"En el 'procés', unos y otros quieren decir que pasó A cuando pasó B"

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​​​​​​Dice ​el periodista Guillem Martínez que informar desde la vorágine del procés ha sido como trazar un túnel. "Estás ahí cavando y al final, cuando ves la luz, dices: mira lo que he hecho", dice al otro lado del teléfono. Sus crónicas publicadas en la sección Procesando el Proceso, del periódico Ctxt, han sido, dice, "un ejercicio solitario". Su esfuerzo por contar lo que ha llamado "el Caso, la Cosa, el Trile" con humor y cera para todos, provocaba cierto ardor en ambos bandos del conflicto y una agradable sorpresa entre quienes se sentían en terreno de nadie. Algo que él, claro, exhibe con orgullo. Ahora, los textos publicados en pleno meollo procesista (por usar sus términos) entre septiembre y diciembre de 2017 se reúnen en 57 días en Piolín, un libro editado por Ctxt y el sello Lengua de trapo. Martínez tiene en sus manos el túnel que ha cavado. 

¿Cuál ha sido su trabajo? "Crear puntos de vista diferentes de los del Gobierno, y demostrar con información que el Gobierno, catalán o español, está mintiendo", resume. No está muy contento, que digamos, con el trabajo de sus compañeros periodistas: "En España, el periodismo que se hace es de declaraciones. Sale un político, se le pone una alcachofa y puede decir lo que quiera, sin que se verifique. Porque a veces no es verificable: son simples estados de ánimo". Había algunos que, como él, sí estaban "en ello". En ello: en el túnel, claro. Los nombra: "En Girona, Albert Soler, que es un valiente. Jordi Amat. La redacción de eldiario.es, también. La Vanguardia sobre todo en la última etapa...". Se detiene, los cuenta. "¿Cuántos nos salen? No más de cinco, ¿no?". 

P. Berto Romero alaba en el prólogo el humor de sus crónicas, que se ha convertido en distintivo de la casa. ¿La situación se prestaba especialmente a la comicidad?

R. No, la comicidad la tienes o no la tienes, y te acompaña en todas las circunstancias de tu vida. Incluso en un funeral, como era el caso.

P. Hay estampas, como la del barco con la imagen de Piolín, que ponían las bromas en bandeja…

R. Sí, es lo que queda en Europa: un populismo pasado por la tele. España está a huevo para eso, porque siempre ha sido un poco así. Cuando lo empiezas a ver, cuando aún no es automático, crea una distanciación y una posibilidad de describirlo incluso con estupor. Pero nos vamos a acostumbrar muy rápido, no solo en Cataluña, creo yo. Es lo que viene: políticas de gestos. Y, tras ellos, una pesadilla.

 

P. Dice que la sección salía de una “obsesión personal” por el uso de la propaganda. ¿De dónde viene?

R. Viene de mi bagaje profesional: empecé en Barcelona, seguí en Madrid, y vi que había una cosa muy rara que explicaba toda la cultura española, y era la propaganda. Se solucionaban problemas que se tenían que solucionar en la política, en la economía, en los derechos… se solucionaban con una cuestión cultural. El grupo de compañeros que lo estudiamos lo llamamos Cultura de la Transición [en un libro editado por Debolsillo]. Ese trabajo tiene un límite, claro: la percepción de las personas. Pero esta siempre es vertical, siempre está marcada por un Gobierno.

P. En la introducción apunta a que, durante el mismo proceso político, estuvo muy en contacto con los lectores de las crónicas, que le hacían llegar sus comentarios. ¿Le ha permitido esto ver, justamente, cómo se recibía esta propaganda que denuncia?

R. Pasó que en torno a los artículos, o a la interpretación de los mismos, se creó una comunidad de sentido. Me pasaron mucha información, desde dentro, gente no creyente, tanto del procés como del Estado. Es llamativo: fueron mujeres solo. Y luego llegaba mucha información de los lectores, que me hablaban de enfrentamiento social. Me mandaban cosas de su escuela, de su escalera, del bar de abajo… Y de trabajadores de la Generalitat. Impresionante. De una sociedad sometida a una temperatura muy alta.

P. Entonces, ¿la propaganda tiene sus límites? ¿Hay gente que escapa a ella?

R. Sí, pero el marco siempre está determinado por ella, el marco en que la gente discute. Incluso si no se está de acuerdo con él.

