Rafael Reig: "Ser bueno es algo mucho más complicado que ser malo, y por lo tanto es mucho más misterioso"

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Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) atiende al teléfono desde su librería Fuenfría, en Cercedilla, en la sierra de Guadarrama. Dentro de un rato, en una mañana inusualmente fresca de julio, levantará la persiana. Pese a ser librero en medio de la pandemia, apenas tiene queja y no se le nota ni una pizca de amargura en la voz: "La gente se ha portado muy bien, ha entendido la importancia del comercio de cercanía". Tampoco parece lamentarse porque su nuevo libro, Amor intempestivo (Tusquets) tenga que batirse el cobre en las estanterías en un momento poco celebratorio y aún menos dado a las presentaciones y las firmas. Hay en su discurso y en su hablar pausado algo zen. No se estila mucho en estos meses. 

Y no es que Amor intempestivo haya sido un libro fácil. Él lo define como una "novela confesional", como un trabajo "autobiográfico" o de "autoficción". Otros lo llamarían un volumen de memorias. En él, Reig, autor de novelas como Manual de literatura para caníbales o Todo está perdonadoManual de literatura para caníbalesTodo está perdonado, arranca en sus primeros pasos como escritor y recorre su propia carrera literaria sin evitar meterse en charcos ni sortear la crítica más cruel, la que se reserva para uno mismo. También se detiene en la muerte accidental de sus padres, en el amor, en la muerte de un amigo. "Si mis padres resucitaran mañana", dice, "¿qué podría enseñarles para merecer su aprobación?". Es una pregunta sin resolución posible, como él mismo señala. Una opción de respuesta: esta novela. Hay otras. 

Pregunta. En la faja promocional se habla de Amor intempestivo como "el libro más sincero y más expuesto de Rafael Reig". ¿Está de acuerdo? ¿Por qué consideramos que la no ficción es más sincera que la ficción?

Respuesta. Hablé con una hermana mía, le dije: "Estoy pensando en hacer algo autobiográfico, de autoficción y tal". Y me preguntó: "¿Y eso qué es?". "Pues que te sacas tú en una novela, cuentas cosas que te han pasado...". Y me dice: "¿Pero eso no es lo que has hecho siempre, tío?". Yo lo que cuento aquí ya lo he contado de otras maneras. La sinceridad creo que está muy sobrevalorada. Yo prefiero lo de la película Johnny Guitar: "Miénteme, dime que me quieres". No sé por qué la gente habla tanto de la necesidad de ser sincero, yo creo que hay que ser sincero con uno mismo y nada más. Entonces, un libro es más sincero cuanto más te has esforzado en conocerte a ti mismo, y en ese sentido sí, este libro tiene mucho que ver con el carácter que he ido construyendo. Y expuesto estoy, por razones obvias: cuando uno mismo enseña cómo estás hecho por dentro, habrá gente que lo vea como una posición de debilidad.

P. El cuaderno de tapas negras en el que va escribiendo este libro se convierte en una especie de objeto hechizado, que le llama. ¿De dónde cree que venía la necesidad de comprenderse, más allá de lo que de usted podría haber escrito en novelas previas?

R. Había muchas cosas en las que no había pensado porque no me interesaba, porque estaba más cómodo. Un día, no sé por qué, empecé a contar la historia de la muerte de mis padres... que ya la había escrito una vez pero lo escondí y no lo volví a mirar nunca. Quería entender qué había pasado entonces, cuáles eran mis sentimientos, cómo nos había afectado a toda la familia. Yo no sé pensar sin escribir, tengo ese defecto, para mí escribir es la única forma de pensar seriamente en algo. Y como quería pensar seriamente en eso... la cosa se fue enredando y acabó dando esta novela.

P. ¿Considera que la muerte de sus padres es el corazón de la novela?

R. Es uno de los centros nerviosos de la novela, pero el corazón de la novela es más bien una interrogación acerca de cuál es el sentido de la vida, y yo creo, como Unamuno, que la vida solo sirve para hacerse un alma. En ese sentido, es una investigación sobre mi propio corazón, aunque suene un poco cursi. Qué tipo de persona soy realmente, qué tipo de aristas o de problemas sin resolver tengo en mi estructura moral. Lo que pasa es que como yo no soy Thomas Mann, por desgracia, también meto algunos chistes. 

