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En pie, ¿famélica? legión

Antonio, Palmiro y Enrico trabajan a destajo en una gran corporación. Pertenecen a distintas clases sociales (de un miembro del consejo de administración a su chófer), a ninguno le gusta su puesto de trabajo, y aun así los tres desempeñan su labor con una dedicación frenética. ¿Por qué Antonio, Palmiro y Enrico siguen trabajando, pues, en la gran corporación?

He aquí el primer (pero no el único) dilema que plantea Famélica, la última obra del dramaturgo Juan Mayorga (premio Nacional de Literatura Dramática 2013), dirigida por Jorge Sánchez y en cartel en el Teatro Lara hasta el 30 de julio. La pieza utiliza los tropos de narraciones sobre sociedades secretas para girar en torno a una idea, que define Mayorga: "¿Para qué hacer méritos en una sociedad que te exige engañar y engañarte? Lo que tienes que hacer es engañarla tú a ella". Si es que eso es posible. 

Antonio, Palmiro y Enrico, en realidad, no se llaman así. Han tomado nombres en clave de sus tocayos Gramsci, Togliatti y Berlinguer, ilustres miembros de la tribu comunista italiana. Necesitan apodos porque su propósito es peligroso: planean organizarse para burlar la vigilancia de la multinacional que les emplea y dedicar su tiempo de trabajo a sus pasiones, en lugar de a las tediosas tareas que les dan de comer. Para ello, tendrán que falsear informes y datos de productividad, mientras guardan las formas y tratan de extender la revolución. 

¿Una famélica legión?

"El rechazo de un trabajo alienante es una posición comunista, anarquista y de cualquier persona con sentido común. Los héroes de Famélica no creen que progresar en su empresa o en el sistema vaya a traerles la felicidad, independientemente del premio —posición, salario, prestigio— que el sistema les ofrezca", escribe Juan Mayorga desde Estados Unidos, donde se encuentra de viaje. Y recuerda las palabras del ficticio Antonio, que habla de un sistema que les hace "comer mierda y encima pide entusiasmo". 

La solución pasa por establecer redes de solidaridad que les proteja del sistema. Algo no exento de complicaciones. ¿Hasta dónde y a quiénes extender la revolución para que siga siendo oculta? ¿Quién va a liderarla? ¿Hay enemigos dentro de la revolución? ¿Cómo hay que llamarla, qué imaginario debe tener? La obra, que juega sutilmente con la parodia, no es, para el dramaturgo, una fantasía: "Sospecho que hay Antonios, Enricos y Palmiros en cualquier edificio corporativo". 

El problema es cómo llamarlos. O, como reflexiona Enrico: ¿sigue siendo "famélica" la legión a la que apela La Internacional, himno de la sociedad secreta? Como señala la heterogeneidad del grupo de revolucionarios, la "legión" que debe levantarse contra el sistema no se identifica ya con la pobreza, y no necesariamente en una sola clase social. Mayorga no ha encontrado la esdrújula que busca Enrico para sustituir a la resonante "famélica": "No se adhieren al proyecto porque se sientan mal pagados o porque teman perder sus puestos de trabajo. No se me ocurre ninguna palabra para englobar a todos esos que, estando en la zona blanda del sistema, abominan sin embargo de él y sueñan con encontrar una salida".

Un trabajo colaborativo

"Al cabo, esta producción tirando a modesta se encuentra entre las mejor acabadas de una obra de Mayorga", escribió el crítico teatral Javier Vallejo en el diario El País. El método detrás del éxito del montaje de Jorge Sánchez está en un modus operandi poco frecuente en la tradición teatral. Dramaturgo y director se conocían por un pequeño montaje que la compañía había realizado años antes, con el que Mayorga quedó muy satisfecho. Tras un par de reuniones, acordaron que el autor iría enviando el texto por escenas, al tiempo que director y actores (Rulo Pardo, Juanma Díez, Xoel Fernández y Nieve de Medina) seguían trabajando con improvisaciones que utilizaría Mayorga. 

Juan Mayorga, Premio Nacional de Literatura Dramática

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"Nosotros encontrábamos situaciones, no relatos", explica Jorge Sánchez en un ensayo antes de la función. "Por ejemplo, cada actor, ante cámara, hizo un relato propio de lo que pensaba que era su personaje, y se lo enviamos. Él ha tomado de eso lo que quiso. Nuestra intención ha sido motivar e impulsar la dramaturgia, que corría absolutamente por cuenta de Juan". 

Con eso querían dar lugar a un montaje "móvil", donde el "trabajo de improvisación o de actores llevara a un trabajo de tesis". Sánchez, argentino instalado en España desde hace años, lo ve como una "batalla": "El teatro es una lucha permanente, no sólo en el proceso creativo entre el actor y el director, al servicio del texto, sino hay una idea de tensionar el trabajo del autor con el director".

Batallas, tensiones o diálogos presentes en la misma obra, que desemboca en una guerra taimada contra las estructuras, que parecen no soportar la rebelión. ¿Y si la revolución no funciona? Mayorga no ve fracaso posible: "Los tres [protagonistas] parecen más unidos que nunca, y  no se dan por vencidos. A mi juicio, no son derrotados porque, como dice Antonio, 'la revolución es en los corazones".

Antonio, Palmiro y Enrico trabajan a destajo en una gran corporación. Pertenecen a distintas clases sociales (de un miembro del consejo de administración a su chófer), a ninguno le gusta su puesto de trabajo, y aun así los tres desempeñan su labor con una dedicación frenética. ¿Por qué Antonio, Palmiro y Enrico siguen trabajando, pues, en la gran corporación?

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