P. ¿Cómo se mantiene la objetividad, o la ilusión de imparcialidad, en unas crónicas en las que el autor, y la opinión del autor, está tan presente?

R. La imparcialidad no existe, así que nos lo ahorramos. El tener cierto equilibrio, sí: que, cuando es tu opinión, le expliques al lector que eso es opinión, y para eso está el humor, y para eso están los giros. Diferenciar lo que era la tesis mía de la tesis de los dos gobiernos. Es sencillo. Aunque me sorprende mucho, que yo nunca había hecho un gran trabajo en Internet, la comprensión lectora de algunos, que es mínima. Ese lector es precisamente el más expuesto a la propaganda del Estado y del Estadillo que es la Generalitat. Es una bolsa que no distingue distintos niveles, que cree que todo es realidad, incluso la propaganda. 

P. ¿Y al contrario? ¿Hay reticencias a creer una información, aunque esté constrastada, si no coincide con su idea preconcebida?

R. Es un clásico. En España pasó con el atentado de Atocha. Y ha pasado con el procés. Pasa cuando dos partidos, podridos hasta la médula y demostrado con sentencias, como son Convergencia y PP, siguen teniendo prestigio. Siguen teniendo un algo que su consumidor limpia cada día. Y lo limpia a través de información. De información sentimentalizada, que es lo que es al final la posverdad.

P. Critica también que los medios españoles o catalanes no describen ni explican el funcionamiento de los nacionalismos. ¿Cuáles han sido sus mayores errores?

R. No ha habido ningún error, han hecho su trabajo perfectamente. Ese es el tema. En los medios españoles gubernamentales, públicos o concertados, se ha defendido que esto es un golpe de Estado. Y en los medios catalanes se ha defendido que esto es poco más que Armenia defendiéndose de Turquía, y describían un proceso de autodeterminación tan lleno de datos y realidades que era imposible pensar que no fuera así como lo contaban. Ese ha sido su trabajo: crear cohesión en torno a un Gobierno. Sucede desde hace mucho tiempo y está derivando en una sociedad… con carencias de inteligencia.

Y, además, defenderte con información de la propaganda es una pérdida de tiempo. Hay quien lo llama periodismo, pero me niego a creer que el periodismo sea decodificar la propaganda. Hay un cambio absolutamente estructural en la democracia y nosotros estamos perdiendo el tiempo en lo que los políticos nos dicen a través de la prensa.

P. ¿Hay que pensar entonces que la línea editorial de los medios se traslada directamente al trabajo de sus compañeros?

R. No es una línea editorial, es una cultura, y los mecanismos culturales son invisibles. Un periodista hace lo que cree que es su deber. Y su deber, estadísticamente en España, es no cuestionar a un Gobierno que está comprometido con algo muy serio, que es la democracia. Por lo visto, aquí la democracia es la defensa de un Gobierno. Así que todo el mundo ha hecho lo que debía, y sin ningún remordimiento. En Barcelona, el 99% de los periodistas han hecho lo que se esperaba de ellos. Es decir, lo han hecho bien. Y muy pocos lo hemos hecho mal. Muy pocos significa dos o tres. Esto invita a pensar que el fracaso ha sido de estos dos o tres. Y que ese 99% que, ahora se sabe, ha mentido durante seis años, está durmiendo la mar de bien e incluso ahora recibirá un aumento de sueldo.

P. ¿Qué ocurre cuando el enfrentamiento social del que hablaba se traslada a la prensa? Los partidarios del procés no se fían de la “prensa españolista” y los que se oponen a él critican a la “prensa independentista”.procés

R. En general, la población parece estar de acuerdo con esa forma de posverdad. Unos te dan la razón a ti y ridiculizan al otro, y otros te ridiculizan a ti y dan la razón al otro. Está por cuantificar cuántas personas querían información y veían que todo era contradictorio. Sí que es razonable y democrático el derecho de autodeterminación, pero lo que se estaba haciendo era algo muy raro que no repercutía en ningún derecho de autodeterminación, sino en la creación de una mayoría. Podemos llamarlo populismo autoritario de derechas. En España lo estamos esperando (Ciudadanos es un buen indicio de lo que va la cosa), pero en Cataluña ha llegado.