P. En la novela tiene una gran importancia la cuestión generacional. ¿Por qué cree que esa coordenada vital es tan relevante en cómo se explica a sí mismo?

R. Porque estoy hablando sobre todo de mi juventud, y la juventud se hace con los compañeros. Y porque sí que existe una generación de los sesenta, por una cuestión numérica: fue el baby boom en España, todas las familias eran mínimo de cuatro hermanos... Por eso la gente ha entendido que si quieres ganar dinero tienes que montar un geriátrico, porque ya vamos llegando todos a los 60. Es una generación peculiar también por otras razones: vivíamos muchos en grandes ciudades, por la inmigración al campo, y crecimos por primera vez con la tele, leyendo los mismos libros... Tengo un sentimiento grande de pertenencia a ese grupo, que por lo demás es muy heterogéneo y en el que hay también muchas diferencias de clase social, de orientación...

P. Habla de esta generación como la "generación intempestiva", insiste en que sus miembros quisieron ser escritores cuando aquello ya no tenía valor social. ¿Cómo marca el hecho de que una generación se construya en torno a la idea de haber tenido derecho a algo que finalmente no se le concede?

R. Todas las generaciones se sienten estafadas, y en ese sentido no creo que sea un hecho importante. Sí creo que hay algo bastante cierto, que es que en los años ochenta se produce un relevo generacional impresionante. El franquismo era una gerontocracia, y con el cambio de régimen los que entonces tenían cierta edad coparon la universidad, las empresas, la cultura y los puestos políticos. Como eran tan jóvenes, supusieron un tapón para la generación posterior. La generación anterior a la nuestra ocupó el poder con la rotunda decisión de no levantarse de la silla si no era con los pies por delante. Y ahí siguen. Pero no tenemos tampoco que confiar en que nos merecemos algo. Un poco como respondió Einstein cuando le preguntaron si era feliz: "No, y tampoco me hace falta". Creo que la vida es mucho más grande que el bienestar y la felicidad. A mí me entusiasma la vida, pero me entusiasma completa. Lo mío es un amor incondicional a la realidad, y, por supuesto, como todos, no correspondido.

P. ¿Cómo cree que le afectó (o les afectó a los miembros de su generación) hablar de cierta forma de la generación anterior, que estaba ya en posiciones de poder? Diciendo, por ejemplo, que escribían para personas a las que no les gustaba leer.

R. No teníamos un altavoz poderoso, y seguimos sin tenerlo. Así que lo que digamos no tenía ni tiene la menor importancia. No creo que le haya molestado a nadie, porque ni siquiera se dan cuenta de que hemos dicho eso. Parecemos unos muchachos, aunque estemos a punto de cumplir los setenta. No es agradable estar así un poco arrinconado, pero te permite ser mucho más libre. Podemos decir lo que nos dé la gana, lo que de verdad pensamos. No tenemos esa presencia casi institucional que tienen los escritores 15 años más mayores que nosotros, pero tenemos el pequeño lujo de hablar libremente.

P. ¿Eso lo ha visto también en el discurso político que han podido tener usted y sus compañeros de generación? No ha sido, dentro de la izquierda, un discurso central, sino más bien lateral.

R. Somos —o yo personalmente, pero creo que no solo yo— el resultado del fraude de la socialdemocracia. De los Gobiernos socialdemócratas, que son los que defraudaron un capital de ilusión y entrega que no ha vuelto a tener ningún partido en la historia de España. Eso a alguna gente puede que la aleje de la política, y a otros nos lleva más a seguir en el sitio en el que queríamos estar. Por eso yo sigo siendo comunista, verbalizado, militante y disciplinado. Sigo creyendo en la acción colectiva, y en que la política tiene que ver con la polis, con lo que hacemos entre todos. No me da la impresión de que, entre los escritores, esto sea lo mayoritario.

R. En el libro hay una reflexión sobre lo que supone convertirse en escritor. ¿Cómo se compagina creer en la colectividad con construirse como autor, que es una idea un tanto individualista?

