El periódico de mujeres que revolucionó el París del XIX

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Un diario generalista realizado de principio a fin (desde la dirección hasta el reparto pasando por la composición o la gestión) únicamente por mujeres. Una publicación cuya línea editorial sea feminista pero que trate desde la bolsa hasta el deporte. Una redacción formada por mujeres burguesas y obreras, con ideas liberales, socialistas o anarquistas, que discutan entre sí la postura del medio ante la actualidad política y debatan las líneas a seguir por el movimiento. Una empresa que dé trabajo a 600 personas y distribuya hasta 50.000 ejemplares al día. ¿Estamos describiendo una alocada utopía feminista? Podría parecerlo. Pero se trata de un proyecto real, posible, puesto que ya existió: La Fronde, publicación fundada por Marguerite Durand en el París de 1897, que llegó cada día a las calles durante seis años y que subsistió como mensual durante dos años más. Elena Pintado Miranda, activista feminista y profesora de Ciencias en Francia, describe en Las periodistas de La Fronde (La linterna sorda) el recorrido y los desafíos de un proyecto desconocido incluso en el país que lo vio nacer. 

La propia autora se sorprendió al encontrar información sobre esta iniciativa en el libro Rebeldes periféricas del siglo XIX, de Ana Muiña, también editora de La linterna sorda. ¿Cómo era posible que no hubiera oído hablar de algo como aquello? "Las mujeres fueron muchísimo más activas de lo que se reconoce", reivindica ahora Pintado tras años de investigación. La Fronde no solo era una de las primeras publicaciones feministas de la época, sino que debió de ser también de las pocas empresas no mixtas de Francia (no solo en el XIX) y un poderoso altavoz del movimiento por los derechos de las mujeres. "Era una herramienta de divulgación del feminismo", explica la autora, "pero ellas querían también demostrar mediante la práctica que las mujeres podían, en una sociedad en la que los roles de las mujeres estaban muy marcados por el patriarcado, hacer el mismo trabajo que los hombres". La Biblioteca Nacional de Francia lo celebra hoy como "el primer periódico feminista del mundo"

 

La Fronde nació en el IV Congreso Feminista Internacional, celebrado en París en 1986. Marguerite Durand, mujer burguesa nacida en medio de la aristocracia, antigua actriz de la Comédie Française y entonces redactora de Le Figaro, debía cubrir las ponencias. O, más bien, la intervención de los grupos de hombres que trataban de boicotear sistemáticamente este tipo de encuentros y "el sobresalto de las buenas damas que debían ser el objeto de las burlas". Allí, entre los gritos de unos y los razonamientos de otras, Durand se dejó convencer por esas "mujeres venidas de todas las partes del mundo para exponer las reivindicaciones de sus hermanas oprimidas". Allí entró en contacto también buena parte del que sería el equipo de La Fronde, como Maria Pognon, presidenta de la Liga Francesa por el Derecho de las Mujeres, la periodista Séverine, Ghénia Avril de Sainte-Croix o Maria Vérone. 

Así, Durand adquirió un edificio entero en el centro de París, instaló las oficinas del periódico en el último piso y dedicó el resto a un hotel que regentaría ella misma y que ayudaría a sufragar el diario. La plantilla sería pagada conforme al convenio masculino y se eligió un diseño similar al de los demás periódicos diarios. "No es una revista femenina, es un periódico como cualquier otro", señala Pintado, "Y no solo hay noticias sobre feminismo. Ellas quieren hacer valer que las mujeres comparten unas reivindicaciones, pero que sus intereses son variados". En cuanto a la decisión de contratar únicamente a mujeres, la propia Durand explicó el motivo: "No se debía al ostracismo hacia los hombres, sino porque si uno solo de entre ellos hubiera formado parte de la empresa, incluso en la administración, se hubiera dicho que, en el fondo, el periódico estaba escrito entre bastidores por hombres y que las mujeres únicamente firmaban". 

No era así, y eso les trajo más de un problema. Como explica Peinado, había instituciones a las que la mujer tenía prohibido el acceso, como la Bolsa o el Parlamento. Para acceder a ellas, Durand tuvo que hacerse con permisos especiales para sus redactoras, y estas debieron enfrentarse a innumerables prejuicios —o agresiones machistas— de los hombres que sí entraban en ellas con todo su derecho. La ley prohibía igualmente el trabajo nocturno femenino, en teoría como medida de protección a la integridad moral y física de las mujeres. Para que las tipógrafas pudieran realizar su trabajo, tuvieron que enfrentarse tanto al Gobierno como al Sindicato de Tipógrafos. "Cuando el poder estaba en manos de los hombres hasta ese punto, realizar estos actos y entrar en espacios así requería un coraje y una valentía que es difícil medir hoy", reivindica la autora.