P. ¿Qué momento del conflicto político le ha parecido más desconcertante, informativamente?

R. Es que en el procés, unos y otros quieren decir que pasó A cuando pasó B. De hecho, ahora se están defendiendo cosas que no pasaron. Por ejemplo, el referéndum: el referéndum no pasó, no sucedió. Fue una protesta. No hubo ni un segundo de referéndum. La Sindicatura Electoral, la Junta Electoral, dimitió cuando fue multada [el Tribunal Constitucional impuso castigos de entre 6.000 y 12.000 euros diarios]. Con lo cual, ya no hay referéndum, no hay voluntad de que haya algo detrás con cierta neutralidad (aunque esto no pasaba con la Junta que había, que era delirante). Y ahora, en la defensa de los presos, no se dice que hubiera referéndum. Pero en la política sí, y que fue vinculante. Es todo muy gaseoso.

P. Pero confiesa en la introducción que nunca pensó que fuera a convocarse, como ocurrió. ¿Por qué cree que no lo consideró posible, o qué hubo de inesperado en eso?

R. Pasó una cosa que no había visto nunca, que es la densidad propagandística. La propaganda era tanta, que incluso para los emisores era imposible de discernir entre esta y la realidad. Eso pasó sobre todo en septiembre. Antes no, antes era cinismo puro.

Pero hay otras experiencias: recordemos que en el Aznarato la propaganda fue bestial. Yo nunca había visto una cosa igual. Que, recordemos, costó un muerto. En Pamplona, tras el atentado en Atocha pasó un seguidor gubernamental poniendo carteles sobre la autoría de ETA. Un panadero [Ángel Berrueta] se negó, y el colgador de carteles lo mató. Y lo mató en nombre de la realidad, una realidad que no existía. Curiosamente, en Cataluña no ha habido esa violencia. No sé a qué se debe.

P. En un contexto como este, de tanta confusión, cuando además se discuten aspectos técnicos de la ley que en muchos casos son inéditos, ¿a quién o a qué se recurre para informar con rigor? ¿Y qué se evita?

R. Pasaba una cosa, que es que el procesismo está muy mal informado. Porque desde 2012 se sustituyen los líderes por otros mucho menos preparados pero más adecuados para la propaganda. No había abogados, no había juristas, a los buenos los habían echado. Es tan extremo que la primera selección de abogados para los presos exiliados es catastrófica. El Gobierno español ha sido también caótico: del silencio a la persecución penal. Y luego desobedeció sentencias judiciales, que en el 1-O ordenaban retirar las urnas sin violencia. No retiraron las urnas y lo hicieron con violencia extrema.

Así que yo tenía a gente dentro y tenía a juristas. Y he tenido que ponerme las pilas con derecho, que hacía tiempo que no lo tocaba. Que tampoco podía explicar lo que iba a pasar, porque no todo lo que ha pasado ha sido de acuerdo a derecho, o ha sido muy opinable.

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P. Ahora que ha salido del túnel, ¿qué ve en todo esto? ¿Cómo interpreta lo que ha pasado?

R. En este tiempo se ha producido una austeridad descomunal en Cataluña. Lo notas paseando por Madrid y paseando por Barcelona. Y ha sido gratuita: los que lo han hecho seguirán en el poder 20 años más. En medio, se está formulando una nueva idea de nacionalismo. Que no es original, es europea y es inquietante, y que creo que se traducirá en un partido populista nuevo, heredero del procesismo. Este mes se presentará algo parecido. Otro nivel de explicación es que para hacer esto necesitas la complicidad de una sociedad que decide no mirar la austeridad ni la realidad, sino mirar a lo que le prometen y defenderlo como realidad.

 

​​​​​​Dice ​el periodista Guillem Martínez que informar desde la vorágine del procés ha sido como trazar un túnel. "Estás ahí cavando y al final, cuando ves la luz, dices: mira lo que he hecho", dice al otro lado del teléfono. Sus crónicas publicadas en la sección Procesando el Proceso, del periódico Ctxt, han sido, dice, "un ejercicio solitario". Su esfuerzo por contar lo que ha llamado "el Caso, la Cosa, el Trile" con humor y cera para todos, provocaba cierto ardor en ambos bandos del conflicto y una agradable sorpresa entre quienes se sentían en terreno de nadie. Algo que él, claro, exhibe con orgullo. Ahora, los textos publicados en pleno meollo procesista (por usar sus términos) entre septiembre y diciembre de 2017 se reúnen en 57 días en Piolín, un libro editado por Ctxt y el sello Lengua de trapo. Martínez tiene en sus manos el túnel que ha cavado. 

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