R. Yo no lo veo así, depende de qué tipo de autor quieras ser. Un autor es el que intenta ver el conjunto de la sociedad, y para eso tiene que estar involucrado en ella. No creo en el individualismo en casi ninguna faceta de la vida, creo en que hay que intentar librarse del yo lo más posible: el yo es peligroso, y hay que procurar darse cuenta de que uno no es nada, de que uno es las relaciones personales que tiene, dónde trabaja, con quién se relaciona... No hay tal cosa como un yo místico previo a todo esto, uno se va haciendo en relación con los demás. No creo mucho en mí mismo, y cada vez menos.

P. "Tal y como yo lo entendía, y en contra de la opinión más extendida", dice en el libro, "primero había que ser escritor, y luego, una vez escritor, nada más sencillo que permitir a tus glándulas secretar una O.M. [obra maestra]". ¿Cuándo deja de ser ese escritor que aspira a la gloria?

R. La gloria no existe, es una invención. El reconocimiento, el éxito entre los cultos... bueno, llamémoslo la gloria. Eso es un resultado en el que influye mucho la suerte y del que no se disfruta. Creo que realmente soy sincero cuando digo que ahora, en una entrevista, me siento mucho menos escritor que cuando estoy sentado escribiendo. Yo ahí me siento igual a Flaubert. Me siento libre, capaz de todo, con dudas, sí, pero cuando yo me siento a la mesa es para escribir mínimo el Quijote. En cuanto me levanto soy un padre de familia, un librero, un borracho de barra, un peatón... y también disfruto mucho de serlo. No veo que haya ninguna incompatibilidad entre ser escritor mientras escribes y ser muchas otras cosas cuando dejas de escribir. Yo soy más de uno, como todos.

P. Es una de las conclusiones del libro: el intentar comprenderse a sí mismo, el que ser escritor “no es nada ni tiene nada ni quiere decir que uno haya vivido”, que “llegar a ser bueno es la única aventura de la existencia”... ¿Cómo de sólidas son para usted estas conclusiones?

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R. Son todas bastante sólidas, ¿eh? De una cosa sí estoy absolutamente convencido: que la única aventura de la vida es ser un poco mejor e intentar comprender a los demás y la situación en la que están. Y quien no consigue eso no ha conseguido nada. Como dice un poema de Claudio Rodríguez: "Largo se le hace el día al que no ama". Eso es un proceso, claro, no es que puedas decir: ya soy bueno. Eres bueno un día, durante algunas horas... Pero en ese esfuerzo es donde está para mí el sentido de vivir. Ser mejor. Mejor persona, no mejor escritor ni mejor aviador. Y de hecho no creo que haya un escritor grande que no lo haya intentado. No siempre se consigue, pero, como decía Cervantes, nadie nos quitará la gloria del intento. Si lees los libros de Dickens o de Galdós lo que percibes es un problema ético en el fondo de todos ellos. Se puede ser muy divertido, pero no se puede renunciar nunca a escribir en serio, es decir, sobre los problemas serios, que son los que tienen que ver con nuestra relación con el mundo, no con el paisaje, sino con el paisanaje. Suena simple, pero las verdades misteriosas son las simples.

P. ¿Por qué cree que una idea así se percibe como ingenua y se escucha tan poco?

R. No lo sé. Igual que la gente piensa que los asesinos en serie son inteligentísimos, pero nunca piensa que el verdadero misterio y lo verdaderamente intrigante es la bondad. Ser bueno es algo mucho más complicado que ser malo, y por lo tanto es mucho más misterioso: ¿por qué hay gente buena, y tan buena?, ¿cómo funcionan esas cabezas y esos corazones? No sé por qué tendemos a pensar que el mal es sofisticado. Para mí, el cerebro de un asesino en serie tiene el mismo interés que un botijo. El problema del mal nos ha embobado y nos ha distraido de lo verdaderamente importante, que es el problema del bien.

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) atiende al teléfono desde su librería Fuenfría, en Cercedilla, en la sierra de Guadarrama. Dentro de un rato, en una mañana inusualmente fresca de julio, levantará la persiana. Pese a ser librero en medio de la pandemia, apenas tiene queja y no se le nota ni una pizca de amargura en la voz: "La gente se ha portado muy bien, ha entendido la importancia del comercio de cercanía". Tampoco parece lamentarse porque su nuevo libro, Amor intempestivo (Tusquets) tenga que batirse el cobre en las estanterías en un momento poco celebratorio y aún menos dado a las presentaciones y las firmas. Hay en su discurso y en su hablar pausado algo zen. No se estila mucho en estos meses. 

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