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La composición de La Fronde era muy variada, tanto como sus lectoras, que iban desde las educadas aristócratas hasta las obreras analfabetas, para las que se organizaban lecturas públicas. En plantilla se encontraban trabajadoras de distintas clases sociales e ideología, con experiencias políticas muy diferentes. Las feministas burguesas, como Maria Pognon o Hubertine Aucler luchaban, sobre todo, por el derecho al voto y la abolición de la sumisión de la mujer en el Código Civil, que la consideraba menor de edad y le prohibía trabajar o disponer libremente de sus bienes sin el permiso de su padre o su marido. Pero las activistas obreras, como Aline Valette o Marie Bonnevial, consideraban insuficientes estas reivindicaciones y eran muy críticas con lo que consideraban un feminismo “de escote”. Mientras que las primeras provenían de familias adineradas y habían iniciado su compromiso político en su madurez y a través del feminismo, las segundas procedían de contextos humildes y habían participado en el movimiento sindical desde su juventud. Valette había llegado a luchar en la Comuna cuando tenía solo 21 años. Muchas de las colaboradoras de La Fronde militaban también en otros círculos políticos, ya fuera el socialismo, el anarquismo, o la masonería.

“El intento de La Fronde fue el de juntar a mujeres de distintos lugares, y aprender de esa heterogeneidad”, señala Peinado. Salvo contadas deserciones, los distintos sectores del feminismo –también aquellos más volcados en la educación femenina, la salud sexual y el control de la natalidad o la pésima situación de las prostitutas, reclusas o enfermas mentales– encontraron en el periódico un espacio para dar voz a sus reivindicaciones. “Para explicar cómo pudieron convivir utilizo una palabra a la que estamos muy desacostumbrados y que no apreciamos lo suficiente: entre ellas había una base de cariño. Ese respeto hacía que, incluso desde la crítica, eran capaces de conocer la valía del trabajo de las compañeras”. Cuando a Madeleine Pelletier, definida por los pronatalistas como “la más avanzada, inteligente, peligrosa e intransigente de las feministas de la época”, se le negó el acceso a una plaza de residente de psiquiatría, el periódico la defendió con uñas y dientes. Daba igual que la propia Pelletier hubiese expresado previamente cierta animadversión por Durand, y que hubiera sido especialmente beligerante contra La Fronde y la estrategia del movimiento reformista.

Pintado se lamenta de lo obvio: La Fronde está ausente de la historia del feminismo europeo y es desconocida incluso en su París natal. Existe aún allí, sin embargo, una biblioteca especializada fundada por Marguerite Durand que lleva su nombre, y algunas escuelas públicas lucen el de las colaboradoras más famosas del periódico. Ahí se queda la cosa. “Parece que la historia de las mujeres se ha quedado en círculos universitarios”, critica la autora, “y en este sentido el libro comparte propósito con el periódico: visibilizar la labor de las mujeres, lo que nos une pero también lo que nos diferencia. Las niñas y las jóvenes necesitan modelos de una sociedad distinta”. En el proyecto aparentemente imposible de La Fronde encontrarán más de uno.

Un diario generalista realizado de principio a fin (desde la dirección hasta el reparto pasando por la composición o la gestión) únicamente por mujeres. Una publicación cuya línea editorial sea feminista pero que trate desde la bolsa hasta el deporte. Una redacción formada por mujeres burguesas y obreras, con ideas liberales, socialistas o anarquistas, que discutan entre sí la postura del medio ante la actualidad política y debatan las líneas a seguir por el movimiento. Una empresa que dé trabajo a 600 personas y distribuya hasta 50.000 ejemplares al día. ¿Estamos describiendo una alocada utopía feminista? Podría parecerlo. Pero se trata de un proyecto real, posible, puesto que ya existió: La Fronde, publicación fundada por Marguerite Durand en el París de 1897, que llegó cada día a las calles durante seis años y que subsistió como mensual durante dos años más. Elena Pintado Miranda, activista feminista y profesora de Ciencias en Francia, describe en Las periodistas de La Fronde (La linterna sorda) el recorrido y los desafíos de un proyecto desconocido incluso en el país que lo vio nacer. 

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