la nueva razón del mundo", pero también al escritor Rafael Chirbes, que en novelas como Crematorio y En la orilla retrató el ambiente ponzoñoso de la corrupción política. "Decía Chirbes que el fin principal al escribir Crematorio no fue condenar ni alarmar sobre la corrupción urbanística, sino contar la evolución experimentada por la sociedad española desde el franquismo", recuerda en el libro. Y esa evolución ha ido encaminada a la destrucción moral. 

Y lo moral, lo dice un jurista, no está siempre determinado por la ley. "Muchas veces hace la norma una minoría que tiene unos intereses que no son los generales. O la hacen lo suficientemente vagas como para poder ser interpretadas a voluntad. Hay una cosa que está clara: la legalidad no significa moralidad. Cuidado con la ley", advierte. Porque el peligro, como señala Rosi, son los detalles, la normativa, los procedimientos, las aparentes minucias técnicas. "Los resquicios no suelen ser inocentes", dice Flores. ¿Importa si una medianera puede ser o no sostén de otros edificios, según la normativa? Rosi nos dice que sí. 

 

La primera escena de Las manos sobre la ciudad, del cineasta italiano Francesco Rosi (Nápoles, 1922-Roma, 2015), no puede ser más franca. Estamos en el Nápoles de 1963 y un personaje trajeado, del que más tarde conoceremos el nombre (Nottola) y la profesión (constructor), arenga a un pequeño grupo de hombres trajeados como él. Les vemos en un terraplén a un centenar de metros de los primeros edificios. "¿A cuánto se puede pagar hoy esta tierra? ¿300, 500, 1.000 liras el metro cuadrado? Pero mañana, esta misma tierra, este mismo metro cuadrado puede valer 60, 70 mil, o incluso mucho más". Su público le mira extrañado, pero Nottola lo tiene claro: "Este es el oro de hoy. (...) Nosotros solo tenemos que conseguir que el municipio traiga hasta aquí las carreteras, el agua, la luz y el teléfono". 

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